Consejos ante la muerte de un ser amado – Parte 12
Después del dolor de la muerte hay una "nueva normalidad". (más…)
La Biblia enseña que no debemos menospreciar a la mujer.
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Jesucristo dignificó a la mujer. En su tiempo y por una mala interpretación de la ley, los religiosos de la época consideraban a las mujeres, los ancianos y a los niños como seres humanos de segunda clase. Muchas civilizaciones paganas ni siquiera los consideraban con derechos y a veces, ni siquiera como humanos. Por lo tanto, los hombres decidían sobre el destino de todos los demás.
Pero Jesús habló del reino de los cielos que se había acercado, un reino donde Dios es Dios y donde los seres humanos comparten ––como siempre fue para Dios–– el mismo valor y dignidad. Jesús volvió a dignificar a la mujer y eso queda claro en los evangelios y en todo el Nuevo Testamento.
26 Todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús, 27 porque todos los que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo. 28 Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús. 29 Y, si ustedes pertenecen a Cristo, son la descendencia de Abraham y herederos según la promesa. Gálatas 3
El texto bíblico citado nos pone frente a una extraordinaria realidad: en el mundo que Dios creó y desea volver a instaurar a través de Jesucristo nadie tiene mayor ni menor valor porque todos somos herederos de las mismas promesas y somos uno en Jesús mediante la fe.
El Señor nos ha hecho iguales en dignidad al hombre y a la mujer. Nos creó a su imagen y semejanza (Génesis 1:26-27). Eso da un valor intrínseco a ambos sexos.
Toda la creación muestra un orden y la especie humana, compuesta por hombres y mujeres, no es la excepción (Efesios 5:22-33). Dicho orden no da un valor especial a un sexo por encima del otro.
Veamos: la mujer se sujeta al varón, y este a su vez se sujeta a Cristo, y el Hijo a su vez se sujeta al Padre. Si sumamos a los hijos a la ecuación, ellos se sujetan a los padres. Dios provee un orden en las relaciones como ha dado orden a todo lo creado. Dentro de ese orden, ninguno vale más que el otro.
La diferencia es de responsabilidades, no en dignidad. De hecho, el hombre debe amar a su mujer como Cristo amó a su iglesia, frase con amplias y profundas implicaciones prácticas que se traducen en responsabilidades del varón para con la mujer: no porque ella no pueda, no porque él es más, sino porque él ha sido responsabilizado por la vida de su esposa. Tampoco significa que se considere al hombre como si fuere “Cristo”, sino que dice que debe amar a su esposa como Cristo amó a los suyos.
¿Por qué Dios establece un orden para la convivencia humana? En la pregunta se encuentra la respuesta. El orden es indispensable para la convivencia humana. Su propósito es desarrollar relaciones sanas. El problema no es el orden, sino que nuestra naturaleza corrompida por el pecado también corrompe el orden dado.
Si todos quisiéramos gobernar no sería posible. Si todos quisiéramos al mismo tiempo dirigir, mandar, legislar, hacer cumplir la ley, imponer justicia o cobrar impuestos, en fin, ejercer el tipo de autoridad que se te ocurra, no podríamos. Debe existir un orden para que sean unos los que ejerzan tal o cual autoridad. Es por eso que es ridículo que los hijos le digan a los padres cómo educarlos.
La autoridad es delegada por Dios al ser humano para que impere el orden, la paz y la justicia. Si se abusa de la autoridad o no es ejercida se dará cuentas a Dios por ello. Lo que tienen en común quienes ostentan autoridad es que deben usarla para servir a los demás. El hombre debe usar su autoridad con su esposa para servirle al amarla, cuidarla y proveerle, entre muchas otras expresiones del servicio. Otra vez: no porque ella no pueda amarse, cuidarse y proveerse, sino para garantizar un equilibrio en las relaciones. Si el hombre no la ama, cuida y provee, en vez de ejercer su autoridad así, lo que hará es abusar, denigrar, maltratar, humillar, controlar…
Cuando los seres humanos compiten por poder en su relación es por el pecado para dominar al otro. El servicio en el orden de Dios es intrínseco, pero el pecado distorsiona las relaciones humanas para que compitan por el poder. De esta manera, cuando el hombre deja de servir y, al contrario, domina y somete a otros hombres y a mujeres, es para imponer su voluntad haciendo a un lado la de Dios.
Cuando los hombres hacemos lo malo distorsionamos la dignidad de la mujer para darle menos valor, abusar de ella y humillarla. Eso no es ejercer autoridad, no es vivir en orden.
En un entorno en el que el hombre se sujeta a Cristo haciéndole su cabeza o autoridad existe la garantía de que servirá a su mujer y a su familia amorosa y sacrificialmente. La iglesia debe asegurarse de que los hombres se sujetan a Cristo, por el bien de las familias que la integran, así como de la sociedad en la que viven. Es en ese contexto en el que se le instruye a la mujer sujetarse a su marido, a uno que vive sujeto a su Señor.
Es así como podemos entender que el pecado rompa con ese orden. Por ejemplo, si el varón es orgulloso, para empezar rehuirá al Pacto Matrimonial y procurará vivir con la mujer pero evitará comprometerse con ella –y su familia– al rechazar hacer los votos con ella y con Dios al casarse. Quiere los beneficios pero rechaza los compromisos. Por ello, no se está hablando solo de cambiar el estado civil de las personas.
Con la mentira, la soberbia, la falta de perdón o rencor, el odio, los pleitos o la inmoralidad sexual en sus múltiples expresiones, el pecado de uno y otro tendrán consecuencias que sufrirán, en lugar de disfrutar los beneficios.
Dios conoce a su creación. En sus mandamientos es la mujer a la que busca proteger de los abusos del hombre.
Al mandarle sujetarse a Cristo, el Señor procura transformar el corazón y mente egoístas del varón para que sirva a su esposa sin trabas, en orden y de forma saludable para ambas partes. El apóstol Pedro en su primera epístola hace una petición sin igual a los de su género:
7 Ustedes, maridos, de la misma manera vivan con ellas con comprensión, dando honor a la mujer como a vaso más frágil y como a coherederas de la gracia de la vida, para que las oraciones de ustedes no sean estorbadas. 1 Pedro 3 (RVA-2015)
En otra versión dice que vivamos con ellas “sabiamente”. Y claro, perder de vista que Dios nos ha dado una responsabilidad y un privilegio para con la mujer producirá pecado. Pedro nos dice de manera muy original que el varón no debe aprovecharse de su fuerza física.
Asimismo, nos recuerda que la mujer heredará, junto con el hombre, las promesas para aquellos que creen en Jesucristo. No hay desventaja para ellas porque son tan hijas de Dios como ellos y es razón suficiente para que reciban honra de parte de los varones.
Nuestro Señor Jesús no es ni machista ni feminista, él es justo. Mujeres y hombres estamos llamados a ser uno con Cristo… ¡esto es muy superior a las consignas que escuchamos que pretenden forzar al evangelio más allá de su contenido! Es el pecado el que distorsiona la relación entre el hombre y la mujer. Por eso, al reconciliarnos con Dios encontramos verdadera reconciliación humana que dignifica al otro, que valora al otro reconociendo y apreciando las diferencias.
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