Consejo para cristianos que quieren el divorcio
Cuando una pareja cristiana que está muy mal habla de divorcio. (más…)
Mira estos errores de las iglesias que la obra misionera hace bien.
Mi esposa y yo participamos en un viaje misionero de corto plazo en Asia y me veo obligado a escribir este texto, motivado por lo que los misioneros en el mundo están haciendo para que personas y comunidades enteras conozcan al Padre y a su Hijo Jesucristo.
También lo hago movido por los tremendos errores que cometemos las iglesias cristianas al evangelizar y debido a que discipulamos y restauramos poco. Debemos reaprender estas cosas y volver a nuestro propósito y vocación.
Contrasto siete maneras en las que las iglesias de occidente hacemos las cosas con cómo he visto que se lleva a cabo la labor misionera.
Las iglesias tenemos la cultura de la “campaña de evangelización” y solo compartimos las buenas nuevas si estamos en campaña. Los misioneros evangelizan permanentemente, en cada oportunidad que tienen. ¿Muchos han llegado a Jesús? Probablemente algunos, sí. Aunque van no cristianos a las campañas de evangelismo, la gran mayoría son los mismos cristianos de siempre. ¿Por qué?
Muchas iglesias solo esperan la campaña para que alguien más haga lo que ellos deberían estar haciendo todo el tiempo. No conocen su fe, gustan de ganar discusiones diciendo “la Biblia dice” y no se interesan en las vidas de aquellos a quienes comparten las buenas noticias. Eso no fue lo que Jesús hizo. Él amo a los pecadores y les testificó no aprendiendo un discurso, sino mostrando al Padre en sus palabras, en su comportamiento compasivo y solidario.
Olvidamos que tenemos familia, vecinos, amigos, colegas, compañeros de escuela y que las buenas nuevas no son solo palabras, sino que es, principalmente poder de Dios a todo aquel que cree en Jesús para darle libertad del pecado y una vida nueva de paz, gozo, fe, dominio propio, bondad, humildad y amor.
Las iglesias evangelizamos por lo general con un discurso. Los misioneros evangelizan con sus propias vidas. Por supuesto, hablan del evangelio con palabras, pero no exclusivamente con ellas, como lo hacemos nosotros. Sus vidas deben ser el testimonio vivo de su predicación. Si dicen a los locales que Jesucristo murió por sus pecados, deben mostrar en su diario vivir que ya no practican esos pecados por los que su Salvador murió, pues sería ilógico que se haya sacrificado para que los cristianos continuemos viviendo exactamente como lo hacíamos antes de creer al evangelio. Por eso, cuando ha creído alguien que nunca había escuchado el evangelio, su reacción natural es arrepentirse de sus pecados y alejarse de ellos.
Muchos cristianos viven secretamente su fe y por lo general su familia, amigos, colegas de trabajo, compañeros de escuela y vecinos no saben que lo son, y mucho menos han escuchado de sus labios ni han visto en sus vidas el evangelio de Cristo. En el campo misionero, especialmente en aquellos países en los que está prohibido hablar de Jesucristo, la principal forma de evangelizar es viviendo íntegramente, siendo bienhechores y justos, lo cual da pie para hablar de Dios. El evangelio que ha transformado sus vidas testifica poderosamente y provoca que las personas tengan curiosidad de aquello que los impulsa a ser así.
El evangelismo en las iglesias se queda a medias al reducir la vida cristiana a hacer una oración para recibir a Jesús como Salvador, prometiendo con ello la salvación instantánea. Al no perseverar en la fe por creer que por ser salvos ––según ellos–– pueden seguir viviendo como siempre lo han hecho, estos simpatizantes se ven incapacitados para ejercitar la fe en Cristo que dijeron profesar en su oración. Cuando discipulamos acompañamos a cada persona a morir al pecado, andar en arrepentimiento, vivir en el Espíritu y continuar perseverando en ello como la evidencia de su salvación, en santificación creciente.
No siempre se predica el evangelio de arrepentimiento de pecados, lo cual da como resultado vidas tanto o más corrompidas que antes de haber conocido el evangelio. Simplemente hay que escuchar a los no creyentes y sus razones para no ser cristianos. Aseguran estar mejor sin Cristo al no ver evidencia alguna de Cristo en los que dicen ser sus seguidores. No solo eso, se alejan de cristianos porque dicen estar mejor que ellos aun sin tener esperanza.
El evangelismo en el campo misionero, por el contrario, no procura reclutar asistentes a reuniones cristianas; su propósito es tener compañerismo con los incrédulos para hablarles de la salvación por el conocimiento de Dios y de su Hijo. Su objetivo no es que hagan una oración, sino comprometerse con las personas, amarlas y servirlas en todo momento. Es necesario entender que discipular es un esfuerzo de largo plazo. Ser discipulado garantiza que cada miembro de la iglesia persevere en su fe al relacionarse con el Dios vivo.
Cometemos un error al omitir el discipulado, pues hacemos simpatizantes de Jesús en serie y no discípulos de Jesús en serio. Esto implica que la iglesia se ocupe de sus miembros para que Jesús sea el Señor de sus vidas. De nada sirve simpatizar con Jesús. El crecimiento o la madurez espiritual no se alcanza por mucho escuchar clases, sino por tomar decisiones libres y responsables. Acompañar al discípulo para que ello ocurra tiene poco que ver con las reuniones dominicales y tiene mucho más que ver con el día a día.
Discipular es ser amigo. Es el tiempo dedicado fuera del edificio de reuniones el que podemos usar para enseñar en la vida real y dar ejemplo de cómo vivir en Cristo a través de las diversas situaciones de la vida. Los misioneros dedican muchos años a las personas antes de que tomen una decisión por Jesús. Una vez que los primeros frutos están maduros, el evangelio se expande rápidamente en la comunidad por conducto de discípulos locales que están dispuestos a enfrentar penalidades por su Señor.
¿Qué sería diferente en nuestras iglesias si estuviéremos más ocupados en ayudar a que alguien se relacione con Cristo como Señor y menos preocupados por llevar personas a nuestras reuniones?
Por lo general, enseñamos información pero no mostramos cómo nuestra vida es diferente por el evangelio de Cristo. El conocimiento envanece cuando no amamos a los otros. Entonces, nos hacemos orgullosos. Cada quien se rasca con sus uñas, como decimos en México, y las iglesias se convierten en clubes sociales, pero nadie sabe cómo está realmente su hermano. No les interesa.
En cambio, los misioneros evangelizan y discipulan al mismo tiempo. Ellos comparten el tiempo con los no creyentes, conviviendo con ellos, sirviéndoles, amándoles, hablándoles del evangelio y, decidan o no seguir a Jesucristo, siguen conviviendo con ellos, sirviéndoles y amándoles.
Mientras que nuestras iglesias están enfocadas en los edificios, las actividades, los ministerios (cargos) y los números (dinero, asistencia, bautismos, etc), el misionero está ocupado en que una persona a la vez se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y siga a Jesucristo.
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