Navidad 20: Incrédulos
Esto encontramos en el vigésimo capítulo de Lucas. (más…)
No debemos confundir religiosidad con comunión con Dios.
Es muy fácil engañarnos y pensar que agradamos a Dios, cuando en realidad podríamos ser lo que Jesús llamó “sepulcros arreglados” que por fuera lucen muy bonitos, pero por dentro están llenos de inmundicia (Mateo 23:27).
Este texto tiene el objetivo de hacer muy clara la diferenciación entre invocar a Dios y agradar a Dios. Es muy necesario ayudar a la iglesia a distinguir si los creyentes vivimos en espíritu y verdad o estamos llenos de rituales y tradiciones que nos llevan a creer que agradamos a Dios con nuestras actividades espirituales (sacrificios, hubiera dicho el Señor en tiempos del Antiguo Pacto).
La Biblia dice que tienen comunión íntima con Dios los que le temen (Salmos 25:14) y los justos (Proverbios 3:32). Es concretamente la iglesia que se santifica por medio de la obediencia a los mandamientos de Dios para que entre sus miembros sean uno y también sean uno con el Padre y el Hijo (Juan 17:17-21), pues así manifiestan que aman a Cristo (Juan 15:10). Esta iglesia no tiene comunión con Dios de labios, sino con hechos (1 Juan 1:7), perseverando en la doctrina de los apóstoles y experimentando la transformación que Dios ha obrado entre las personas al poner el amor por encima del egoísmo, el bien común por encima del individualismo y el servicio a otros ante el deseo de ser servidos (Hechos 2:42).
Según los pasajes anteriores, por exclusión, no tienen comunión con Dios aquellos a quienes no les importa lo que Dios piensa, diga o haga (no tienen temor de él); que practican maldades, mentira e injusticias; que aunque conozcan la palabra de Dios no viven por ella, que no invocan a Dios o si lo hacen no obedecen sus mandamientos al ser guiados por sus emociones y sus pensamientos; que por su pecado y orgullo están peleados con otros; que son creyentes de palabra nada más; y todo aquel que no persevera en el evangelio no tiene comunión con Dios. Podría ser tu caso, como lo fue el mío, que me di cuenta de que amaba mi religiosidad pero no andaba en comunión con Dios, y él fue misericordioso al ayudarme a entender mi realidad espiritual.
Es vivir de tal forma que imitemos a Dios como un hijo imita a un padre (Efesios 5:1) y a Cristo (1 Corintios 11:1) para ser santos como ellos son santos y así ser uno con ellos (Hebreos 12:14).
Así como cuando respetamos ciertas reglas en el trabajo para no quedar desempleados, y las leyes en la sociedad para no ser encarcelados, tener temor de Dios es vivir como creyendo que existe (Hebreos 11:6), que nos ama y que es Juez que juzgará a todos por sus obras (Romanos 2:5-8).
Si crees que te ama puedes dar amor; si crees que te perdona vivirás como perdonado; si crees que es santo te apartarás del pecado; si crees que es bueno serás agradecido en todo; si crees que es Juez no harás lo malo. Creer afecta tu mente, y entonces tus emociones y tus acciones cambian, porque tus pensamientos son transformados (Romanos 12:1-2). Entiendes que en Cristo eres una nueva criatura reconciliada con Dios (2 Corintios 5:17-20) y purificada por el poder de la sangre de Cristo que limpia de todo pecado. Teniendo tales promesas debemos abstenernos de todo pecado, perfeccionando así la santidad (2 Corintios 7:1), viviendo como hijos de Dios porque lo somos (1 Juan 3:8-10).
Nos han enseñado que debemos hacer actividades espirituales para tener comunión con Dios como orar, leer la Biblia e ir al lugar de reuniones con la iglesia, aunque hacer estas cosas no significa nada. Ellas ayudan a tener la disposición para que el Espíritu Santo transforme la mente, y así vivir según la voluntad de Dios (Romanos 12:2), sin embargo debemos perseverar en la fe al elegir la obediencia a Dios en cada oportunidad (Romanos 12:9-21). Los fariseos oraban, conocían las Escrituras y se reunían en las sinagogas a meditar en ellas, pero hacían lo desagradable a Dios.
Hay muchos ejemplos de personas que creían hacer lo que agradaba a Dios y se llevaron una desagradable sorpresa. Entre ellos hay quienes fueron desechados por Dios y otros que fueron restaurados. Caín y Saúl, por ejemplo, invocaron a Dios mientras hacían las cosas a su manera y no a la de Dios; David y Saulo, aunque creyeron no tener pecado, lo reconocieron y se arrepintieron para hacer lo que agrada a Dios.
Por nuestros frutos. Cuando hacemos cosas que hace un cristiano pero seguimos siendo los mismos que antes de conocer a Cristo, nos estamos engañando. El Señor dijo que una cosa es la apariencia y otra lo que somos en nuestro interior. Nuestros frutos gritarán lo que pretendemos callar con las apariencias.
El fruto del Espíritu Santo es otra evidencia que te ayudará a saberlo. ¿Cómo es tu comportamiento? ¿Hay fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23) o se caracteriza por las obras de la carne (Gálatas 5:19-21)? Si tus frutos son malos o simplemente no tienes, arrepiéntete y busca perdón, ¡lo obtendrás!(Mateo 7:15-20; 1 Juan 1:5-9). Nuestro comportamiento es el resultado de lo que realmente somos. Dios cambia lo que somos para que vivamos conforme a su voluntad.
Mira este texto. El Señor nos limpia de pecado cuando reconocemos nuestra maldad, pero no nos limpia para volver una y otra vez a lo mismo… ¿no crees? A eso se le llama que el perro vuelve a su vómito (2 Pedro 2:20-22).
5 Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. 6 Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; 7 pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. 8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. 9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. 1 Juan 1
Jesucristo vino para reconciliarnos con el Padre, no para que hagamos una oración y creer que todo está bien para vivir como queramos. Él explicó que no todo el que le dice “Señor” será salvo, sino el que hace la voluntad del Padre, en otras palabras, quienes tienen comunión con él (Mateo 7:21-23). Claro, si no vives como un justo, si no te comportas como hijo de Dios, si tu fruto no es el del Espíritu Santo, podrán decirte una y mil veces que ya eres salvo pero para que Jesús sea tu Salvador debe ser tu Señor. Esto es así no porque las obras te salven, sino porque son evidencia de la fe en Cristo y de la salvación del creyente, aquel que hace la voluntad de Dios (Lucas 22:42; Juan 15; Efesios 2:8-9; 1 Juan 2). Seremos salvados por la gracia de Dios, no por obras, para hacer las buenas obras que Dios preparó de antemano para hagamos como nuevas criaturas (Efesios 2:10).
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