Cómo comprobar que interpretas bien la Biblia
No manipules la Biblia para dar sustento a tus propias ideas. (más…)
Una iglesia que funciona no indica vida espiritual.
Vivimos una época en la que la religiosidad se ha metido hasta la médula de muchas iglesias locales. Esto no significa otra cosa más que la religiosidad es parte de la vida de los cristianos que son miembros de ellas. ¿En qué consiste? En tener claro lo que se cree y no vivir conforme a esa verdad.
No vivir lo que creemos es solo una parte del problema. Si bien nuestra hipocresía pone en tela de juicio el evangelio que decimos creer, por lo menos a los ojos de quienes lo escuchan, creer doctrinas erróneas también afecta la efectividad del cumplimiento de la misión de la iglesia.
En este artículo explico seis prácticas que tu iglesia podría tener que le impiden ser útil a los propósitos de Dios y a la gente.
Las iglesias llenan sus calendarios anuales de una gran cantidad de actividades. Eso está bien, especialmente si procuran atender las necesidades de sus miembros y de las personas más vulnerables de la sociedad mientras comparten con ellos el evangelio.
Sin embargo, perder el rumbo al olvidar el objetivo de hacer tantas actividades es sencillo. Cuando ello ha ocurrido, el activista dejar de tener como su anhelo la santidad al concentrarse en sacar adelante las tareas y metas propias de cada actividad. A lo importante, que es nuestra comunión con Dios, le damos cada vez menor atención porque estamos concentrados en hacer, hacer y hacer, en entregar resultados, informes y en hacer más planes y actividades.
Todos nuestros esfuerzos giran en torno al templo. ¿Oración? Hay que ir al templo. ¿Visitar a los enfermos? Mejor oramos por ellos en el templo. ¿Miembros que sufren problemas o matrimonios al borde del divorcio dejaron de asistir a las reuniones? Esperamos que vayan al templo para hablar con ellos. ¿Evangelismo? Invitamos a la gente al templo.
Sin el templo no sabemos qué hacer o cómo conectar con la comunidad. Nos hemos hecho dependientes del edificio y pareciera que no hay iglesia local si no hay templo, algo irónico si se considera que por más de 300 años la iglesia primitiva no necesitó de ellos.
Los cristianos presumimos de ser bíblicos, pero la realidad es que muchas ideologías y filosofías han sido introducidas a las congregaciones y son combinadas con las palabras de Dios escritas en la Biblia. Pareciera que la Verdad no es suficiente y es mezclada con disciplinas que suprimen a Dios del consejo y la restauración, con ideas místicas de declaraciones que usurpan la soberanía del Señor, o con filosofías orientales de decretos y técnicas de relajación con mantras, como si el Espíritu no tuviera el poder para dar paz al creyente y afrontar los retos de la vida con una vida transformada.
Así, sin querer, las iglesias dan el mensaje al mundo de que el Evangelio no alcanza para hacer nuevas todas las cosas ni dar consuelo, ánimo y esperanza. Hacemos parecer a Cristo y a la verdad como una opción más entre la oferta de religiones, filosofías y disciplinas útiles para mejorar la vida de las personas. No se está diciendo que el conocimiento humano sea inútil, sino que en ocasiones es equiparado al Evangelio, muchas veces, para sustituirlo, demeritarlo y suprimirlo.
Lo anterior hace parecer a Cristo como una opción más, pero una iglesia que ignora o que no comprende el Evangelio no podrá vivirlo y, por lo tanto, no será relevante para su comunidad ni a sus miembros. Es tremenda la cantidad de creyentes miembros de iglesias que viven esclavizados a sus pecados, aún, porque no conocen al Dios que dicen adorar.
La razón de lo anterior: no leen su Biblia. Tienen una idea general de Dios, Cristo y el Evangelio, pero no comprenden cómo conectar las buenas noticias de salvación al pecador con sus propias vidas confundidas por servir a sus pasiones y deseos egoístas. No tienen claridad de cómo la verdad puede restaurar sus vidas según el propósito de Dios y cómo eso restaurará sus relaciones, sus matrimonios o cómo eso puede cambiar sus comunidades. En pocas palabras, su fe no les ha servido, no porque no sea la verdad, no porque Dios no tenga el poder, sino debido a su desconocimiento de la verdad y de Dios.
Por lo general, existen dos realidades en nuestras iglesias: o no logramos compartir el Evangelio eficazmente logrando que otros se vuelvan a Dios, o cuando lo logramos ya no nos ocupamos de esos creyentes y nos olvidamos de ellos al no discipularlos.
Hacer discípulos de Jesús no implica únicamente inscribir nuevos creyentes a las clases y estudios, sino sobre todo comprometernos con ellos para darles ejemplo de cómo Dios puede restaurar una vida y de su poder en el creyente al vivir en libertad del pecado y santidad, obedeciendo en todo al Señor. Al evangelizar, pero no hacer discípulos, hacemos nuestra tarea incompleta y detenemos el trabajo con el creyente cuando apenas comienza.
Las anteriores razones y otros factores más han provocado que reunirnos con otros creyentes, participar de las actividades de la iglesia local y profesar la fe en Cristo no haya tenido ningún impacto en nuestras vidas. Esto no es un llamado a salir huyendo de la congregación. Aquí hay una gran oportunidad de examinación, de corregir el rumbo y de restauración.
El Evangelio no es el problema. La iglesia de Cristo no es el problema. Dios no es el problema. Somos nosotros y debemos detenernos, pedir perdón por los pecados personales y grupales para clamar por la misericordia del Señor de la Iglesia, y a partir de ello tener un nuevo comienzo.