Navidad 6: Relacionarnos con Dios a su manera
De esto trata el sexto capítulo del evangelio de Lucas. (más…)
Si nuestras motivaciones son equivocadas, nuestro evangelismo es equivocado.
¿Qué nos motiva a compartir el evangelio? En Restaura Ministerios hemos descubierto que, por lo general, lo hacemos animados por la campaña de evangelismo en turno. En el día a día el cristiano promedio no habla del evangelio principalmente porque no lo conoce y, por lo tanto, no puede o no quiere dar respuestas a las preguntas incómodas de las personas.
Sí, es cierto, sabemos que “afuera están los que necesitan a Dios”, pero está cada vez más presente la perversa motivación de ser más en número, sin importar a qué costo, y ese precio podría ser la salvación misma de las personas.
Trabajando en numerosas iglesias locales nos hemos percatado de que se predica un evangelio incompleto. Por ejemplo, se habla del amor de Dios, pero no del amor a Dios; se habla de recibir la vida eterna, pero no de morir a la vida carnal; de ser objetos de la gracia, pero no de la obediencia; de recibir a Cristo, pero no de vivir en Cristo; de ser salvos, pero no del arrepentimiento de pecados.
Esos énfasis distorsionados han convertido a las iglesias en lugares para tranquilizar conciencias corrompidas, centros de espectáculos, clubes sociales y hasta en negocios redondos para una o un puñado de personas.
Entonces, el propósito del evangelio también lo distorsionamos. El objetivo primordial de las buenas nuevas no es la salvación ni la vida eterna y mucho menos las bendiciones que Dios puede dar, es conocerle para adorarle. ¡Ese es el propósito, nuestro propósito!
Claro, para ello Cristo tuvo que morir por nosotros y así redimirnos del pecado y de la muerte para que vivamos para Dios, lo cual implica vivir en santidad y obediencia a quien nos hizo y restauró para que tengamos comunión con él. El medio no es el fin.
Cuando no predicamos la verdad tal como es, lo que en realidad estaremos predicando es una mentira. Es algo fuerte de decir, mas debemos decir la verdad también en esto.
Debemos tomar en serio examinar qué tipo de evangelismo hacemos. Si alguien profesa un cristianismo que se parece más a la religiosidad que Cristo denunció que al mismo Cristo, no es salvo. ¡Es algo serio!
Predicamos un mensaje a la medida de los oyentes para llevarlos al edificio de nuestras reuniones, pero ¿los estamos llevando a Cristo? Muchas veces, no. Si por nosotros fuera tomaríamos la decisión por ellos ––y eso hacemos–– pero eso no es amar a la gente. Está muy claro en la Biblia, el evangelio no es popular, no es de masas, no es un mensaje agradable al oído.
Predicamos la “parte bonita” para atraer a las personas. ¿Por qué empeñarnos en rebajarlo? ¿De qué sirve predicar una mentira si creerla no salva a nadie?
Atraer gente a nuestras reuniones no es el objetivo del evangelio.
Los simpatizantes del evangelio podrían llegar a la iglesia por actividades de reclutamiento masivo, las cuáles se fundamentan en animar a las personas a buscar a Dios. El Señor no necesita simpatizantes, busca adoradores en espíritu y verdad.
El reclutamiento ocasiona que personas conmovidas y emocionadas se proclamen como cristianos sin entender que deben morir a sus pasiones carnales y en adelante vivir una vida nueva en el Espíritu, la cual solo Dios produce en ellos.
Así como una imagen dice más que mil palabras, un texto bíblico dice más que mil razonamientos. Si predicamos y vivimos el evangelio entonces tendremos iglesias sanas, y si nuestro evangelismo lleva a la gente a Dios, no a edificios, también veremos los frutos de ese trabajo en personas nacidas de nuevo, que aman al Señor y a su prójimo.
18 El árbol sano no puede dar malos frutos, ni tampoco puede el árbol podrido dar buenos frutos. 19 Todo árbol que no lleva buen fruto es cortado y echado en el fuego. 20 Así que, por sus frutos los conocerán. 21 “No todo el que me dice ‘ Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22 Muchos me dirán en aquel día: ‘¡Señor, Señor! ¿No profetizamos en tu nombre? ¿En tu nombre no echamos demonios? ¿Y en tu nombre no hicimos muchas obras poderosas?’. 23 Entonces yo les declararé: ‘Nunca les he conocido. ¡Apártense de mí, obradores de maldad!’. Mateo 7
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