Este es el problema del enfoque de género en la violencia.

El concepto de violencia de género forma parte del ejercicio de la política con base en el género, cuya base son presuposiciones que mezclan datos con consignas ideológicas y políticas que tienen un origen, ofrecen un diagnóstico del problema y una solución. 

El problema diagnosticado por el enfoque de género

Por ejemplo, una presuposición fundamental es la existencia del patriarcado, el cual consiste en que el hombre (en singular) mantiene sumidas a las mujeres (en plural) en opresión, la cual se manifiesta tanto en lo laboral como en lo familiar, así como en el acoso y la violación sexual, y la violencia que tiene un amplio rango de expresiones que van desde tener y ejercer un concepto de feminidad diferente hasta el hostigamiento verbal y la violación misma. De tal manera que, al asumir que el hombre siempre oprime a la mujer, se generaliza el problema en lugar de atender las causas de la violencia, y particularmente de lo que hace a algunos hombres violentos y que muchas veces dirijan esa violencia en contra de la mujer.

Eso, sin mencionar que ignora el hecho de que los hombres reproducen el ciclo de la violencia al haber sido víctimas ellos mismos de abusos por parte de sus madres. Está bien documentado que la mayoría de los asesinos seriales varones que mataron mujeres tuvieron madres manipuladoras, opresivas, dominantes, crueles que los humillaron, maltrataron y castraron psicológicamente. Bajo el concepto de la violencia de género esta realidad simplemente no existe o, por lo menos, la ignora.

La realidad propuesta por el enfoque de violencia de género consiste en que toda acción no solicitada es acoso por lo que, al no existir reglas claras y exhaustivas que regulen las relaciones e interacciones más allá de las obvias que implican abuso y violencia, depende de cómo es percibida una acción y de las consecuencias que tuvo en la víctima (los efectos emocionales, por ejemplo) más que de la intención del supuesto perpetrador. Así, potencialmente deja a los hombres desprovistos de protección ante falsos señalamientos, manipulaciones y chantajes. Son cada vez más comunes los casos de mujeres que acusaron a sus ex parejas de abusar de ellas y resultó que solo querían hacerles daño y mintieron a las autoridades.

El concepto de violencia de género da por sentado que es el hombre quien tiene el monopolio de la violencia, que la ejerce a través de las instituciones existentes (gobierno, procuración de justicia, el matrimonio, la religión…) y que es la mujer la que siempre es la víctima. Si bien es cierto que históricamente la mujer ha sufrido injusticias, el hombre también es víctima de las injusticias, de la violencia que ejercen otros hombres malvados. En todos los países occidentales el hombre tiene los trabajos más duros y extenuantes, los más riesgosos, encabeza las estadísticas de suicidio y las de encarcelamiento, y son los que más mueren en guerras, por ejemplo. Si el hombre fuera el opresor de la mujer, no habría hombres en esas circunstancias. Por supuesto, la mayoría de los más ricos del mundo son hombres, pero estos son una proporción pequeñísima, mientras que la mayoría viven condiciones adversas. Esto prueba que el sistema no está hecho para el beneficio del hombre (en singular).

Aunque ciertamente el enfoque de género ha visibilizado problemáticas que afectan a las mujeres, es la generalización la que invisibiliza la violencia humana y la convierte en un problema en el que la mujer sufre violencia por ser mujer. Esto se justifica con la terrible realidad de los crímenes hacia ellas, lo cual no significa que siempre sean cometidos por el hecho de ser mujeres. Al considerarse así, se deja de tomar en cuenta los problemas psicológicos, emocionales, sociológicos y de otra índole que afectan a hombres y mujeres que están distorsionando el concepto que tienen de sí mismos, de las relaciones, de la sexualidad y de las relaciones sexuales, por mencionar algunos temas imprescindibles.

El problema es humano, no de género

En cada consejería puedo ver que muchos son los factores que alienan al hombre y resultan en comportamientos antisociales que le afectan como individuo y cómo se vincula con otros, especialmente con las mujeres. La disponibilidad directa y gratuita de millones de horas de pornografía, la reproducción de ideas falsas sobre las relaciones a través de los medios de comunicación, la proliferación de hogares disfuncionales que reproducen modelos de abuso y violencia, así como la carencia de modelos masculinos de madurez, integridad, respeto, disciplina, responsabilidad y autocontrol, entre muchos más.

Las mujeres no son inmunes a desarrollar conceptos distorsionados acerca de sí mismas, de los hombres, de su sexualidad, del ejercicio de su sexualidad, las relaciones, el amor, la felicidad, entre otros. Muchas adolescentes están convencidas de que para conseguir el aprecio del chico que les gusta deben estar disponibles sexualmente para ellos en las condiciones que ellos establezcan. Muchas piensan que deben mejorar su experiencia sexual para tener mejores y más significativas relaciones sentimentales con los hombres.

Por lo anterior, el concepto de violencia de género no solo sobresimplifica la problemática social, sino que no ayuda a combatir en su origen los factores que alimentan la violencia que hombres y mujeres sufren en el día a día por sus parejas sentimentales, sus padres y madres, sus compañeros de escuela y de trabajo, familiares y hasta por desconocidos.

Es urgente combatir la violencia tan extendida en nuestras sociedades, pero con enfoques integrales que consideren la complejidad de la problemática, no con interpretaciones que responden a consignas ideológicas y políticas, y no a la realidad.

El evangelio es la respuesta al problema humano

Es mi convicción que el evangelio de Cristo provee de conceptos saludables de la masculinidad y la feminidad al considerar iguales en dignidad al hombre y a la mujer, pero reconociendo sus diferencias, las cuales ciencias como la biología, anatomía, genética, genómica, neurología, del comportamiento, entre otras, han estudiado y documentado por décadas. Las políticas de género descartan que existan diferencias entre hombres y mujeres y de hecho, en países como los escandinavos donde han implementado por décadas políticas educativas, sociales y laborales con enfoque de género esperaban que las mujeres optaran más por intereses típicamente masculinos, pero el resultado resaltó las diferencias que buscaban combatir. Claro, ha sido positivo en el sentido de que más mujeres han ‘roto el molde’ y desarrollan sus habilidades fuera de estereotipos sexuales y sociales, mas la mayoría continúa optando por intereses típicamente femeninos.

No es el evangelio, sino la sociedad en cada contexto la que crea categorías y roles de género y los impone. El evangelio muestra una masculinidad y una feminidad a partir de un orden que favorece la armonía, el amor, la justicia y la responsabilidad reconociendo las fortalezas y debilidades humanas, así como de cada sexo. Asimismo, los dota de los recursos de los que carecen mediante la transformación de hombres y mujeres que estaban esclavizados al pecado, de una naturaleza en la que obedecen sus instintos, deseos y necesidades, a una libre en la que hacer lo bueno y lo justo imitando a Dios es posible y beneficioso para sí mismos y quienes les rodean.

Tal evento tan extraordinario y sobrenatural es realizado en las vidas de quienes temen a Dios y abandonan la práctica de sus maldades, pues no es un cambio que el ser humano pueda llevar a cabo por sí mismo. Por esa razón, la fe cristiana es un fundamento para las relaciones sanas y complementarias, que además fomenta la responsabilidad personal de todo individuo y una ética en la que el estándar no es humano, sino Dios mismo: la representación del bien y la justicia por antonomasia.

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