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¿Qué pasa cuando los excluidos sufren marginación también en la iglesia?
La película “Guasón” (2019) puede ser interpretada desde varios ángulos, pero yo lo haré desde mi asiento en la iglesia cristiana-evangélica.
La iglesia local es un refugio natural. Ahí llegan quienes tienen hambre y sed de justicia, los pobres en espíritu, los humildes, los que lloran. Por eso es inaceptable que los marginados por la sociedad sean doblemente marginados al serlo también por los cristianos.
He visto muchísimas veces que en las iglesias, especialmente las urbanas, se convierten en clubes clasemedieros y de ricos en los que sus miembros se incomodan con la presencia de los excluidos, los raros, los inadaptados sociales, los desposeídos, los diferentes.
Jesús mismo dijo que él venía a los enfermos y que él había escogido a los suyos, no al revés. Los suyos no son sabios, ni poderosos, ni de buena cuna. Son lo insensato del mundo que avergüenza a los estudiados; son lo débil del mundo que avergüenza a los poderosos. Es así para que nadie presuma haber sido escogido por Dios por sus méritos personales (1 Co 1:26-29).
Arthur Fleck creció con marcas emocionales, de rechazo, de abandono, de maltrato, de injusticia y estas se abrieron con los golpes de más rechazo, más abandono, más maltrato y más injusticias. Así se convertiría en el Guasón, al mezclarse su pasado, su presente y sus propias malas decisiones que lo llevaron al caos por medio del desequilibrio mental y emocional.
La sociedad y el gobierno lo abandonaron. La película nos engaña por un momento y lo percibimos exclusivamente como víctima, como si no hubiera tenido opciones o decisión propia. ¿Acaso fue el pretexto para ser quien realmente era? El abandono saca lo peor de nosotros y eso no sale de la nada: está en nuestro interior. Algunos deciden usarlo para contraatacar; otros, lo superan.
Como iglesias abandonamos a muchos; los mantenemos en la marginación. Abandonan la iglesia local porque ella los abandonó a ellos. Algunos se convierten en disidentes al apostatar y saben cómo hacerle daño, pues la conocen desde su interior, aunque ignoran que esa comunidad traicionó su vocación y propósito.
Irónicamente, lo que debió haber sido refugio se convierte en amenaza. La iglesia es comunidad sanadora al predicar y vivir el evangelio de Cristo en amor, servicio, consuelo, justicia, misericordia, compasión, corrección y enseñanza de sus miembros.
Su vocación es restaurar a otros porque sus miembros fueron restaurados. Cuando deja de ejercerla empeoramos porque, no solo seguimos practicando el mal, también lo justificamos y enseñamos a otros que está bien. Nos volvemos cínicos, duros de corazón y más necios.
Cuando discipulamos a alguien y nos responsabilizamos de esa vida ––y alguien más lo hace con la nuestra–– con amor y compromiso caminaremos juntos la milla y la segunda milla. Donde hubo abandono ahora hay amor, familia, amistad, sanación, restauración. Nos convertimos en un cuerpo y miembros los unos de los otros. Cambiamos el individualismo por la solidaridad. Entonces al que sufrió injusticias se le hace justicia al recibir en la iglesia lo que el mundo le negó.
El consejo de Dios forma parte de esta nueva realidad; renueva la mente a la vez que nos une. La verdad de Cristo es donde encontramos todos. Conocer, vivir y perseverar en el consejo de Dios ayuda a la iglesia a mantenerse fiel a su propósito, adorar a Dios; y vocación, restaurar.
Disney y las películas de Marvel relativizan todo y nos enseñan que todos somos buenos, hasta el más malo, y que vale la pena morir por la “buena humanidad” que las amenazas externas pretenden destruir. Por otro lado, Guasón nos muestra que los pretendidos buenos en realidad no lo son y que todos formamos parte de un engranaje social viciado. Cristo cambia eso con su iglesia.
En un mundo estridente en el que la estabilidad está sostenida con alfileres, sus líderes (Bruce Wayne o el Guasón) son cada vez más provocadores y dicen a las masas ––por lo menos aquella de la que provienen–– lo que quieren escuchar. Es un contexto que deshumaniza a las personas. Ahí la iglesia las dirige al Dios que las ama a pesar de ellas mismas y las transforma para volver a ser genuinamente humanos y cumplir su propósito para ser verdaderamente libres: adorar al Señor.
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