¿Qué podemos hacer ya ante el incremento de los suicidios?

Es un fenómeno mundial. Más gente se suicida en todo el mundo, de todas las edades y especialmente los varones, pero conversando con amigos cristianos este sigue siendo un tema ignorado completamente en muchas las iglesias, además de otros de importancia. Tal parece que si no hablamos de ello el problema dejará de estar ahí, aunque miembros de nuestras iglesias locales se estén sumando a las estadísticas.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi), en 2020 hubo más suicidios en México comparado con el año anterior. De casi un millón 70 mil muertes, 0.7 por ciento fueron suicidios. Así, parecería que podemos seguir tranquilos con nuestros cultos y actividades. Pareciera que no hay un problema, pero estamos hablando de 7 mil 818 personas que se quitaron la vida. Conocíamos a varios de ellos. Es una tasa de suicidio de 6.2 por cada 100 mil habitantes, más alta a la de 2019, que fue de 5.6 por ciento.

¿Por qué alguien piensa en el suicidio?

Se sabe que entre las causas están sufrir acoso (por su fe, su aspecto, su personalidad o solo porque conocen a un acosador – bully), haber sido víctimas de abuso (psicológico, emocional, maltrato físico, sexual, religioso u otros), familia fracturada, ausencia de comunicación con la familia, carencia de amistades, que no se tiene una razón para vivir (vació existencial), y en suma, estar frente a circunstancias personales, relacionales, laborales o incluso espirituales (desesperanza) que nos hacen pensar que no tienen solución y, por lo tanto, es mejor morir a afrontar las consecuencias por la culpa, el dolor o la ansiedad que producen.

¿Cuáles podrían ser tales circunstancias por las que es mejor morir? En mi práctica de Consejería cristiana quienes manifiestan ideas suicidas han sido cónyuges que fueron infieles y fueron descubiertos, personas cuyo secreto salió a la luz, que no encuentran trabajo y viven bajo mucha presión por pagar las cuentas y sostener a su familia, que no pueden superar la culpa que sienten por lo malo que hicieron o hacen y no pueden abandonar, así como personas que viven frustradas porque la vida no es lo que desean o esperan.

Algunas de las frases que escucho en Consejería son: “destruí lo que más amaba, ya no tiene caso vivir”, “quiero que Dios termine con mi sufrimiento”, “Dios no me va a perdonar, mejor me muero”, “después de lo que hice no merezco vivir”, “soy una carga para todos” y otras similares. ¿Has pensado esto o escuchado a alguien decir algo similar? ¡Cuidado! Pero hay esperanza.

La iglesia puede hacer algo

Según el Inegi, la tasa de suicidios en los hombres es de 10.4 fallecimientos por cada 100 mil (6 mil 383); en las mujeres es de 2.2 por cada 100 mil (mil 427). “Personas reales que conocimos que se reunían con la iglesia se mataron”–, me cuenta un hermano y amigo de Aguascalientes. Formaban parte de esa iglesia local, pero muchos más se están quitando la vida y formaban parte de una. Quizá la tuya o la mía. Sin embargo, a pesar de que ya no están, el suicidio sigue siendo un tema del que no hablamos en nuestras congregaciones. En lugar de afrontar el problema, si acaso lo hemos reducido a una discusión doctrinal acerca de la salvación o condenación de los suicidas. ¿Será para sentirnos mejor, en cualquier caso?

Como comunidades de fe nuestra respuesta no puede ser únicamente trasladar el asunto a un psicólogo, si el suicida aún no logra su objetivo, o a un tanatólogo si lo consiguió. Podemos y debemos asumir nuestra responsabilidad en esto. Como comunidad, familia, como un mismo cuerpo podemos echar mano del evangelio de Jesucristo para ayudar a sanar, animar, consolar y lo que haga falta. Debemos empezar por la familia, donde también comienza la iglesia.

El esposo ama a su esposa de tal manera que da su propia vida por ella como Cristo se entregó por su Iglesia (Ef. 5:25), vive solo para ella (26a), procura proveerle de las palabras de Dios para que viva en plenitud y pureza en su mente y emociones, para que tome buenas decisiones (26b-27), le da todo lo que necesita (28-29) y la trata como a su propio cuerpo (30-31). Un matrimonio así es sano y una familia así provee de un ambiente que desarrolla relaciones profundas. Una vida que hace de Jesucristo su camino, su verdad y su vida es amorosa, íntegra, cuida de las otras, sirve, hace el bien, en fin, es humana y considera a las otras vidas como preciosas porque Jesús dio la vida por ellas para reconciliarlas con Dios. Al ser esposos y esposas que han hecho a Jesús su Señor, seremos padres y madres que hacen del hogar el lugar más seguro, en el que es posible expresarse, pedir ayuda, cultivar el perdón como respuesta a las equivocaciones –tanto pedirlo como otorgarlo–, en el que cada miembro se ama correctamente, ni más ni menos.

Cuando somos personas que aman a Dios aprendemos a amar la vida porque él nos la dio a cuidar, y no solo la nuestra, sino la del prójimo. Podemos ofrecer una escucha atenta al que sufre para saber por qué, qué provoca eso en la persona, mostrar que nos interesa, hacer algo al respecto, desechar la condenación y, según la sabiduría de Dios, dar ánimo y consejo al desorientado o confundido, pero sobre todo esperanza. Amémonos de tal manera que aprendamos a observar y, principalmente, a preguntar si algo anda mal y estar prontos para actuar en favor de otros. Esto no pasará si somos egoístas practicantes de la religiosidad.

Al amar a otro como nos amamos podemos ser amigos de los rechazados, acompañar al que sufre y hablar de que, en Cristo, tenemos la oportunidad de volver a empezar, de ser sanados, de superar la culpa, de rehacer nuestras vidas, de enmendar el camino al hacer el bien y lo justo, y de recibir restitución de una familia a través de la Iglesia, y así recibir el compañerismo y apoyo necesario para superar los problemas (obtener trabajo, alimento, apoyo en su salud, por ejemplo). Seamos iglesia al ser uno, y sobre todo, uno con el que sufre para colaborar en su restauración.

Dios hace nuevas todas las cosas

No es una frase bonita sacada de un versículo que nos distrae del problema… ¡es una realidad que nos da nueva perspectiva para afrontar cualquier problema! Se piensa que lo espiritual es algo que distrae para no pensar. Todo lo contrario. El evangelio de Jesucristo es poder de Dios para salvación a todos los que creen. Eso escribió Pablo en su carta a los romanos (1:16-17). Si espiritualizamos esto pensaremos que esa salvación es solamente futura, para “estar por siempre con Dios” después de la muerte.

Miremos de nuevo el capítulo 1 de Romanos y observemos que, después de esta frase, Pablo describe qué ha hecho el ser humano por lo que Dios mostrará su ira castigando toda maldad e injusticia. Precisamente, de todas esas cosas Jesús nos salva en esta vida, en este tiempo, en nuestro presente. La salvación comienza ahora recibiendo perdón por nuestros pecados y teniendo libertad al dejar de vivir esclavizados de ellos; al ser renovada nuestra mente para conocer la verdad y pensar correctamente acerca de Dios, de nosotros mismos, de los problemas, de nuestra responsabilidad ante ellos y también sabiendo de qué no somos responsables (p. e. de cómo son los demás, sus problemas y su manera de afrontarlos en sus decisiones).

Así, desechamos la causa de nuestro sufrimiento para ver la vida con las posibilidades que tenemos en Cristo: reconciliación con Dios, libertad, paz, amor, aceptando las cosas como son, asumiendo nuestras responsabilidades tomando el control de nuestra vida al rendirla a Jesús, sufriendo las injusticias por hacer el bien y lo justo sabiendo que el Justo nos hará justicia (1 Pedro 2), en fin, disfrutando que Dios hace nuevas todas las cosas al vivir como sabios, no como necios, aprovechando al máximo cada momento, porque los días son malos (Ef. 5:15-17.)

Sí, tenemos que morir, pero a nosotros mismos, a nuestros pensamientos y deseos corrompidos, para entonces experimentar la vida en Cristo de manera sobrenatural, pero en nuestra realidad natural; divina, pero en la tierra; espiritual, pero en nuestra débil humanidad. ¡Ánimo!

Más información estadística

El grupo de población de 18 a 29 años presenta la tasa de suicidio más alta: 10.7 decesos por cada 100 mil personas, seguida del grupo de 30 a 59 años, con 7.4 fallecimientos por cada 100 mil.

Los estados con más suicidios por cada 100 mil habitantes son Chihuahua (14.0), Aguascalientes (11.1) y Yucatán (10.2). Los estados de Guerrero, Veracruz e Hidalgo tienen las tasas más bajas con 2.0, 3.3 y 3.7, respectivamente.

El suicidio en México es la tercera causa de muerte en adolescentes de 15 a 19 años y la quinta entre menores de 15 años, de acuerdo con Martha Georgina Ochoa, profesora de la Facultad de Medicina y jefa del Servicio de Psiquiatría del Centro Médico Nacional “20 de noviembre” del ISSSTE.

Efraín Ocampo es consejero bíblico y fundó junto con su esposa Paola Rojo la organización sin fines de lucro Restaura Ministerios para ayudar a toda persona e iglesia a reconciliarse con Dios y con su prójimo. También es autor del éxito de librería “La Iglesia Útil”, entre otros libros.
Encuentra más sobre este tema en su libro “Las Iglesias del Covid-19“. Conoce su libro de Restauración Personal “40 días en el desierto“. También lee el libro de Restauración de Relaciones “Amar como a mí mismo” y de Restauración de Iglesias “La Iglesia Útil“.
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