La “maléfica” mentira del relativismo moral: somos buenos (y malos)
La posmodernidad taladra en nuestras mentes el relativismo moral. Cuidado. (más…)
¿Qué diferencia haría un hombre en su familia? Toda.
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Lo que la gente interpreta como masculinidad no es hombría, sino la idea de lo que algunos piensan que debe ser. Para ser hombres, los hombres que las familias y que el mundo necesita, debemos voltear a Dios y evitar ser confundidos con los discursos de moda que destruyen más y más ––en lugar de regenerar–– el concepto de ser hombre.
Dios creó a la mujer después de haber creado al hombre y la puso a su cuidado al presentársela. El hombre no la vio como competencia, como una invasora, como una carga ni como alguien de quien abusar… ni siquiera la vio como una compañera. Adán vio a Eva como parte de él, y se vio a sí mismo y a ella como una unidad (Génesis 2:21-24).
En ese sentido, el hombre es considerado el responsable principal –no necesariamente único– de su familia (Génesis 3:8-12), de proveer en su hogar lo moral y espiritual (Génesis 3:17a), así como lo material (Génesis 3:17b-19) y lo necesario para que, desde la esposa hasta los hijos, todos pudieran florecer. Por supuesto, no podría cumplir con su encomienda de parte de Dios sin la mujer.
Significa que tenemos el privilegio de servir a nuestra esposa, hijos y familia de dichas maneras. Así como Jesucristo vino al mundo no para ser servido, sino para servir, la autoridad recibida de parte de Dios al hombre consiste en el servicio.
Es cierto, hemos distorsionado esa autoridad al al evadirla y depositarla en la esposa, al maltratar a la mujer, humillarla, abusar de ella, al pretender que sea nuestra propiedad; así como fallamos al no instruir, maltratar y al distanciarnos emocionalmente de los hijos. A eso se refieren con lo que llaman patriarcado y masculinidad tradicional. Ese no era el diseño de Dios. El pecado entró al mundo y lo corrompió.
De hecho, todo comenzó cuando el hombre descuidó su responsabilidad. Cuando el hombre y la mujer se escondieron de Dios luego de pecar, el Señor se dirigió al hombre y le pidió cuentas por su desobediencia y la de su esposa. Lamentablemente, Adán culpó a Dios por lo que realmente era su responsabilidad, sentando el precedente en la humanidad de culpar al Creador por las consecuencias de sus propios pecados. Por ejemplo, el muy conocido “¿por qué Dios permite que haya hambre?”.
Hoy día nos han convencido de que lo que hacía el hombre por su familia era solo un rol social que no tiene razón de continuar o que cambia con los tiempos. Hablamos de algo mucho más allá que eso.
La Asociación Americana de Psicología publicó las engañosas “Directrices para la práctica de la psicología en niños y hombres”. En ese documento afirma que el concepto tradicional de masculinidad es dañino. ¿Cuál es ese concepto?
Para la APA, esta lista es resultado de la socialización de los hombres con otros hombres. Asimismo elimina la posibilidad de que los ambientes en los que se desenvuelven alienten estos comportamientos, incluso por mujeres que ejercen la violencia física o emocionalmente. Pareciera que, a decir de la APA, los hombres solo arruinan el paraíso y son los únicos responsables de eso.
La APA propone que la masculinidad correcta puede ser aprendida, aunque no de otros hombres, y quiere definir la nueva masculinidad con base en una ideología que ignora que el hombre tiene diferencias propias a su sexo que sí tienen aportaciones específicas que pueden y deben ser canalizadas especialmente por otros hombres, así como por mujeres que reconocen esas diferencias.
De esta manera, medios y varios grupos atacan y debilitan la hombría real y la confunden con esa masculinidad tradicional a la que se refieren que no son más que las expresiones de la pecaminosidad del hombre, cuya única manera de contrarrestarlas es mediante el evangelio. Requerimos arrepentimiento, en otras palabras, reconciliarnos con Dios en los méritos de Cristo al vivir en sus mandamientos abandonando la práctica de pecados que nos corrompen y nos afectan a nosotros y a nuestras familias, principalmente. Necesitamos un cambio de naturaleza, de una carnal (pecaminosa) a una espiritual, la cual solo Dios puede proveer.
Necesitamos estar presentes y ser hombres en los términos de Dios. Un factor común entre los hombres con comportamientos criminales o antisociales es la ausencia de su padre. Debemos ver con claridad cuáles son los efectos del pecado en nuestro pensamiento, carácter, comportamiento y emociones para desecharlos y volver a la hombría que Dios pensó y quiere que ejercitemos comenzando en nuestro hogar.
Hoy es muy común que se diga que una familia no necesita de un papá. En México, 3 de cada 10 madres de 15 a 54 años son solteras, de acuerdo con las cifras más recientes del INEGI. Las madres en esa situación salen adelante y suelen hacerlo de una manera ejemplar, mas eso no significa que esté bien que los hijos puedan prescindir del padre, mucho menos que deban hacerlo.
Por otro lado, un estudio de un fabricante de juguetes reveló que 60% de los padres encuestados no juega con su hijo ni 2 horas a la semana. Entonces, además la ausencia física se manifiesta de muchas maneras.
Ciertos psicólogos justifican que la familia con papá y mamá no es la más funcional ni la mejor basándose en el mal desempeño o ausencia de uno o de ambos. Es cierto, la sola existencia de una estructura familiar con padre y madre no garantiza que sea la más funcional ni la mejor, pues ya sea el padre, la madre o ambos podrían obstaculizar o deteriorar el buen funcionamiento de la dinámica familiar.
¡Por eso necesitamos ser hombres y recuperar nuestro lugar según el diseño de Dios al asumir nuestra encomienda! De esa manera, la estructura familiar donde hay un papá y una mamá volverá a ser la plataforma para garantizar la mejor dinámica familiar. Por eso es torpe justificar que no es necesario que estén papá o mamá solo porque no ejercen sus responsabilidades. Debemos poner el énfasis en atender el problema para que cada uno sea lo que debe ser, en lugar de desmantelar la familia. La restauración familiar comienza con la restauración del varón, siendo uno con su mujer.
Para construir y proteger el hogar es necesario volver al origen. Es obvio: lo nuevo no está demostrando ser mejor. En el artículo anterior expuse que el primer paso es reconocer tu naturaleza. Hay maldad en nosotros y necesitamos a Cristo y la libertad del pecado que nos da al arrepentirnos para vivir en justicia, en la voluntad de Dios. Así seremos libres de nuestros pecados para ser hombres realmente, que hacen lo bueno y justo, sirven a su familia y la aman. El amor no hace mal a nadie (Romanos 13:10).
Redescubre tu propósito como hombre. ¿A qué pensamientos, vicios de tu carácter y comportamientos debes renunciar? Pon manos a la obra en tu restauración personal y haz las paces con Dios, él tiene el poder para cambiar lo que tú no puedes.
Esto será el punto de partida para ser uno con tu esposa, para ser un hijo que honra a sus padres, para ser un padre que imita al Padre, para ser un hombre que transforma su entorno porque fue transformado en su naturaleza misma por quien lo creó. Construye tu hogar siendo el hombre que Dios espera que seas y protege tu hogar de ti mismo al rendir tu vida a Cristo. Entonces podrás protegerlo de aquello que amenaza a tu familia, comenzando por esas ideas torpes de la masculinidad.
Asimismo, procura la restauración de tu matrimonio y pon en práctica con tu esposa lo que Dios ha hecho contigo:
Construye un hogar en el que Dios sea el fundamento, y por consiguiente, donde el amor y el servicio sean los pilares. Haz del evangelio tu manual de vida e Imita a Cristo en todo momento. Predica con el ejemplo, pues tendrá un impacto profundo en tu familia. Protege tu hogar al persistir en ello.
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