Nunca desaparecerán las tentaciones, pero debemos dominarlas.

En un proceso de consejería a un joven al que llamaré Lalo, que estaba esclavizado a la pornografía –uno de tantos–, le decía que debía dominar esta tentación y que todos somos más tentados de aquellas cosas a las que estuvimos sometidos. Recuerdo que me respondió: ––¿usted me está diciendo que esto nunca va a desaparecer? ¿Voy a luchar con esta tentación siempre?”.

Él estaba aterrado. No podía imaginarse luchando contra la pornografía toda su vida. Era lógico. Ya era un infierno para él y no quería que esa sensación de desear hacer algo que le estaba destruyendo permaneciera cada uno de los días que el Señor le permitiere vivir. Él me había malinterpretado porque no sabe cómo operan las tentaciones, las pruebas, la vida nueva y el poder de Dios. Tan pronto como se lo pude explicar su actitud de miedo cambió por una de consolación, esperanza y fe.

Tentados para ser examinados

Primeramente, hay que decir que las tentaciones son compañeras necesarias debido a que, pese a ser redimidos y vestidos con la naturaleza espiritual por la cual deseamos y hacemos lo bueno y lo justo, vivimos en un cuerpo corrompido que tiende a hacer el mal debido a que es débil. Segundo, vivimos en un mundo caído, lo que significa que el mal existe en él y esto representa un riesgo para nuestra carne que es tentada a hacer lo malo que hacía.

La tercera razón es que al ser tentados podemos probar que somos hijos de Dios. ¡Esto es una buena noticia! Quiero decir que cuando vivíamos esclavizados a nuestros deseos, necesidades e instintos probábamos ser del maligno (1 Juan 3:8), pero una vez que hemos sido redimidos por medio de la fe por la que hemos sido reconciliados con el Padre en Cristo Jesús, hacemos las obras que corresponden a esta naturaleza espiritual y probamos ser de Dios.

La palabra griega para tentar es πειρασμός y significa “probar para conocer la naturaleza de alguien o de algo”. Las tentaciones no nos convierten en algo que no somos, sino que manifiestan o evidencian lo que somos. Por eso debemos poner atención al resultado de nuestras tentaciones, es decir: ¿qué pasa cuando somos tentados? ¿Vencemos o pecamos una y otra vez con las mismas tentaciones? ¿Nos estamos comportando como hijos de Dios o como hijos del diablo?

Probados para ser examinados

La misma palabra griega que es traducida frecuentemente como tentación también es traducida como el sustantivo “prueba” o como el verbo “probar”. Vemos que tiene el mismo efecto de demostrar quiénes somos o, de hecho, de quién somos. Por ejemplo, en México algunos comerciantes sin escrúpulos venden plata falsa. En realidad se trata de la alpaca, la cual es una aleación de cobre, niquel, zinc y estaño y su valor es mucho menor al de la plata, aunque su apariencia es muy similar.

Quienes compran plata pueden probarla para asegurarse de que no compran alpaca. Las pruebas emiten un veredicto acerca de la plata de la misma manera que las pruebas a las que nos somete Dios nos ayudan a ver si realmente somos quienes decimos ser. Así Dios nos examina y podemos salir aprobados o reprobados. Si tu conciencia te dice que tu caso es el segundo, te animo a acercarte al trono de la gracia para alcanzar misericordia y ayuda oportuna (Hebreos 4:16).

Las tentaciones tienen poder sobre nosotros si estamos esclavizados al pecado, pero ahora que somos de Dios somos libres para escoger a Dios por encima del pecado que hacíamos. En la medida en la que somos más maduros espiritualmente al tener comunión con Dios las tentaciones pierden su poder y, lo que Lalo aprendió en consejería, es que aunque sea tentado cada vez es más fácil usar la libertad para amar a Dios y al prójimo, por lo que deja de ser una lucha como antes lo era.

Necesitamos ser examinados

Hacer una oración, sincera o no, para recibir a Jesús es bueno, pero muchos después de hacerla no necesariamente viven para Dios. No podemos saber si el que ora así es sincero o no y por ello es necesario recordar que las tentaciones y las pruebas demuestran lo que somos y de quién somos. Son una especie de “termómetro” que nos dice en qué parte del proceso estamos, que necesitamos y qué decisiones aún debemos tomar.

El arrepentimiento de nuestros pecados es un punto de partida confiable porque parte de la llamada “contrición”, es decir, de un dolor por haber hecho lo malo a los ojos de Dios que produce la voluntad de abandonar las maldades. Es el poder de Dios el que nos da la libertad para dejar de practicar pecados, pero debemos poner nuestra débil voluntad para decidir en cada oportunidad amar más a Dios que a nosotros mismos (deseos, necesidades e instintos) y que aquello que amábamos hacer pero es malo. Debemos alimentarnos del consejo de Dios (Mateo 4:3) para que obre el Espíritu Santo (Romanos 10:17). El dolor por haber pecado que produce la contrición es dolor por haber comprendido que merecíamos la muerte, pero Dios tuvo misericordia de nosotros y ha querido que nos reconciliemos con él para darnos vida.

La fe es producida por Dios en los suyos y se manifiesta en arrepentimiento de pecados, obediencia a los mandamientos, amor a la voluntad de Dios, aborrecer la maldad y disposición de perseverar en esta fe. Dios se encarga de sostener a los suyos con su poder hasta que llegue la salvación que se ha de revelar en los últimos tiempos (1 Pedro 1:3-5). Dios no pierde a nadie de sus hijos y los ayudará a perseverar hasta el final. Descansa en su poder y haz lo bueno.

16 Sabemos que él no vino para rescatar a los ángeles sino a los descendientes de Abraham. 17 Por eso era necesario que en todo fuera semejante a sus hermanos, pues sólo así podía ser un sumo sacerdote fiel y misericordioso al servicio de Dios, con el propósito de pagar por los pecados del pueblo. 18 Y ya que él mismo sufrió la tentación, puede ahora ayudar a los que son tentados.

Hebreos 2
Encuentra más sobre este tema en el libro de Restauración de Iglesias “La Iglesia Útil“. También lee el libro de Restauración Personal “40 días en el desierto” y el libro de Restauración de Relaciones “Amar como a mí mismo”.
Efraín Ocampo es consejero bíblico y fundó junto con su esposa Paola Rojo la organización sin fines de lucro Restaura Ministerios para ayudar a toda persona e iglesia a reconciliarse con Dios y con su prójimo. También es autor del éxito de librería “La Iglesia Útil”, entre otros libros.

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