Esta esperanza se encuentra en todo ser humano.

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La muerte de un ser amado es una de las experiencias humanas más desgarradoras o más intensas, dependiendo de la cultura. Todos hemos visto o vivido el dolor provocado por la ausencia de un ser amado. Es algo tan humano que diversas culturas muy antiguas como la egipcia, la romana, la celta o ciertas americanas prehispánicas tenían rituales relacionados con los muertos.

La idea principal era recordarlos. Algunas de esas tradiciones incluían creer que volvían de la muerte. En México, el mestizaje creó una fuerte creencia en que una noche vuelven a la tierra de los vivos a disfrutar sus comidas favoritas, pero sobre todo a estar con sus familias que los recuerdan con sus fotos.

El ser humano guarda una esperanza de la vida después de la muerte. Es común escuchar expresiones como que nuestro abuelo o abuela nos cuidan, que los papás que ya no están se sienten orgullosos de sus hijos, que los bebés o niños que se nos adelantaron son angelitos que cuidan a sus progenitores. Sería una total ofensa decirle a alguien que sus muertos ni ven ni escuchan, que ya no están y que ya no son, por el cariño que les tienen y por la desesperanza que eso significa.

Asistí a un velorio. No era el de un anciano que murió por los años; tampoco el de un adulto que murió por alguna enfermedad o un accidente. Era el de un bebé de días de nacido. En lo personal, nunca había estado en uno y es desgarrador contemplar el pequeño ataúd y, dentro, el diminuto cuerpo. Cuando muere un adulto o un joven nos da pena el hecho de que le conocimos y, cuando deja este mundo pequeñito, el dolor se debe a que no le conocimos. Como sea, la gente muestra el anhelo de que esa persona esté bien en algún lugar más allá de la vida. Por eso son tan fuertes y significativas tradiciones como el Día de Muertos, conocido en el catolicismo como el Día de Todos los Santos.

Cuando alguien muere, el dolor visible en los rostros de sus parientes y amigos, audible en sus palabras y el tono de sus voces, no es algo que se pueda aliviar con palabras. No hay nada más difícil que expresar algo a quien está en duelo. El gesto más elocuente es, al fin y al cabo, un abrazo sentido y acompañar.

Irónicamente, aunque se habla mucho de la muerte, casi no se piensa en ella, en lo que realmente es y significa. ¿Por qué? La gente no quiere pensar en ello, pues implicaría cuestionar sus creencias al respecto y no quieren tener esa sensación de que la muerte no es un estado descanso, de tranquilidad y quizás de felicidad. Pero la muerte es un tema complicado aun entre los cristianos. En los velorios y funerales, comúnmente se dice que “Dios se quiso llevar a la persona” o que “Dios tiene un propósito” en ese deceso. Pretendemos consolar espiritualizando la tragedia con la intención de darle sentido y de dar tranquilidad, pero muchas veces se logra el efecto opuesto. Terminamos malrepresentando a Dios como un todopoderoso caprichoso, un dictador que quita la vida a su antojo, un soberano indiferente al dolor de sus súbditos.

Nosotros mismos actuamos con indiferencia cuando pensamos que la verdad sin amor es la actitud correcta ante la muerte. La respuesta usual es la doctrinal: “nosotros no rendimos culto a la muerte”. Eso es verdad. Necesitamos una respuesta que sea verdadera y que también sea amorosa; una que refleje nuestras creencias, pero también nuestra ética cristiana y nuestros valores, los del reino de los cielos; una espiritual que no condene a los humanos, sino que los llame a la reconciliación con el Padre; una que nos acerque, no que nos distancie; una que vaya más allá de lo aparente y nos identifique con el dolor y el miedo ante lo incierto; una que genera esperanza, solidaridad y asombro ante el Dios maravilloso que con verdad y amor, nos libra de la muerte para darnos vida en Jesucristo, quien es la expresión fiel de la verdad y el amor.

¿Por qué tenemos este anhelo de la vida después de la muerte? Porque la muerte asusta. Cuando la gente recuerda a sus muertos no es porque amen la muerte, sino porque aman a las personas que la muerte les arrebató de su lado. Es la muerte la que nos aparta de quienes amamos, no Dios. Una persona sana mental y emocionalmente no desea morir. Es algo que nos da tanto miedo que por eso no pensamos en ella. De hecho una persona espiritual no está deseando morir, pero ve en la muerte un medio para algo más, no el fin de todo. La muerte misma es la consecuencia de haber rechazado a Dios cada uno de nosotros. Es la consecuencia lógica porque fuera de Dios no hay vida y no puede haberla si él mismo es la definición de vida.

Por eso él, a pesar de nuestra decisión de vivir la vida sin Dios al hacernos nosotros mismos nuestro propio dios para decir qué es lo bueno y qué es lo malo, ideó reconciliarnos con él a través de la fe en Jesucristo. Eso es lo más importante, pero la consecuencia inevitable es destruir la muerte (1 Corintios 15:26). Esa es la esperanza que tenemos en Jesucristo. Así, convirtió a la muerte en la forma de terminar con la enfermedad, con el sufrimiento, con el dolor, con el hambre, con la injusticia, con la mentira, con el pecado. Después de la muerte, quienes pusieron su confianza en Jesucristo no experimentarán ninguna de esas cosas y, mientras vivimos esta vida, la esperanza nos ayuda a sobrellevar todo lo que es parte de esta vida.

Después de saber esto, ¿la muerte te sigue asustando? Jesús resucitó a un hombre llamado Lázaro para demostrarnos que decía la verdad cuando dijo:

25 Entonces Jesús le dijo:
—Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; 26 y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?
27 —Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que había de venir al mundo.

Juan 11 (NVI)

En esta época hemos sentido cerca a la muerte. Estemos cerca de quien necesita consuelo y conocer la verdad con amor.

Efraín Ocampo es consejero bíblico y fundó junto con su esposa Paola Rojo la organización sin fines de lucro Restaura Ministerios para ayudar a toda persona e iglesia a reconciliarse con Dios y con su prójimo. También es autor del éxito de librería “La Iglesia Útil”, entre otros libros.
Encuentra más sobre este tema en su libro “Las Iglesias del Covid-19“. Conoce su libro de Restauración Personal “40 días en el desierto“. También lee el libro de Restauración de Relaciones “Amar como a mí mismo” y de Restauración de Iglesias “La Iglesia Útil“.

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