Diferencias entre la fe y la superstición
La fe es racional, la superstición es irracional. ¿Tienes fe o superstición? (más…)
Intercedamos por nuestros países como lo hizo el profeta Daniel.
En mi anterior publicación “Ser iglesia sin edificios” di algunas ideas para que como seguidores de Jesús continuemos siendo sus embajadores donde nos encontramos aun con las restricciones de la cuarentena por el covid-19. Ahora, en este artículo quiero animar a las iglesias a ser útiles al plan de Dios y orar, con entendimiento, por sus comunidades. ¡Esto tendría un impacto asombroso!
Si lo prefieres escucha el podcast: Oremos por nuestro país: por qué y cómo hacerlo (Episodio 8 Temporada 2). Da clic aquí.
¿Cómo orar? ¿Con qué actitud? ¿Para qué? Quiero que meditemos juntos en la oración del profeta en Daniel 9. Nos deja extraordinarias enseñanzas para este tiempo en el que el Señor de la Iglesia está trabajando con nuestros duros corazones para llevar a cabo, a través de nosotros, su voluntad en nuestra Babilonia. El capítulo nos muestra tres cosas muy importantes que explico en cada sección:
Daniel leía las Escrituras y el Señor le permitió entender que Israel ya no sería más un pueblo extranjero, pues estaba por cumplirse el tiempo de su regreso a la tierra que el Señor les dio. Pero, ¿quieres saber por qué Daniel reaccionó con tremenda oración? Por lo que leyó. Algunos creen que leía Jeremías 25, pero creo que fue el capítulo 29. Mira lo que dice:
5 «Construyan casas y habítenlas; planten huertos y coman de su fruto. 6 Cásense, y tengan hijos e hijas; y casen a sus hijos e hijas, para que a su vez ellos les den nietos. Multiplíquense allá, y no disminuyan. 7 Además, busquen el bienestar de la ciudad adonde los he deportado, y pidan al Señor por ella, porque el bienestar de ustedes depende del bienestar de la ciudad». 8 Así dice el Señor Todopoderoso, el Dios de Israel: «No se dejen engañar por los profetas ni por los adivinos que están entre ustedes. No hagan caso de los sueños que ellos tienen. 9 Lo que ellos les profetizan en mi nombre es una mentira. Yo no los he enviado», afirma el Señor. 10 Así dice el Señor: «Cuando a Babilonia se le hayan cumplido los setenta años, yo los visitaré; y haré honor a mi promesa en favor de ustedes, y los haré volver a este lugar. 11 Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza. 12 Entonces ustedes me invocarán, y vendrán a suplicarme, y yo los escucharé. 13 Me buscarán y me encontrarán cuando me busquen de todo corazón. 14 Me dejaré encontrar —afirma el Señor—, y los haré volver del cautiverio. Yo los reuniré de todas las naciones y de todos los lugares adonde los haya dispersado, y los haré volver al lugar del cual los deporté», afirma el Señor. (El énfasis es mío, no del texto bíblico).
Jeremías 29
Es extraordinario saber que las coincidencias son enormes. Nosotros como Iglesia también somos peregrinos en la tierra y aguardamos el tiempo de ser reunidos con nuestro pueblo, el pueblo del Señor. También se nos ha pedido establecernos donde nos ha llamado, a prosperar y fructificar, siendo buenos ciudadanos, buenos vecinos, empleados, buenos padres, hijos y esposos (Tito 3:1-2; 1 Pedro 2:9-21).
Si alguien se había arraigado en Babilonia, ese era Daniel. Llegó a ser un alto funcionario del gobierno y no solo oraba por el bienestar de la nación, colaboraba activamente en ello. Entonces, en épocas de bienestar y sobre todo en las de necesidad e incertidumbre debemos obrar y pedir al Señor por el bienestar de nuestras ciudades.
Dios dijo en la profecía de Jeremías que llegado el momento él escucharía las súplicas de su pueblo; que lo buscarían y que podrían encontrarlo. ¡Qué gran mensaje de esperanza para los judíos! Luego de que Dios los abandonó en las manos de sus enemigos por haber dado la espalda a su Señor esas palabras sonaban como agua fresca en medio del desierto.
Al saber que Dios esperaba sus oraciones, Daniel no perdió el tiempo y comenzó a orar con un corazón contrito, humillado, agradecido, sorprendido por la misericordia y la gracia recibida injustamente ––valga la redundancia––. Aunque él tenía una vida ejemplar no dijo “te ruego porque son muy pecadores”, sino que rogó para que Dios los perdonara como pueblo, identificándose con los suyos.
Lo que hemos visto hasta ahora son las mismas actitudes que debemos tener. Debemos derramar nuestro corazón ante Dios pidiendo por nuestro país ––por su paciencia para con todos porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan (2 Pedro 3:9)–– y también por las iglesias de las que formamos parte. Daniel se aseguró de orar humillado ante el Señor, no con una actitud pagana como la de Caín, que sin conciencia de su rebeldía y pecado pretendía obtener algo de Dios y no era precisamente su perdón. Pero, ¿en qué consistió esa oración?
¿Será que también necesitemos orar así por nuestras iglesias? Si es así no dudemos en hacerlo y en llamarlas a la restauración.
A veces, nuestra meditación en la Biblia se centra en nosotros, es decir, en las bendiciones que queremos recibir del Señor; en otras ocasiones, la centramos en un contexto inmediato para saber cómo aplicar lo aprendido a nuestras vidas al tomar una decisión de arrepentimiento, obediencia, reconciliación, examinación, servicio, etcétera. Como iglesias también necesitamos partir de las Escrituras para entender lo que Dios está haciendo en el mundo, en nuestro país, en nuestra ciudad y en nuestras iglesias, y así orar con sabiduría y discernimiento.
Sería muy fácil decir simplemente “oremos”. Es necesario, no porque pensemos que podemos torcer el brazo de Dios, sino porque creemos que debemos orar buscando su voluntad para disponernos a hacerla y así participar en sus planes. Primero, oremos por tener el profundo deseo de meditar en las Escrituras y que el Señor nos dé hambre de sus palabras, porque él ha dicho que no solo de pan se vive sino de toda palabra que ha salido de su boca. Así, en lugar de seguir impulsos o buenas intenciones, pero sin fruto, haremos su voluntad. ¿Qué debe resultar de ello? Al procurar conocer a nuestro Dios y su voluntad sabremos qué hacer y cómo orar.
Entonces, podremos responder a la pregunta: ¿De qué es momento? ¿De callar o de hablar? ¿De exhortar o consolar? ¿De reprender o animar? ¿De orar o de poner manos a la obra? Muchas veces no existe un dilema como tal, pero lo pongo así para comunicar que es muy importante que Dios nos ayude a entender qué debemos hacer como iglesia de Jesuscristo en esta situación de pandemia, de crisis económica, de desesperanza, de falta de paz, de tiempo obligatorio en casa, de distanciamiento social, etcétera.
Así seremos iglesias útiles al Señor y a las ciudades donde nos ha puesto. Es tiempo de orar con inteligencia e intención.
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