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La vocación de las iglesias cristianas es restaurar. ¿Cómo hacerlo?
Texto: Juan 21:15-19.
Personaje: Pedro.
Jesús advirtió que Pedro lo negaría tres veces, y así fue. El discípulo aseguró que daría la vida por su Maestro, a lo cual este respondió que Pedro negaría conocerlo. Posteriormente, el Señor fue arrestado y cuando Pedro fue cuestionado con respecto a su relación con Jesús dijo, hasta con maldiciones, no conocer al prisionero. Después Jesús fue crucificado y resucitó al tercer día.
Pedro aún está en el proceso de discipulado. Él está seguro de que ama al Señor. Cree que lo ama tanto que daría su vida por él cuando llegare el momento. Jesús sabe que es el deseo de Simón pero aún debe ser probado. Pedro le amaba pero tenía miedo; le amaba pero aún no le adoraba porque no había llegado a aborrecer su propia vida amando más a Jesús (Lc 14:26; Jn 12:25).
Entonces, ante las preguntas insistentes, Pedro debe decidir si da su vida por Jesús o lo negará. La intimidación reveló el verdadero carácter de Pedro y por eso negó tres veces al Señor. Por esto, el discípulo lloró amargamente. Después descubriría que conocer su debilidad es parte del proceso de su restauración, santificación y de su propio discipulado. Pedro creía ser fuerte, tener convicción y amar a Jesús pero debía darse cuenta de su debilidad, sus dudas y que se amaba más a sí mismo.
Pedro se encontraba con mucha inestabilidad emocional. Había sido muy intensa la noche previa a la crucifixión de Jesús: vivió la inolvidable Pascua con el Señor, supo que uno de los 12 le traicionaría, había dormido poco, sufrió la angustia del arresto de su Maestro en la madrugada, tuvo que huir luego de haber herido a un soldado y, finalmente, había abandonado a Jesús luego de jurarle que nunca lo haría. No solo eso, lo negó y seguramente sentía culpa, vergüenza, tristeza. La Biblia dice que lloró amargamente luego de decir tres veces que no conocía al prisionero.
El Señor conocía a Pedro: su fe y amor por él, pero también sus luchas, sus debilidades y sus temores. Lo conocía personalmente, pero también su naturaleza, por lo cual lo trató con compasión y con empatía. Eso no impedía que el Señor le dijera con franqueza que, a pesar de que Pedro le aseguraba que daría la vida por él, en realidad cuando se presentara la oportunidad preferiría conservar su vida al negar al Maestro.
La acción pastoral comienza con confrontar y le sigue restaurar. Jesús no justificó esa falta de fe, pero la entendía. A pesar de ello lo amó y trató con paciencia. Todo el tiempo Jesús quiso que Pedro se conociera y se viera como él mismo lo hacía. Al preguntarle si lo amaba ayudó al discípulo a recordar esa culpa, vergüenza y tristeza y al mismo tiempo lo animaba a liberarse de ellas. El Señor ayudó a Pedro a cerrar el ciclo del pasado y lo proyectó hacia el futuro: eso es restaurar.
Confrontación, restitución, restauración. De manera pastoral, no lo deja como estaba, sino que el Señor ayuda a Pedro a encarar su pasado para afrontar con valor el futuro, algo fundamental en la restauración de las personas. Este caso nos ejemplifica el principio pastoral que consiste en que no somos lo que deberíamos de ser pero tampoco somos lo éramos, por lo que la Iglesia debe imitar a su Pastor cuando unos a otros podemos restaurarnos de la misma manera en la que Jesús lo hizo con Pedro.
Fallar no es razón para condenarnos unos a otros, pero el juicio de nuestras acciones es necesario para ayudarnos mutuamente a afrontar la culpa, la vergüenza y la tristeza de haberle fallado al Señor, y entonces extendernos hacia lo que tenemos delante con valor, fortaleza y más fe.
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