¿Qué significa tener la victoria en Cristo?
La Biblia dice que somos vencedores y hay que averiguar a qué se refiere. (más…)
Estos errores destruyen matrimonios y todo tipo de relaciones.
En nuestra experiencia en Consejería Bíblica hemos hallado que estos son los 7 errores que cometen matrimonios, relaciones de noviazgo, padres con hijos, hijos con padres, amigos, hermanos de la iglesia, en fin, en todo tipo de relaciones. Decir o hacer estas cosas va destruyéndolas, sea que nos demos cuenta o no.
Esta actitud es muy común. Quien la tiene podría tener la intención de evitar un conflicto, una pelea o distanciamiento. En el otro extremo están quienes lo hacen porque están llevando la cuenta de las ofensas y quizá están pensando “me las vas a pagar”, así que en la primera oportunidad tomará venganza. ¿Cuál le das dos has hecho?
No importa si es por una razón u otra, aparentar estar bien no es honesto y solo provocará un gran problema cuando ya no puedas aguantar más. Es mejor ser sinceros y cuando hay un comportamiento inaceptable hay que comunicar qué pensamos y qué sentimos. Claro, hay que aprender a comunicarnos con inteligencia y empatía, y a hacerlo oportuna y prudentemente.
El problema es cuando explotamos por la acumulación de situaciones que nos molestaban. Comenzaremos a corromper nuestra mente y corazón al estar guardando resentimiento y, según nosotros, liberarnos con nuestras pequeñas venganzas. Al contrario, esta actitud nos esclaviza al dolor, el rencor y lleva a destruir relaciones.
Solución: Cristo nos libera para expresarnos y comunicarnos con confianza para compartir lo que pensamos y sentimos de manera directa, pero amorosa; confrontadora, pero compasiva; decidida, pero paciente; a veces con dolor, pero con disposición de perdonar.
Es increíble que ofendamos una y otra vez a las personas que decimos amar. No importa si son padres, hijos, esposos, novios, amigos, las relaciones están tan viciadas que hemos hecho de la ofensa una manera común de interactuar con otros. ¡Pero no es normal! Muchas veces los ofendidos llegan a aceptar que el que ofende “así es” o equivocadamente se piensa que “tiene un carácter fuerte”, cuando de hecho quien se comporta así carece de carácter para lidiar con sus emociones de manera sana.
Debemos entender que alguien que ama a Dios, también ama a su prójimo y de ninguna manera podría ofenderlo, mucho menos de forma sistemática, cotidiana ni deliberada o intencionalmente.
Hay varias maneras de ofender. Lo hacemos con palabras, con actitudes, con acciones y omisiones. El objetivo es hacer sentir mal al otro para herirlo o a veces para manipularlo y que haga o diga lo que queremos. Quien ofende no ama, sino que usa a las personas para sus propios fines o no tiene control de sus emociones y por lo tanto no se domina a sí mismo.
Solución: si eres quien ofende, entrégate totalmente a Dios para que cambie tus pensamientos, y así tus emociones y comportamientos serán santos como él es Santo. Date cuenta de que poco a poco destruyes a las personas y las vas alejando de ti. Si recibes ofensas vuelve al punto 1, ora por la persona que amas (aunque no la conozcas) y actúa en su favor para demostrarle cómo es realmente el amor de Dios que recibiste y puedes dar.
Esta frase es común en las relaciones. Denota una gran desesperación y frustración de alguien que lidia con el egoísmo del otro… ¡pero que está cayendo ya en el mismo egoísmo! A veces en las relaciones estamos en un proceso de desgaste porque las cosas no están funcionando como se supone deberían. No estamos haciendo nada para cambiarlo y caemos en ignorar el problema.
Esta actitud significa un distanciamiento mental, emocional y físico que es progresivo y del que parece que no hay vuelta atrás debido al agotamiento. Con la indiferencia se pretende lastimar o protegerse para no ser lastimado. Como sea, ambas partes se están dañando. Deben trabajar en sus errores y reconocer cómo están afectando negativamente la relación. ¿Qué hace cada uno para llegar a esto?
Solución: toda relación debe trabajar en cómo resolver los problemas que afrontan y deben hacerlo conversando y escuchando al otro, realmente escuchando y evitando los dos primeros puntos de este artículo. Hay que permitir que Dios trabaje en uno mismo y dejar el egoísmo fuera.
Todos, en algún momento de nuestras vidas, nos esforzamos para no hacernos responsables de nuestros errores. Al instante de que algo nos sale mal decimos “esto es tu culpa” aunque sea obvio que cometimos el error. Lo más fácil es culpar a los demás porque así no tenemos que asumir las consecuencias.
Este es el recurso favorito de quien, supuestamente, hace todo bien y todas las personas son culpables de lo malo que le pasa y las cosas malas que hace. Dice cosas como “mira lo que me haces decir / hacer“. Esto deriva fácilmente en frases como “tú nunca…, tú siempre” con las cuales altera su percepción de la realidad. Los “nuncas” y los “siempres” son imposibles, pero al usarlos se busca manipular una situación y personas para creerse mejor que la otra parte y ganar así las discusiones.
Solución: primero que nada saca esas palabras de tu vocabulario, sobre todo en las discusiones. El evangelio de Jesucristo nos muestra que los únicos responsables del mal que hacemos somos nosotros mismos y por eso debemos creer en su muerte y resurrección, y anhelar perdón y un nuevo comienzo. Requieren asumir su culpa, pero también su responsabilidad no solo de lo malo que han hecho, sino sobre todo del bien que harán en adelante para tomar control de sus vidas y cedérselo al Espíritu Santo.
De las peores cosas que puedes hacer es romper una relación bajo el influjo del enojo porque difícilmente podrás reparar el daño. Así es como las personas dejan de hablarse con sus familiares por años ––o de por vida––, sean sus papás, sus hermanos. La reconciliación es imposible por el orgullo: “ni modo de pedirles perdón”.
El enojo es un mal consejero. No estoy hablando aquí de tener o no la razón, sino de tomar decisiones con la cabeza fría, sin resentimientos y habiendo perdonado la ofensa. Hay muchos casos de quienes terminan matrimonios por haber hablado de divorcio estando enojados, de lo cual se arrepintieron después. Recuerda, puedes perdonar toda ofensa porque no hay ofensa que Dios no te perdone cuando lo amas pero llegas a fallar. No obstante, cuando has intentado todo y la otra persona solo sabe ofender, lastimar, ser desleal, abusar, siempre es posible el distanciamiento, la separación e incluso el divorcio (conoce más de este tema: aquí para matrimonios cristianos y aquí cuando solo uno de ellos es creyente).
Solución: el apóstol Pablo exhorta en sus cartas a los seguidores de Jesucristo a no ser dominados por el enojo y a que si se enojan, no pequen. El dominio propio es parte del fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23), lo que significa que somos espirituales cuando podemos dominar nuestras emociones. Ser espirituales no es no tener emociones, sino estar en control de ellas. Eso es resultado de la nueva naturaleza espiritual que recibimos cuando decidimos creer en Jesús y su evangelio.
Otro error común en las relaciones es tratar a otros como si no fueran personas. Hacer esto es de lo más inhumano. Pretendiendo que seres humanos únicos son pañuelos desechables les robamos la dignidad.
Anular a alguien es no interesarte en su vida y estar centrado únicamente en ti. Decir cosas como “cállate” o “vete” aleja a las personas y destruye la sensibilidad de quien las usa. Debes proponerte cambiar el rumbo si de verdad amas a las personas que dices amar.
Solución: Jesús dignificó a los que el mundo despreció y en él tenemos valor porque podemos reconocer el mal en nosotros y abandonarlo para hacer lo bueno y lo justo, amando a otros sin importar sus méritos o su falta de ellos. Al imitarle aprendemos a ser verdaderamente humanos para amar a nuestro prójimo como nos amamos a nosotros mismos.
Si te pregunto si desprecias a la persona que amas me dirás que estoy loco, que cuál es mi problema, que sería imposible. ¿Cómo vamos a despreciar a un miembro de la familia, a nuestro cónyuge, a nuestro amigo? A veces no somos muy conscientes de que lo hacemos y restamos valor a lo que hacen.
No reconocemos el valor de la persona, no destacamos sus logros, y al contrario, sí hacemos notar cuando hacen algo mal. Esto es muy sutil o también puede ser muy obvio. Como sea, debemos abandonar este mal comportamiento por el cual destruimos el ánimo de quienes nos rodean. A veces es por envidia o a veces quien lo hace se siente amenazado porque compite todo el tiempo con los demás, quizá sin saberlo.
Solución: nadie es perfecto, todos tenemos grandes fallas y debilidades. El evangelio de Jesús nos ayuda a conocernos tal como somos. Reconocer nuestra miseria y nuestra riqueza en Cristo nos ayuda a identificarnos con el otro, a ser humildes, a ser empáticos y a servir a los demás con amor.
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