Cómo debo vivir si Cristo viene en cualquier momento
Si Cristo viene ya, ¿deberíamos subir a la azotea a esperarlo? (más…)
Recordar la Reforma no es tradición, es un ejercicio de autocrítica.
El 31 de octubre se conmemora la Reforma protestante y en 2017 cumplió 500 años. Nació en el siglo XVI y representa un despertar espiritual sin paralelo en la historia de la Iglesia.
Reformar es la práctica de cuestionar lo que somos y lo que hacemos, no dudando de lo que Dios promete ni de lo que es capaz de hacer, sino examinando nuestra sinceridad, nuestras intenciones y motivaciones. ¿Cuál es el parámetro? Dios, su Cristo, su Espíritu Santo. ¿Lo que somos y hacemos es congruente con quién es Dios al ser sus hijos y su pueblo? ¿Lo que somos y hacemos es congruente con la identidad y el carácter de Cristo en tanto sus seguidores y su cuerpo? ¿Lo que somos y hacemos es congruente con la obra del Espíritu en nuestra vida en tanto renacidos que viven según la naturaleza espiritual, y ya no la carnal?
Vivir reformando nuestras mentes, voluntades y obras es distinguir qué es la verdad de Dios y qué sí nos pide Dios para diferenciarla de nuestras demandas y mandamientos humanos. Por eso, celebro que la frase que ha caracterizado a este movimiento ha sido Semper Reformanda. Significa “siempre siendo reformada”, aludiendo al carácter de la Reforma como una tarea permanente, no acabada.
En lugar de solamente conmemorar la Reforma cada año, celebrando los triunfos de otros, trabajemos activamente en que Dios reforme nuestro corazón cada día, a cada momento. Sabemos que Dios reforma nuestro culto a él si le buscamos para Conocerle, si le conocemos para Adorarle, y si le adoramos Imitándole sabiendo que él es Dios, no nosotros. Meditemos en el espíritu de la Reforma y, para ello, como iglesias evangélicas debemos ser autocríticas y confrontar nuestras prácticas con lo que Dios realmente pide de nosotros.
La Reforma resultó en que la iglesia volviera a la Biblia y que a partir de ella se cuestionara las doctrinas de hombres que se habían arraigado en su interior y las reglas que estos habían impuesto sobre lo que la iglesia debía ser y hacer. Así, retornaría hacia lo que Jesucristo había enseñado a los apóstoles. La Biblia llegó a las manos de las personas en su propio idioma gracias a las traducciones y a la imprenta. Eso permitió a esas generaciones conocer a su Dios y comprender qué esperaba él de ellos.
No obstante hoy, con una diversidad de traducciones y con 3, 5 o hasta 10 Biblias en casa, los cristianos no podemos usarla para relacionarnos con nuestro Dios. En las iglesias hay gente que conoce las Escrituras, pero que ignora a su Dios. Conocen su contenido y acumulan información para ellos mismos, pero sin que ello signifique necesariamente que adoran al Dios a quien invocan con sus labios pero niegan con sus obras.
La Reforma hoy tendría que devolver a Cristo a su lugar protagónico y central para que lo sagrado sea nuestra comunión con él y así nos unamos a su misión en el mundo que vino a reconciliar con el Padre. Esto nos llevará a renunciar a nuestras idolatrías a aquello que debió guiarnos a Jesús, pero que fue ocupando su lugar. Así, la sana doctrina no será un sistema de creencias específico, sino las palabras de Jesús que ponemos por obra con el fin de que le conozcan, se rindan a él, le amen y tengan comunión con él.
La nación de Judá contó con reformadores, entre ellos sacerdotes y reyes. ¿En qué consistió su papel? En hacer volver a la gente a Dios y a obedecer sus mandamientos. ¿Qué los motivó? El amor a Dios, por lo que examinarse y contrastar su realidad con ellas fue su pasión.
Entre ellos se cuentan los reyes David, Asa, Ezequías y Josías, así como el sacerdote Esdras, quienes junto con los profetas procuraron hacer volver al pueblo a Dios.
En la historia de la Iglesia, desde mucho antes de la Reforma protestante, hubo quienes valientemente acusaron los excesos del clero. En menor o mayor medida Arnaldo, Valdo, Huss, Tauler, Wycliffe y otros más alzaron su voz y actuaron con el mismo propósito con el cual Dios había usado a sus consiervos en el pasado, incluso mucho antes que Lutero, Calvino, Farel, Knox, Zuinglio, Rotterdam y muchos más.
Vemos claramente que, a lo largo de la historia, Dios mismo ha sido quien ha usado siervos que lo amen y practiquen su Palabra para hacernos mirar hacia él con ojos renovados.
Para muchos cristianos reformar significa ir al paso de los tiempos modernos. Cuando hablamos de llevar a cabo cambios en nuestras iglesias pensamos en cosas como remover al pastor o a los ministros, en formular estrategias para atraer más personas al edificio de nuestras reuniones, en cómo hacer que los jóvenes se sientan más contentos en las actividades religiosas, cambios en los estilos musicales de las alabanzas o en que la iglesia se mude de inmueble o remodele el actual. Es como si el problema del ser humano y de la iglesia no fuera su pecado, su rebeldía, su religiosidad, su intento por salvarse a sí mismo o su intención de ser su propio dios. Parece que nuestro problema se limita a cómo podemos estar más cómodos con nuestra religiosidad, cómo podemos aislarnos mejor del “mundo pecador”, cómo podemos demostrar a los extraviados que tenemos la razón, cómo podemos defender nuestras creencias ante los equivocados.
Cuando en las iglesias hay matrimonios con problemas se hace un desayuno con prédica y dinámicas agradables que los hacen sentir mejor por un rato pero muchas veces no los acompañamos en su sanidad para ser matrimonios plenos que glorifican a Dios y provocan que otros lo hagan también.
Reformar es cuestionar cuál es el enfoque de nuestra espiritualidad . Eso nos impedirá cambiar la obediencia por el activismo y el compañerismo por un frío sistema educativo. El Señor advirtió a Israel que debían circuncidar no solamente sus prepucios, más bien sus corazones, a causa de la maldad de sus obras (Deuteronomio 10:14-16; 30:6; Jeremías 4:4; Romanos 2:28-29). Pues ciertamente el pueblo invocaba a Dios, pero sus obras no eran conforme a la voluntad divina.
Lo explica el apóstol Pablo a los colosenses:
11 En él ustedes fueron también circuncidados. Pero no me refiero a la circuncisión física, sino a la circuncisión que nos hace Cristo, y que consiste en despojarnos de la naturaleza pecaminosa. 12 Cuando ustedes fueron bautizados, fueron también sepultados con él, pero al mismo tiempo resucitaron con él, por la fe en el poder de Dios, que lo levantó de los muertos. 13 Antes, ustedes estaban muertos en sus pecados; aún no se habían despojado de su naturaleza pecaminosa. Pero ahora, Dios les ha dado vida juntamente con él, y les ha perdonado todos sus pecados. Colosenses 2 (RVC)
¡Reformémonos! Rompamos con la religiosidad que produce muerte y deshumanización. Ahí no hay novedad de vida ni comunidad. Ahí es más importante un libro que una persona. La historia del pueblo de Israel nos da la misma moraleja, que no podemos buscar a Dios sin rendir nuestra voluntad a él. Cada iglesia local debería examinarse constantemente, en lugar de dar todo por hecho por ser de tal o cual denominación.
Jesucristo nos dijo que debemos ser no sólo oidores, sino hacedores de su palabra; no sólo decirle “Señor”, sino hacerle Señor haciendo lo que él manda. O como dice el Salmo 145:18, no sólo hay que invocarle, sino invocarlo de veras, recordando que la fe sin obras es muerta (Santiago 2:18-22). Y esas obras no es activismo, sino misericordia, justicia y fe.
En ese sentido, todo seguidor de Jesucristo debe continuar siendo un reformador en donde el Señor lo ha puesto, amando los decretos divinos (las Escrituras) más que a la voluntad propia y poniéndolos por obra, como un auténtico discípulo del Maestro.
Examinemos el evangelio que creemos y predicamos. ¿Su finalidad es incrementar la membresía de una iglesia local o predicar la reconciliación con el Padre por medio del Hijo? ¿Llama a abandonar la práctica de los pecados o a unirnos a agradables y emocionantes actividades? ¿Resulta en reconciliarnos con nuestro prójimo y amarle o en separar a los santos de los pecadores? ¿Nos lleva a abandonar nuestras maldades para practicar el bien y la justicia que aprendimos de Cristo o a imponer a la gente qué debe hacer o dejar de hacer según mandamientos humanos? ¿Nuestras prioridades son las que Jesús tenía o nuestra reforma deriva de nuestras propias agendas humanas?
Procuremos ser iglesia. ¿Fomentamos la unidad en Cristo o que estén de acuerdo con nosotros? ¿La Reforma es que crean nuestro sistema doctrinal o que la doctrina de Cristo nos lleve a sanar, a reconciliar, a aconsejar a restaurar, a corregir, a animar, a consolar, a enseñar…? ¿Nos comportamos con un solo cuerpo o cada quien ve por sus intereses y problemas? ¿Nos solidarizamos con el que sufre o condicionamos nuestra ayuda a su conversión? ¿Somos el brazo extendido de Dios en la práctica o una opción religiosa más? ¿Discipulamos siendo amigos, siendo padres, madres, hermanos y pastores unos de los otros o disimulamos?
Echa mano de los recursos: en Restaura Ministerios hemos desarrollado una metodología para ayudar a la iglesia local a hacerse las preguntas importantes y a que, por ella misma, determine qué áreas de su vida requiere reformar y así defina los pasos a seguir. Si tienes preguntas escribe a contacto@restauraministerios.org y cuéntanos tu historia para decirte cómo podemos servirles.
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