7 errores comunes en los grupos de alabanza
Las iglesias somos cómplices cuando los grupos de alabanza fallan. (más…)
¿De qué lado estamos… realmente?
Lee y mira el video:
A donde vamos, en Restaura Ministerios animamos a los creyentes a pasar de ser simpatizantes de las enseñanzas de Jesús a ser sus discípulos.
¡Hay que despertar las conciencias adormecidas! En cada Consejería Personal o de Restauración de Relaciones, en cada conferencia, taller o capacitación que damos a grupos de cristianos e iglesias encontramos personas que confiesan estar practicando el pecado, desesperadas por hacer la voluntad de Dios. Así me encontraba yo antes.
Ellos piden ayuda. Se sienten solos. Reconocen continuar haciendo aquello que saben ofende a Dios y a sus prójimos, sean sus padres, madres, hermanos, amigos, otros creyentes o desconocidos. Confiesan haber intentado una y otra vez dejar de hacer lo malo y no haberlo logrado.
Muchas iglesias no están haciendo discípulos, sino simpatizantes. La prioridad está en llevar a las personas a nuestro edificio de reunión, a las actividades calendarizadas, a nuestras clases de Biblia, a nuestras reuniones sociales. Estos asistentes a reuniones piensan que de eso se trata ser cristiano.
Cuando las iglesias nos enfocamos en que la persona haga lo que le pedimos hacemos simpatizantes en serie porque nosotros mismos pensamos que las cosas enlistadas nos hacen cristianos. Sabemos que hacer todo ello no cambia a nadie, pero si un discípulo que ha nacido del Espíritu porque el Padre lo ha hecho mediante la fe en Cristo, hace aquellas cosas, estas le serán de provecho para mantenerse perseverando.
En el caso del simpatizante es obvio que sus hábitos cambiaron, pero ¿su carácter?, ¿su comportamiento privado, cuando nadie le ve?, ¿las cosas que ama en lo secreto y en lo público?, ¿su forma de hablar (de la abundancia del corazón habla la boca)?, ¿su naturaleza? Un simpatizante sigue siendo la misma persona que la que era antes de llamarse cristiana; un discípulo, en cambio, es una nueva criatura. Este cambio lo hace Dios para que el discípulo haga lo que pueda mientras el Espíritu hace lo imposible.
Debemos dejar de empujar al simpatizante al activismo considerando que, haciendo lo que le pedimos, será espiritual. Piénsalo. Si alguien siempre va a nuestras reuniones, a los cultos, a nuestros estudios y clases, pensaremos de esa persona que es alguien espiritual y comprometida con Dios, pero sabemos que alguien así podría hacer todo ello y vivir en desobediencia a Dios.
Al contrario, ocupémonos en que conozca a Dios: quién es, lo que ha dicho y lo que ha hecho por medio de Cristo, así como lo que hará. Si caminamos con las personas para llevarlas a Cristo, y no al activismo, Dios se encargará de hacerlas renacer para que nos ayudemos mutuamente a perseverar hacia la madurez espiritual que el Señor produce en los suyos por su poder, fidelidad y amor. El activismo se caracteriza por los siguientes indicadores:
Por lo anterior, las iglesias debemos trabajar y colaborar en que seamos más discípulos y menos simpatizantes. La verdad que la Escritura nos muestra es tremenda: o somos hijos de Dios o del diablo (1 Juan 3:8-9), o tenemos la mira en las cosas de arriba o en las de la tierra (Colosenses 3:2), o vivimos en la carne o conforme el Espíritu (Romanos 8:5), o hemos renacido para salvación o seguimos muertos en nuestros pecados para condenación (1 Pedro 1:22-23 y 2:1-3); somos santos como Él es Santo (1 Pedro 1:13-16) o pecamos voluntariamente (Hebreos 10:26), o seremos salvos o condenados (Romanos 8:1-2). Sí, todos estamos en un proceso de pasar de una realidad a la otra, y estamos en diferentes etapas, pero debemos avanzar en el proceso en lugar de justificar nuestra rebeldía.
Entre los santos, los unos a los otros…
– se aman (Juan 13:34, 15:12), se sirven (Gálatas 5:13), funcionan como miembros unidos entre sí (Romanos 12:5), se tratan como queremos ser tratados (Lucas 6:31), sobrellevan sus cargas (Gálatas 6:2), se animan, edifican y procuran la paz (1 Tesalonicenses 5:11 y 13), se toleran / dan soporte y se perdonan (Colosenses 3:13), se respetan y honran (Romanos 12:10), se someten entre sí teniendo como base el temor de Dios (Efesios 5:21), oran y se confiesan sus pecados (Santiago 5:16), se enseñan y exhortan (Colosenses 3:16), se amonestan (Romanos 15:14), se hospedan y ofrecen sus dones para servirse mutuamente (1 Pedro 4:9-11)
¡Qué maravilla pertenecer a esta familia! Al ser guiados por el Espíritu, discipularnos unos a otros garantiza la unidad, la comunión y constancia de los santos. Como es evidente, el discipulado se fundamenta en las relaciones del cristiano, tanto con incrédulos como con otros discípulos. Ser comunidad, en el caso de estos últimos, es precisamente la razón por la cual hacemos los unos a los otros lo que hacemos.
La cultura del discipulado termina con el anonimato en la iglesia, ese que aisla, que destruye silenciosamente al creyente, que atesora secretos de actos viciados, que priva a sus miembros del ánimo, el consuelo y la corrección que obran para su santificación. El propósito es tener una iglesia sana, no perfecta. El legalismo aspira a una congregación que cumpla con demandas humanas etiquetándolas de espirituales. Una iglesia espiritual, en cambio, promueve la examinación personal y comunitaria permanente con fundamento en los parámetros de Dios que haga de la decisión de seguir a Cristo un compromiso diario.
¡Ponte a cuentas con Dios hoy!
19 Tú crees que Dios es uno, y haces bien. ¡Pues también los demonios lo creen, y tiemblan! 20 ¡No seas tonto! ¿Quieres pruebas de que la fe sin obras es muerta? Santiago 2 (RVC)
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