El evangelio que algunos predican no es diferente a las religiones y filosofías de moda.

Cuando los cristianos ejercemos el evangelismo, muchas veces transmitimos ideas prácticamente idénticas a las de creencias diferentes y opuestas a la fe en Cristo. Prometemos amor, perdón, paz, espiritualidad, armonía, prosperidad, salud y cosas similares, pero no predicamos y no damos a Cristo. El mensaje se centra en las bendiciones, no en quien bendice; en lo que recibimos o en las promesas, no en quien las hace posibles.

En nuestra experiencia en la Consejería Bíblica hemos encontrado que muchas personas identificadas con el cristianismo en realidad viven un sincretismo, utilizando a conveniencia pensamientos y creencias opuestas a las suyas. Sin embargo, para ellos no son opuestas, sino complementarias. ¿Cómo identificar estas contradicciones?

El Evangelio no pone al centro al humano, sino a Dios

El tema central del Budismo y el Hinduismo moderno, Coaching de vida y espiritual, Superación Personal y Filosofías de Autoayuda, la Psicología, el Catolicismo, el Cristianismo fundamentado en la Teología de la Prosperidad y otras creencias e ideologías es que el ser humano sea próspero, feliz, pleno, libere su mente de pensamientos nocivos, que se gane el cielo a través de las buenas obras, hallar el secreto de la vida abundante, procurar su plenitud, trabajar en su salud mental y emocional, buscar el desarrollo de su personalidad y similares.

En otras palabras, todas las religiones, filosofías y disciplinas pretender ser medios por los cuales el ser humano afirme su autosuficiencia y que consiga por sus medios su bienestar y plenitud. La mayoría de dichas creencias ponen como meta cosas buenas y deseables para todo ser humano. Dios / Jesucristo es la meta del evangelio, no el ser humano. La confusión radica en que Dios es el único capaz de dar a las personas lo que tanto anhelan y que estas creen que conseguirán por sus propios medios, sin Dios. En otras palabras, Dios quiere lo mejor para el ser humano y por eso quiere reconciliarse con él, porque sabe que si busca en otro lado lo que solo Dios puede darle el resultado será esclavitud, corrupción, idolatría, muerte. Solo Dios es nuestro bien y al adorarle como Dios hallamos nuestro bien.

El Evangelismo de los últimos años, por lo menos en México, ha provisto un sistema superficial de creencias que ponen al ser humano en el centro del mensaje con frases como “Dios tiene un plan maravilloso para tu vida”, “Jesucristo murió por ti porque eres especial y por eso te ama más que nada”, “Dios quiere que cumplas tus sueños”, “te ama tanto que quiere que estés con él por la eternidad”, y cosas similares.

Sin embargo, el mensaje del Evangelio está centrado en Dios, en que Jesús es la verdad y la vida, en que él es el bien y conocerle es la vida eterna, que Dios nos ama a pesar de ser malvados para que a través de nuestra reconciliación con él seamos libres del pecado o que él nos reconcilia consigo mismo aunque somos sus enemigos. Para algunos son detalles imperceptibles, pero son diferencias abismales. Este evangelio está centrado en Dios. No podremos amar al otro y hacer bien y justicia en tanto no nos relacionemos con Dios porque las mentiras que hemos creído nos lo impedirán.

El Evangelio habla de nuestra maldad

Todas las religiones, filosofías y disciplinas ven al ser humano como esencialmente bueno y perciben la maldad como la excepción a la regla.

Pero el Evangelio de Cristo nos ubica como condenados a la muerte por codiciar ser como Dios aun cuando él nos había puesto como administradores de su creación terrenal. Somos capaces de hacer lo bueno y lo justo por haber sido creados a la imagen de Dios, pero al suplantar a Dios en nuestra propia vida y ser nuestra propia regla de la verdad, de lo bueno y lo justo, nos corrompimos para hacer lo malo.

No obstante, por su infinito amor y misericordia nos ha dado de su gracia para que, sin merecerlo, podamos reconciliarnos con él mediante la muerte de su Hijo, pues con ella él ha pagado nuestra deuda impagable para obtener perdón por nuestros pecados, por lo cual en adelante quienes hemos creído en esta redención ahora vivimos según la voluntad del Padre con el fin de conocerle y tener comunión con él, y tener así la vida eterna. Ninguna creencia ni filosofía ni religión puede hacer libre al ser humano, aunque lo prometan, pues lo hace en sus propios esfuerzos. El evangelio de Jesucristo enseña que Dios nos hace nacer de nuevo para hacer la voluntad de Dios, algo que por nosotros mismos es imposible hacer.

Estábamos condenados, éramos indignos y no teníamos méritos, y debido a eso la gracia y misericordia de Dios brilla con tanta fuerza, porque es por su bondad que, a pesar de nuestra maldad, podemos reconciliarnos con él por medio de Cristo.

El Evangelio nos centra en Dios, no en nosotros

Todas las corrientes de pensamiento y sistemas de creencias ponen en el centro de su mensaje al ser humano y, tristemente, muchos en el cristianismo pretenden usar a Dios para servir al individuo para hallar la paz interior, la armonía con sus entornos, autoconfianza, amor a sí mismo, felicidad, libertad, sanidad mental y emocional, cambio en los pensamientos y salud corporal, entre otras cosas. Para ello, todo está a nuestro servicio: santos, ángeles, vírgenes, elefantes convertidos en dioses (Ganesh), el universo (según se dice), las fuerzas de la vida, la energía, Dios o un Ser Supremo.

El evangelio de Jesucristo no es un mensaje hecho a la medida de las personas. El filósofo y escritor C. S. Lewis argumentaba en su libro “Cristianismo… y nada más” que el evangelio no se le pudo haber ocurrido a nadie porque el protagonista era Dios. El evangelio ofende al ser humano porque la verdad hace que el Dios maravilloso de la Biblia sea glorificado en lugar de la criatura. Dios nos sorprende porque es y actúa de maneras en las que no hubiéramos previsto hacerlo y como no se nos hubiera ocurrido. En cambio, las creencias y filosofías que ponen al hombre como dios tienen la misma esencia.

Asombrosamente, el evangelio de Jesús nos muestra el amor al prójimo, nos pone el ejemplo en Dios de cómo debemos ser y tratarnos, nos enseña sobre el perdón, la gracia, la verdad y la justicia para transformarnos y fundamentar en ello nuestras relaciones. Conocemos al Dios del pobre, de la viuda, del huérfano, del extranjero, del que enseña al rico y al que ha sido bendecido cómo tratar al diferente. Jesús nos muestra cómo poner primero al que sufre, al excluido, al humillado y a ser verdaderamente humanos como resultado de relacionarnos con él y someternos a su señorío, pues este Rey es lo que las naciones tanto anhelan y necesitan.

Efraín Ocampo es consejero bíblico y fundó junto con su esposa Paola Rojo la organización sin fines de lucro Restaura Ministerios para ayudar a toda persona a reconciliarse con Dios y con su prójimo.
Encuentra más sobre estos temas en sus libros sobre Restauración: 40 días en el desierto, Amar como a mí mismo y La Iglesia Útil.

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