Pedimos y pedimos un avivamiento, ¿qué sería mejor que eso? Aquí la respuesta.

Desde que el Señor llegó a mi vida a los 15 años y hasta el día de hoy ––unas décadas después–– he escuchado cosas como “oremos por un avivamiento”.

Esa frase siempre me ha parecido curiosa. ¿Significa eso un reconocimiento de nuestra bancarrota espiritual? ¿Será que sabemos que podemos ser la iglesia que el Señor quiere y que no lo somos? ¿Qué sería diferente? Cuando llegue… ¿por fin nos consagraríamos al Señor? ¿Por qué no desde hoy? ¿Para qué esperar?

Quizá la pregunta más importante sería: ¿cuánto durará ese avivamiento en caso de que algún día llegue y de qué lado estaremos?

Breve reflexión en la historia: ¿avivamientos o reformas?

A lo largo de la Historia ha habido movimientos espirituales en los que una persona con influencia en el pueblo entendió que debían volver a Dios y a partir de ello decidieron vivir haciendo la voluntad de Dios con un compromiso extraordinario, haciendo lo bueno, lo que es justo, considerando los mandamientos de Dios en todas las áreas de la vida, considerando a los pobres, a veces fundando organizaciones que atendían áreas de oportunidad específicas o quizá abandonando la religiosidad e hipocresía imperante en su época.

Desde los reiterados llamados por parte de Dios a Israel por medio de los profetas a abandonar la idolatría y la desobediencia, hasta los movimientos reformistas ha sido el Señor quien ha instado a su pueblo a andar en sus caminos. Entonces, sus fieles decidieron arrepentirse de corazón por haber sido infieles. Claro, los grandes despertares espirituales trajeron bendición al llamar a los creyentes a reconciliarse con Dios, a amar al prójimo, a abandonar la hipocresía, a agradar a Dios y no a los hombres cambiando la religiosidad por la adoración espiritual, pero con el tiempo se apagaron porque volvieron a las cosas que habían repudiado. En todo caso, vemos en la Historia que nuestro Dios, una y otra vez, nos pide reformar nuestro culto a él para cambiar nuestras vidas y relaciones que han sido dominadas por el pecado con el fin de que así vivamos siempre.

Impulsaron avivamientos movimientos como el de los puritanos, los anabaptistas, los metodistas, los nazarenos o los pentecostales, por mencionar algunos de los más conocidos. Fueron genuinos esfuerzos por llevar una vida más piadosa, más santa, más llena del Espíritu y, en general, más agradable a Dios que fuera de bendición al mundo. Desgraciadamente, hubo personas que, intentando liderar un avivamiento, enseñaron falsedades y herejías y comenzaron movimientos como el de los adventistas, los testigos de Jehová o los mormones.

¿Por qué el deseo de un avivamiento?

Hoy día hay una sensación compartida en cuanto a que la religiosidad predomina en muchas iglesias. Muchos congregantes admiten su incongruencia, su falta de ánimo y de constancia provocada por las luchas contra su carne y sus deseos perversos, por los liderazgos manipuladores usualmente movidos por intereses egoístas o económicos e incluso por la rutina.

Entonces, nos vemos como iglesias centradas en sí mismas, en sobrevivir, en no perder membresía, en convencer a la gente de servir cuando cada vez menos creyentes quieren hacerlo o consumidas en el activismo estéril que obtiene resultado cuantificables pero no espirituales. Pensamos en que debería llegar un avivamiento ¡y hasta oramos por él! Eso cambiaría las cosas, pensamos. ¿Será cierto? No obstante, nosotros mismos no estamos cambiando ni estamos influyendo en otros para consagrarnos al Señor. No estamos impactando al mundo con nuestras llamativas y creativas iniciativas de cortísimo plazo que solo nos ayudarán a sentirnos mejor con nosotros mismos. ¿La gente ve a Cristo en nuestras iglesias o qué ve? Si no ve a Cristo somos estorbo a nuestras oraciones.

Pero entender que necesitamos volver a Dios es la semilla para reformar nuestro culto a él.

¿Avivamiento o perseverar?

En lugar de esperar el siguiente avivamiento, recurramos a lo que se entiende como la perseverancia de los santos. Es otra manera de decir que la fe que salva es fe que persevera, que se mantiene, que se manifiesta en una naturaleza espiritual que produce obras de justicia. Esto, no porque seamos muy buenos o espirituales, sino porque es el poder de Dios el que nos sostiene hasta que Jesús regrese (1 Pedro 1). Perseverar, en otras palabras, es vivir en avivamiento, porque si admitimos nuestra religiosidad y esperamos un avivamiento no estaremos perseverando. Esto no significa que nunca vamos a equivocarnos o a desanimarnos, sino que cuando alguien tropiece, lo restauremos con humildad, amor y paciencia, o que cuando estemos desanimados, seamos animados por otros.

Ahí tenemos a Adán y a Eva, luego de pecar, el Señor los restauró ––no sin que experimentaran las consecuencias––. ¿Cómo sabemos que perseveraron en la fe? La prueba es Abel y más tarde Set, que agradaron a Dios y en ello sus padres debieron jugar un papel principal. ¿Y Caín? Claramente, no perseveró y prefirió hacer las cosas a su manera. Sin embargo, el Señor lo animó a perseverar (mira Génesis 4) cuando le pidió no ser dominado por el pecado y, en lugar de ello, hacer lo que es bueno.

Toda la Biblia muestra las historias de las personas que tuvieron comunión con Dios, las cuales nos enseñan la importancia de perseverar en la fe en la vida, además de las consecuencias de no hacerlo. En la ley, el Señor les pide que no se aparten de ella y luego Jesús diría que, quien lo ama, guarde sus mandamientos. Los profetas llamaban al pueblo a volver al Señor y en la era de la iglesia el mensaje sigue siendo perseverar viviendo para Dios y siendo sus embajadores en el mundo.

¿Qué necesitas tú? ¿Qué necesita la iglesia? ¡Perseverar! Mantenernos fieles, íntegros, santos, obedientes al amar a Dios, ayudando al necesitado, consolando al que sufre, amando al rechazado, corrigiendo al engañado. Perseveremos, siendo hijos de Dios, no del diablo.

¿Cómo le hacemos?

Lo primero es examinarnos y, si lo necesitamos, reconocer nuestro pecado y rebeldía para restaurar nuestra comunión con Dios. Si estamos firmes, estemos atentos para no caer. Entonces, todos consagrémonos al Señor de una vez por todas. Dejemos fuera los pretextos y las justificaciones, ¡seamos santos como él es Santo!

Cada día, cada momento, vivamos para Dios, como verdaderos adoradores, imitando el carácter de Cristo y abandonando la religiosidad que mide nuestra espiritualidad en la obediencia que tenemos hacia los mandamientos de hombres y hacia las tradiciones, no a Dios.

Animemos a otros a perseverar y retémoslos a imitarnos, a observarnos y a poner a prueba nuestra integridad. Sirvamos, seamos mensajeros de paz y pacificadores, seamos sanados y sanemos en el nombre de Jesús. Una extraordinaria manera de perseverar es enseñar a otros, serles ejemplo y testimonio del poder de Dios. Si cada uno hacemos esto entonces seremos la Iglesia que el mundo necesita, pero sobre todo, que tú y yo necesitamos y estamos llamados a ser. Estaremos siendo parte de un cambio de largo alcance para que todos glorifiquen a Dios y veamos más y más vidas restauradas.

Entonces ya no tendremos que esperar a que algo pase. Dejaremos de orar porque alguien por fin haga lo que no estamos dispuestos a hacer. Seamos ejemplo de lo que Dios hace en personas débiles y limitadas como tú y yo, pero que invierten sus vidas en otros mostrándoles cómo perseverar en Cristo, no por su capacidad o fuerza de voluntad, sino por el poder que lo levantó de entre los muertos. Los avivamientos son buenos… cuando ocurren, mas perseverar es compromiso constante.

Efraín Ocampo es consejero bíblico y fundó junto con su esposa Paola Rojo la organización sin fines de lucro Restaura Ministerios para ayudar a toda persona e iglesia a reconciliarse con Dios y con su prójimo. También es autor del éxito de librería “La Iglesia Útil”, entre otros libros.
Encuentra más sobre este tema en su libro de Restauración de Iglesias “La Iglesia Útil“. También lee el libro de Restauración de Relaciones “Amar como a mí mismo” y de Restauración Personal “40 días en el desierto“.

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