Porqué debemos dejar de esperar un avivamiento
Pedimos y pedimos un avivamiento, ¿qué sería mejor que eso? Aquí la respuesta. (más…)
La restauración del hogar comienza por la del hombre.
En una gran cantidad de consejerías matrimoniales y familiares he visto que cuando el hombre está mal, el hogar atraviesa dificultades.
Grupos políticos, sociales y hasta religiosos procuran destruir la autoridad del hombre recibida por Dios para servir y ser ejemplo a su familia. Esto se debe en parte a que el hombre ha usado esa autoridad para destruir a su propia familia.
En esta publicación de la serie #SéHombre me voy a concentrar en proveer orientación para que el hombre se haga responsable de su esposa y su pecado para cumplir su propósito en su familia.
Luego de que el primer hombre y la primera mujer pecaran por primera vez Dios llamó a cuentas a Adán. No es casualidad que no habló primero con la mujer o que hablara con Adán porque estuviera pasando por ahí. Dios llamó a Adán (Génesis 3:9).
El hombre fue creado primero y le fue dada autoridad sobre el mundo. Luego fue creada la mujer para ser ayuda idónea o adecuada para él, esto es, ella está equipada con todo lo que él tiene para que juntos puedan llevar a cabo la tarea asignada. Ella estaría a la par de él y al mismo tiempo él es responsable de ella.
A la primera falla, el hombre responsabilizó a su esposa y quiso echarle la culpa de lo que era su propio error (Génesis 3:12). Después Dios llama a cuentas a Eva porque ella debe responder por su propio pecado, pero el hombre debía responder por el suyo y el de su esposa.
La diferencia de responsabilidades entre el hombre y la mujer la apreciamos con mayor claridad en las consecuencias de un pecado y otro. La mujer sufriría las consecuencias de su pecado en ella misma, pero las consecuencias del pecado del hombre impactaron también al mundo, el cual fue maldecido por su causa.
El hombre debió recordar a su mujer el mandato de Dios para obedecerlo juntos. Es su responsabilidad pastorear a su esposa para ese mismo fin con ternura, paciencia, amor y gracia, pero sobre todo con su ejemplo al permanecer él mismo fiel al Señor. Asimismo, la responsabilidad del hombre es su esposa y los hijos que procrearon juntos. Ellos son su máxima prioridad y están por encima de su madre y sus hermanos puesto que dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer para ser uno solo.
Si el varón hace que su familia participe de su pecado solo traerá consecuencias indeseables y producirá más pecado. El problema actual es tan serio que en países como México es la mujer quien se ha responsabilizado por su esposo y familia, y ellas son generalmente mayoría en las iglesias cristianas.
Sí, el hombre debe responsabilizarse por el pecado de su esposa, y más que eso por su esposa misma. El servicio y el cuidado hacia ella redundará en multitud de bendiciones para él, para ella y su familia. Para que este ciclo virtuoso se repita la iglesia local tiene un papel determinante.
Cuando la iglesia no sirve y no cuida a los varones al restaurarlos, discipularlos y aconsejarlos, entonces las consecuencias negativas se dejan sentir en las familias. Luego viene de parte del hombre el maltrato, el abuso, la violencia, los adulterios y los divorcios, por ejemplo.
Sabemos que la iglesia no cumple con su propósito cuando entre los varones no hay amistades sinceras y profundas, y a veces por el contrario, hay complicidad en la práctica de pecados o tolerancia a esa situación. Solo hombres fieles a Dios que perseveran en su fe atraerán a Cristo a otros hombres, y juntos procurarán servir a sus familias con pasión y amor.
25 Esposos, amen a sus esposas así como también Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella, 26 a fin de santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua con la palabra, 27 para presentársela a sí mismo una iglesia gloriosa que no tenga mancha ni arruga ni cosa semejante sino que sea santa y sin falta. 28 De igual manera, los esposos deben amar a sus esposas como a sus propios cuerpos. El que ama a su esposa, a sí mismo se ama. 29 Porque nadie aborreció jamás a su propio cuerpo; más bien, lo sustenta y lo cuida tal como Cristo a la iglesia, 30 porque somos miembros de su cuerpo. 31 Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne.
Efesios 5
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