La gente observa a los cristianos… ¡y hay que aprovecharlo! 

Según un dicho que he oído desde hace muchos años una persona rechaza a Dios o porque no conoce a un cristiano que le enseñe o porque conoce a uno.

Vivimos tiempos en los que muchos cristianos viven confrontados con quienes piensan diferente. Esa actitud pone un obstáculo entre la gente y Dios. Es hora de abrir diálogos con quienes no son creyentes. Podemos vivir en un mismo mundo y podemos amarlos mientras retenemos nuestras convicciones, y de hecho, ¡no amarlos sería renunciar a ellas! Es una oportunidad de oro para tender puentes y abrir conversaciones.

Desgraciadamente, he visto cómo la mayoría de esos encuentros están llenos de insultos cruzados de un grupo hacia el otro y eso abre brechas, no la comunicación.

Cómo nos ven a los cristianos

¿Cuál es la imagen que la gente tiene? Muchas veces damos la impresión de creernos moralmente superiores. Nuestras palabras no los tratan como a humanos. Ponemos una distancia entre ellos y nosotros, cuando el mensaje que hemos creído es para todos y, se supone, somos portadores de él.

Ven cómo tratamos con dureza ciertos pecados mientras justificamos la práctica de los propios. Consideran que nos creemos más justos que los demás y que juzgamos a las personas y las mandamos al infierno con nuestras sentencias.

Nos perciben como hipócritas: predicadores del bien y a la vez maltratadores de las esposas y los hijos, amantes del chisme, gente orgullosa, con lenguas que igual cantan alabanzas y maldicen, pervertidos sexuales, mentirosos, de doble ánimo e indiferentes a las necesidades de los demás. Y la realidad es que muchos de ellos hay entre nosotros.

Escojamos: hipocresía o integridad

¿Alguno profesa la fe en Cristo y piensa estar equivocado? ¡Claro que no! Creemos porque reconocemos que es la verdad.

Sin embargo, la fe no es para salvarnos a nosotros mismos de no ser como los demás, como aquel fariseo que ora a Dios dando gracias por no ser como un judío que recaudaba impuestos para el Imperio. Equivocadamente, el religioso se veía a sí mismo más cerca de Dios. El recaudador, por el contrario, oró con un corazón contrito, humillado, al saberse indigno de Dios pero necesitado de reconciliación con él. Ambos eran pecadores, pero uno fue justificado ante Dios. ¿Crees que fue el arrogante, soberbio y orgulloso que se justificó a sí mismo o el que reconoció su realidad espiritual?

La gracia recibida no es para ver al otro por encima del hombro, es para amar al prójimo con esa misma gracia para que se reconcilie con Dios. Él nos ama sin merecerlo y eso mismo debemos hacer con los demás, evitando pensar que los pecados de los demás son peores a los que practicábamos o los que algunos siguen practicando.

El dilema de la autoridad moral

Como cristianos, nuestra hipocresía echa por tierra nuestros esfuerzos porque conozcan a un Dios vivo.

Al no ser como el Dios a quien predicamos renunciamos a ser un canal de Su gracia. Presentamos a un Dios muerto que no puede vivificar a quienes creen en él porque nosotros mismos no reflejamos lo que creemos. Presentamos una fe muerta e inútil en este mundo. ¿Cómo podemos reclamar los cristianos la autoridad de llamar al arrepentimiento de pecados al pecador?

La Biblia nos habla de que el mismo poder que resucitó a Jesús de los muertos nos hace renacer para ser como Cristo y como Dios en términos de lo descrito anteriormente, y de vivir ya no una vida de maldades, sino de integridad y justicia, no para sentirnos mejores que los otros, sino para que Dios sane nuestras vidas y nuestra tierra (Romanos 8:11, Efesios 6:1, Tito 3:3-8, 2 Crónicas 7:14 y muchos más)

Llamado a los cristianos a ser luz: la oportunidad de oro

Entablemos diálogos y conversaciones que demuestren que Dios nos ha transformado, no nada más nuestro lenguaje y costumbres, sino el carácter y la vida completa.

Hay dos oportunidades aquí: que seamos luz y que alumbremos. En otras palabras, abandonar de una vez por todas nuestras maldades para, como lo haría Cristo, reconciliemos al mundo con el Padre.

¿Hasta cuándo seguiremos alejando a la gente de Dios? Porque no somos atacados y menospreciados por nuestra integridad ni por ser como Jesús, sino por no serlo. Nuestro sufrimiento no es causado por practicar la justicia, pues proviene muchas veces de nuestra rebeldía y necedad.

Dios ha puesto a su Iglesia no para oprobio, sino para ser luz puesta en un lugar visible (Mateo 5:14-16). Llevemos a la gente a Dios con fidelidad, sin distorsionarle; y pureza, sin tergiversar su mensaje.

De la conclusión a la acción

Por nuestra incongruencia desprecian Dios. Por quienes nos ostentamos como sus representantes otros blasfeman. Tal como Israel había sido puesto por ejemplo para las naciones con el propósito de dar a conocer la magnificencia de Dios y su sabiduría por su ley, mas fueron rebeldes. Así en la iglesia muchos han confiado equivocadamente en sus méritos.

A aquellos que aseguran que el evangelio es un mensaje de condenación, no crean eso, sino de reconciliación:

11 Diles: “Tan cierto como que yo vivo —afirma el Señor omnipotente—, que no me alegro con la muerte del malvado, sino con que se convierta de su mala conducta y viva…” Ezequiel 33 (NVI)

11 Porque la gracia de Dios se ha manifestado para la salvación de todos los hombres, 12 y nos enseña que debemos renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y vivir en esta época de manera sobria, justa y piadosa, 13 mientras aguardamos la bendita esperanza y la gloriosa manifestación de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, 14 quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. Tito 2 (RVC)

El evangelio no es únicamente nuestro mensaje, debe ser nuestra vida. Mira este testimonio:

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Efraín Ocampo es consejero bíblico y fundó junto con su esposa Paola Rojo la organización sin fines de lucro Restaura Ministerios para ayudar a toda persona e iglesia a reconciliarse con Dios y con su prójimo. También es autor del éxito de librería “La Iglesia Útil”, entre otros libros.
Encuentra más sobre estos temas en sus libros sobre Restauración: 40 días en el desierto, Amar como a mí mismo y La Iglesia Útil.

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