Periscopio, música para perseverar con la Palabra
Encuentra música para alabar a Dios centrada en su Palabra. (más…)
La iglesia que volverá a reunirse físicamente, ¿será la misma?
¿Desesperados por volver a reunirse en sus edificios o locales? Algunos están han interpretado la cuarentena ––que ya va para su tercer mes–– como un ataque del diablo y la prohibición de reunirse como persecución a su fe. Falso. No hay tal persecución. Otros deben entender de una vez por todas que la iglesia y el edificio de reuniones son dos cosas diferentes.
Si acaso, esta ha sido una prueba para que la iglesia sea iglesia fuera de cuatro paredes: en el hogar, en el condominio, en el barrio, en la calle, en el supermercado, en el trabajo… En fin, tarde o temprano volveremos a reunirnos físicamente. ¿Cómo será? ¿Qué pasará? No tenemos una bola de cristal (ni queremos) pero podemos comenzar a conversar sobre cuál será la iglesia que volverá de la cuarentena.
Probablemente habrá muchas cosas que nos agobien. He estado escuchando que en las iglesias se están rompiendo la cabeza para saber cómo distribuirán a la gente debido a que no podremos entrar todos al mismo tiempo para celebrar juntos un culto a Dios. En México le llaman “sana distancia”. No solo eso, algunos deberán regresar a sus oficinas y otros no tendrán trabajo al cual regresar y viven al día.
No saludar de mano. No abrazar. No entrar sin tapabocas. No estar muy cerca de las personas. ¿Alguien tose o estornuda? Paranoia. Realmente la nueva normalidad no suena prometedora. Pero entre tantas razones para sentirnos agobiados lo importante es permanecer centrados en Cristo. Él es la clave para pasar por esto. ¿Soy más como él? ¿Predico de él? ¿Me da esperanza y disipa mi temor a enfermarme y morir? ¿Obedezco sus mandamientos? ¿Animo a otros a hacerlo? ¿Amo como él amó?
Eso implica recordar, hoy más que nunca, que separados de Jesús nada podemos hacer, y que debemos permanecer unidos a él para seguir unidos. Lo importante es que, como iglesia, nada ni nadie nos robe la paz, el gozo, la comunión, el amor, la paciencia, la bondad, la fe, la humildad, el dominio propio, la templanza, la benignidad o capacidad para que nuestra vida signifique un bien para quienes nos rodean.
La cuarentena ayudó a muchos a entender que estaban viviendo a un ritmo nocivo para su salud mental, emocional y física. Vivir sometidos a llevar a cabo una gran cantidad de ocupaciones evidencia desorden. No tener ritmos de descanso y de trabajo, de reflexión y de creatividad, de familia y de compromisos de toda índole, por ejemplo, nos afecta más de lo que pensamos.
Tener un ritmo frenético de vida deteriora nuestra salud espiritual, pero si está centrada en Cristo nos mantiene con salud mental, emocional y física (me refiero aquí a las ausencia de enfermedades provocadas por el deterioro de la salud mental y la emocional ocasionadas por el estrés, la angustia, la ansiedad, la obsesión por el control, por ejemplo). Al desacelerar la vida muchos han comprendido que no es posible volver a esa prisa y a esa hiperproductividad.
Debemos aprender la lección y establecer ritmos saludables que glorifiquen a Dios. Con el objetivo de mantener nuestra espiritualidad es necesario tener tiempos de quietud y de actividad, de meditación en sus mandamientos y de acción para ponerlos por obra.
Que guardemos distancia física no debe significar distancia emocional. Al contrario, quizá al no poder abrazar podemos poner más atención en el lenguaje no corporal y notar si hay algo mal en el otro. Quizá son tiempos de alejarnos físicamente y acercarnos al otro con el corazón y la voluntad.
Oro por una iglesia que regrese de la cuarentena con las prioridades bien ordenadas, más que con prisa por regresar a lo que tenía antes.