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Apariencias. Ese es uno de los conceptos que mejor definen a nuestra generación. No, más bien, a nuestra época. Mientras que unos aparentan estar mejor que nunca, otros aparentan que...
¿Qué es lo que distingue a un discípulo de los demás?
Cada cierto tiempo surgen modas entre los cristianos: el libro que se pone de moda en las iglesias y todos tomamos los cursos, el grupo de alabanza de moda, las canciones que cantamos en los cultos y hasta las iniciativas del momento para compartir el evangelio en las calles y hablar de Jesús a la mayor cantidad posible de personas. Son cosas buenas, pero si no ponemos la mira en las cosas de arriba, aquellas se pueden convertir en lo más importante.
Por eso, se ha convertido en un verdadero reto ser un seguidor de Jesucristo en medio de tanta novedad. Amigos, no tenemos que esperar a que llegue la nueva moda que “avive” un fuego que desde hace rato se viene apagando. Lo que necesitamos es seguir a Jesús cada día o simplemente ser simpatizantes de Jesús. ¿Qué implica la primera opción?
Apenas había dado de comer a una multitud de 5 mil hombres que le seguían, cuando el Maestro dijo que si alguien quería ser su discípulo, se negara a sí mismo, llevara su cruz cada día y le siguiera (Lucas 9:23). Más tarde, luego de mirar a grandes multitudes seguirle, Jesús se volvió a ellos y nuevamente les dijo que si alguno venía a él y no aborrecía aun su propia vida, y no cargaba su cruz para seguirle, el tal no podía ser su discípulo (Lucas 14:25-28). Luego de decir estas cosas muchos dejaron de seguirlo (Juan 6:66).
60 Al oír esto, muchos de sus discípulos dijeron: «Dura es esta palabra; ¿quién puede escucharla?» Juan 6 (RVC)
La realidad es que con la buena intención de que más personas sean salvas llegamos a adaptar el evangelio a las expectativas de las personas para que “le digan ‘sí’ a Jesús”. Cuando escuchamos y entendemos el evangelio, seguimos a Jesús no por ser el camino más atractivo, sino por ser el camino verdadero. Él no le ruega a la gente que lo acepte, nosotros necesitamos arrepentirnos de nuestros pecados y reconciliarnos con el Padre para vivir en libertad del pecado y tener comunión con él, así como para que seamos uno con él en este mundo corrompido.
¿Y cómo es Dios? Es amor, es bueno, es justo, es compasivo, es santo, es amoroso, es la verdad, es la vida. Entonces, si imitamos al Padre (aunque por el momento sea imposible hacerlo como debemos), ¿imaginas cómo sería tu vida, tu matrimonio, tu familia, tu iglesia, tu comunidad? ¡Maravillosa! La transformación de tu carácter la hace Dios, pero tu responsabilidad es seguir a Jesús: comprometerte a conocer al Padre, hacer lo que hace, ser como es. No podemos hacer eso y seguir siendo como somos.
4 Por tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, a fin de que, así como Cristo resucitó por el poder del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva. 5 En efecto, si hemos estado unidos con él en su muerte, sin duda también estaremos unidos con él en su resurrección. 6 Sabemos que nuestra vieja naturaleza fue crucificada con él para que nuestro cuerpo pecaminoso perdiera su poder, de modo que ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado; 7 porque el que muere queda liberado del pecado.
Romanos 6
Ser uno u otro depende, en un principio, del evangelio que nos predicaron. A veces nos han dicho cosas como las siguientes:
En esas afirmaciones hay mezcladas verdades con mentiras o por lo menos son medias verdades. Jesús no murió por nosotros porque seamos especiales. ¡Todo lo contrario! Somos pecadores y estábamos condenados. Nos ama no porque haya visto algo bueno en nosotros, sino porque él es amor. El plan de Dios es maravilloso porque nos rescata de la muerte, la condenación y la vanidad, nos da libertad del pecado y nos da comunión con él, pero no es maravilloso porque todo sea lindo según la opinión humana. Jesús dijo que si a él lo persiguieron y odiaron, también a nosotros(Juan 15:18-25). Solo Jesús podía salvarnos pues debía morir un injusto por los injustos para pagar él por los pecados de todos, por lo que solo debemos creer en ello, pero creer que eso es verdad también implica vivir de acuerdo con esa verdad. La salvación no solo implica una realidad eterna futura, sino además la presente: salvados de nuestra vana manera de vivir, de nuestra mente corrompida, de la esclavitud al pecado, de nuestras verdades engañosas, de la desesperanza, del sufrimiento por nuestras maldades y las injusticias.
El simpatizante se va a conformar con estar de acuerdo con Jesús, pero no vivirá según su ejemplo y enseñanzas. Le parecerá cierto lo que dice la Biblia, pero callará cuando tenga oposición. A diferencia del discípulo de Jesús, el simpatizante puede orar, leer la Biblia, recitarla de memoria, reunirse con otros cristianos, cantar alabanzas y hablar “cristiano” dominando la jerga bíblica, pero hace su propia voluntad y no la de Dios.
Cuando se habla de morir a uno mismo, de aborrecernos o de aborrecer nuestra vida no quiere decir que no nos vamos a amar ni que abandonemos nuestras carreras, las habilidades que Dios nos ha dado, las capacidades que nos ha permitido desarrollar, nuestros empleos ni mucho menos nuestro matrimonio ni nuestras familias. Lo que significa es que no amemos todo eso más que a Jesús, pues en él está la vida.
¿Qué significa que Jesús sea lo primero? No es ignorar a tu esposa por pasarte el tiempo con la iglesia; es amar a tu esposa como Jesús amó a la Iglesia, sacrificialmente. No es despreciar tu trabajo por querer hacer “cosas espirituales”; es adorar a Dios haciendo un buen trabajo, siendo agradecido por su provisión. No es dedicarnos a un ministerio de la iglesia local y no dejar tiempo para la familia; es ser un buen administrador de las vidas que Dios nos confió al educar, amar, consolar, animar, disciplinar, instruir y atender sus necesidades afectivas, espirituales…
El simpatizante piensa que dejar de hacer cosas malas es suficiente –y a veces ni eso–, pero el discípulo de Jesús se abstiene de lo malo y también toma acción y hace lo bueno, lo justo, imita a Jesús y no oculta sus debilidades, sino que confía en otro discípulo para que le ayude a superar los tropiezos. Por ello, reta a otros a imitarle porque imita a Cristo (1 Corintios 11:1). Es necesario dar ejemplo, incluso, para que otros vean qué hacemos cuando llegamos a fracasar.
Los apóstoles no eran superhombres, eran hombres débiles en los que se perfeccionaba el poder de Dios, quien convirtió esas débiles voluntades en testimonios vivientes del poder del evangelio.
Como ayer, hoy los simpatizantes que con mucha emoción siguieron a Jesús al principio dejarán de hacerlo porque no quisieron amarle más que a sus vidas. Por esta y otras cosas más ser y hacer discípulos nunca estará de moda, pero seguirá siendo lo que Jesús nos mandó.
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