Van contra la iglesia por “discurso de odio” y “discriminación”
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Trabaja en tu restauración y observa cómo Dios transforma tu vida.
Evadir tu realidad no la cambia.
En mayor o menor medida deseamos que nuestra vida sea diferente. En el fondo, muchos cristianos quieren que sus vidas no sean las mismas. Sufren por sus pecados y sus consecuencias.
Ya no quieren mentir. Ya no quieren robar. Ya no quieren maldecir. Ya no quieren que su ira los domine. Ya no quieren golpear a sus cónyuges. Ya no quieren mirar pornografía. Ya no quieren ser orgullosos. Ya no quieren guardar rencor y retener el perdón. Ya no quieren chismear. Ya no quieren aborrecer a sus padres. Ya no quieren llorar porque siguen siendo los mismos a pesar de sus intentos.
Como Consejeros Bíblicos, te recomendamos llevar a cabo estas 7 acciones de restauración para que al ponerlas en práctica mires cómo Dios actúa en tu vida y la transforma a la imagen de su Hijo, lo cual es el propósito de que tú seas “cristiano”.
Ya intentaste “ser cristiano” y no pudiste. Esto es porque el Evangelio nos enseña que somos pecadores y por ello estamos muertos. Nuestras maldades nos han dominado siempre y, como somos esclavos de ellas, por muchos esfuerzos que hagamos no podemos cambiar nada de nosotros. En cambio, Dios puede.
Cada día de tu vida debes recordar esta verdad. Ahora, decidir hacer algo no es igual a hacerlo en tus fuerzas. Jesucristo nos pide creer, esto es actuar. Como no podemos cambiarnos, acudimos a Cristo, quien nos da libertad de ellos cuando estamos dispuestos a dejar de practicar los pecados que nos han esclavizado.
Eso es arrepentimiento. Dios usa tu débil disposición para hacer algo nuevo en ti. ¿Ves cómo Él sí puede?
Por eso las religiones, filosofías de autoayuda y superación personal, y disciplinas como la sicología o el coaching están limitados. Nos enseñan a hacer los cambios por nosotros mismos o a usar a Dios para que haga lo que queremos o necesitamos.
Dios sí sabe lo que queremos y necesitamos; nosotros no. El Evangelio no es lo que queremos, pero sí es lo que necesitamos.
Una vez que te has sentado a reflexionar cómo estás destruyendo tu vida por la práctica deliberada e intencional de tus pecados y has reconocido que no puedes cambiar por ti mismo esta situación, entonces estás listo para que Dios perfeccione su poder en ti.
La mayoría usa la debilidad para justificar ante Dios y los demás la práctica de sus pecados. Dios no nos deja espacio para ello. Él demanda de nosotros arrepentimiento de nuestro pecado.
Dios usa nuestra debilidad para ayudarnos a reconocer nuestra necesidad de Cristo, no para concedernos una licencia para continuar haciendo aquello que llevó a Jesús a la humillación, el escarnio y la muerte. Nuestra necesidad de Cristo nos lleva a reconocer nuestra necesidad de arrepentirnos.
Cada día debes acudir a quien sí puede transformar tu vida, a aquel que tiene el poder de darte libertad de tus pecados para ya no practicarlos más. Esto te capacita para cumplir los dos mandamientos en los que descansa toda la ley y los profetas, que todos los que hemos depositado nuestra fe en Cristo debemos cumplir.
Tómate un tiempo y escribe qué decisiones debes tomar para: amar, dejar malos hábitos, desechar el orgullo, la ira, la mentira, en fin, todo pecado que estés practicando.
Ponle nombre a tu pecado, perdona y pide perdón a Dios y a los que has ofendido. Sigue adelante. No importa cuánto tiempo has estado metido en ese hoyo ni la vergüenza que sientes por ello, ahora Dios puede hacer todo nuevo.
Cada día reflexiona en qué decisiones has tomado y lo que necesitas hacer para mantenerte firme en la fe. Los creyentes de mejor testimonio tropiezan porque dejan de examinarse. Para llevarlo a cabo es necesario confrontar tu vida con la Biblia. Sigue leyendo.
En las iglesias por lo general nos enseñan a orar, leer la Biblia y reunirnos con la iglesia los domingos. Lo que a veces no nos enseñan es cómo hacerlo o la actitud correcta para hacerlo.
Ora, pero no como para poner a Dios a tu servicio, sino para ponerte a su servicio y pedirle que te ayude a hacer su voluntad. Esto lo explicamos con mayor profundidad en este artículo.
En otras ocasiones oramos y leemos la Palabra para “cumplir” con Dios o con lo que se nos ha enseñado. No comprendemos que oramos debido a nuestra necesidad de alinear nuestra voluntad corrompida con su Santa voluntad, pues esto solamente puede ser posible a través de la oración, y la meditación y práctica de los mandamientos.
Así en vez de que orar y leer la Biblia sea una actividad más que compite por un lugar en nuestra apretada agenda diaria con otras muchas actividades, tendremos el anhelo de practicar estas disciplinas espirituales.
Ya te dijimos que debes leer la Biblia, pero debes entender que no se trata únicamente de leerla. Muchos de quienes han buscado restauración con nosotros leían su Biblia. Sufrían por su pecado y sus consecuencias debido a que la leían para obtener conocimiento o para cumplir con su lectura del día, y no permitían que el Espíritu Santo acusara sus conciencias para saber qué están haciendo mal y entonces ponerla en práctica.
Si llenas tu mente de la mente de Dios sabrás con certeza qué aprueba y qué desaprueba. Así es como siempre procurarás pensar y hacer aquello que Él aprueba, y apartarte de lo que desaprueba.
Recuerda, si no llenas tu mente de la Palabra de Dios, la llenarás de ti, de tus deseos egoístas, de tus pensamientos viciados o de la manera de pensar de la cultura imperante.
La mejor manera de hacer todo lo anterior es enseñar a otros a hacerlo mostrándoles cómo el Evangelio ha transformado tu vida. En otras palabras, cómo haces estas cosas.
Jesús insistió en que un discípulo suyo y que quien verdaderamente fe es el que oye y pone en práctica sus enseñanzas y los mandamientos de Dios (en realidad son lo mismo). La fe es creer y hacer, y si no tiene obras está muerta (Santiago 2:14-25).
Haz lo que debes hacer y sé ejemplo a otros de lo que Dios ha hecho en ti.
Un verdadero arrepentimiento es uno que permanece en el tiempo. Es cierto que llegaremos a tropezar en algo, mas ya no volveremos a la práctica deliberada e intencional de aquellos pecados de los cuales nos arrepentimos.
Sigue así, persevera en la doctrina de Jesús, continúa guardando los mandamientos, amando a Dios por sobre todas las cosas y con todas tus fuerzas, y con toda tu alma y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo.
El arrepentimiento no es un acto de una vez en la vida. Permanece arrepintiéndote cada día y crece en el conocimiento de Dios, no para ganar discusiones, sino para conocer mejor al Dios a quien adoras y hacer su voluntad.
Espero que estas recomendaciones te sean útiles para decidirte a ser restaurado por el poder de Dios en este año que comienza. Acércate a creyentes maduros y rinde cuentas a ellos de este proceso que comenzarás. Nadie puede ni debe hacerlo solo. Si lo prefieres, también podemos ayudarte.