Cuando nos va mal y culpamos a Dios
Todos hemos tenido la tentación de justificarnos a nosotros mismos. (más…)
La posmodernidad taladra en nuestras mentes el relativismo moral. Cuidado.
¿Recuerdas la película “Maléfica”? Es una de esas propagandas que nos quieren hacer creer que no existe el bien ni el mal absolutos, y que las personas somos tan buenas como malas. Es el relativismo moral que predican los gurús de esta época.
¿Qué tiene de “maléfico” eso o por qué es una mentira? Te preguntarás. Bueno, te lo explico.
Maléfica es una niña noble y buena hasta que un humano abusa de su confianza y le corta sus alas, así que ella se convierte en alguien muy mala. Y realmente lo es.
Sin embargo, le sale lo buena una vez que vigila a la hija del hombre que la traicionó, sobre la cual caerá una terrible maldición, la Bella Durmiente ––quien por cierto despertará de su sueño eterno no por el beso de un príncipe, sino de una amiga que la ama: la mismísima Maléfica––.
Entonces, Maléfica comienza a amar a la niña, quien se convertirá en una adorable señorita. Hacia el final de su película nos dicen que todos somos héroes y villanos, así como Maléfica. Una mentira perversa.
Esta película no es otra cosa que la misma cantaleta en el cine, la literatura y hasta en las series de TV. Todos tenemos algo de malvados, pero todos somos buenos, así que podemos ir olvidando que existe el bien y el mal, Dios y el diablo, la justicia y el pecado. No hay blancos y negros, solo grises.
El posmodernismo y sus filosofías intentan convencernos de que no existen los absolutos y que no necesitamos a Dios ni su estándar absoluto del bien y la justicia.
El evangelio nos revela la verdad de nuestra naturaleza pecaminosa. No hay un justo, ¡ni uno solo! ( Sal. 14:1-3; 53:1-3; Ecl. 7:20; Ro. 3:10-12). Cuando un hombre llamó “bueno” a Jesús, el Señor lo reprendió y le dijo que solo Dios es bueno (Mr 10:7-19). Todos escogimos el mal y la consecuencia es la muerte lejos de Dios (Ro. 3:23).
El diablo procura que el mundo crea su mentira en cuanto a que, a pesar de ser algo malos, también somos buenos. Dile a alguien que somos pecadores y te responderá que no es cierto, que es bueno.
Toda mentira tiene algo de verdad. Los destellos de bondad en el ser humano se deben a que el Creador nos hizo a su imagen y semejanza, y la maldad, a que nos corrompimos por el pecado. De pronto “Maléfica” y las películas de superhéroes de Marvel y DC Comics que están tan de moda parecen tener razón: conviven en nosotros el bien y el mal.
Por cierto, no te pedimos que no veas esas películas. De hecho, te animamos a verlas y a mirarlas críticamente. Recuerda: nada es puramente entretenimiento.
La falsedad expuesta en esta publicación endurece los corazones de las personas para que se sientan cómodos con su pecado: ––¿para qué? Si tan solo digo mentiras, no soy un asesino o un pederasta––. Tanto creyentes como no creyentes miden así su maldad con su propia medida de justicia.
Imagina lo que puede pasar si alguien que se llama cristiano comienza enseñar en las iglesias lo que llamo la mentira “maléfica”. Bueno, eso ya está pasando. Buena parte del evangelismo masivo prácticamente excluye los conceptos del pecado y del arrepentimiento, solo anima a la gente a “aceptar el amor de Jesús” y muchos lo hacen como un amuleto de la buena suerte.
Esa predicación produce simpatizantes de Jesús que creen ser hijos de Dios pero no tienen otro dios más que sí mismos.
En Dios está la verdada, para nuestro provecho. Él la ha definido. Así debía ser. Solo alguien externo a la raza humana puede establecer lo verdadero y lo justo. ¡No podemos hacerlo nosotros mismos! Quienes lo han intentado han perseguido a personas por su religión, por su raza, por sus ideas. Las leyes han demostrado estar del lado del poder al no ser siempre justas.
La ciencia aspira a encontrar la verdad con base en el método científico, pero hay una multitud de cosas que no puede comprobar, como lo moral. No es su materia. No obstante, aunque hay leyes morales universales, el carácter de Dios es el parámetro. Es absurdo medir nuestra justicia al compararla con la de otros o evaluarla con leyes que no son perfectas ––no estar en la cárcel no significa que no violemos la ley, y muchos menos, que seamos buenos o mejores que los que están dentro de prisión––.
Nuestra justicia palidece y se arruina al ser medida con el Justo. ¿A quién le beneficia decir que todos somos buenos y malos (solo si nos hacen enojar, según ellos)? Es absurdo. Esto viene bien a quienes hasta hoy niegan que Dios exista. No desean que sus injusticias sean juzgadas.
No necesitamos mentiras maléficas, sino reconocer la verdadera justicia, la de Dios, y ampararnos en su gracia ––por la que recibimos lo que no merecemos––, así como abrazar la esperanza de que el Señor hará justicia ––para recibir lo que en Cristo merecemos––. Para eso es indispensable reconocer nuestro pecado y arrepentirnos, abandonando nuestras injusticias e imitando al Justo.