El “día de las madres” es un hermoso festejo, pero no para todas.

Quiero compartir el testimonio que Raquel Hernández escribió para inspirar a las mujeres a recordar que su valor está en Cristo, no en las expectativas de la gente. Ella es una gran amiga, un ejemplo y la esposa de mi pastor. La conozco bien y sé que su historia te edificará. 
Jessica García Pacheco

Así como podemos planear una gran fiesta con nuestra mamá, hermanas, tías, abuelitas, cuñadas, etc., también puede ser un día muy nostálgico al recordar a una mamá que ya partió o que se encuentra muy lejos de nosotros.

Oficialmente es el tercer año que festejo el “día de las madres”. Este año celebré en casa sólo con mi esposo y mi bebé Esli debido a la contingencia. Hace dos años, mi esposo me festejó en secreto porque solo él y yo sabíamos que un bebé venía en camino después de varios años de espera.

Sin duda estoy muy agradecida con Dios, el “Dador de la vida” que me escogió para ser la mamá de mi princesa Esli, pero quiero compartirles el otro lado de la moneda, lo que viví por varios “10 de mayo” cuando Esli aún no llegaba.

El ser padres era una ilusión para Santi, mi esposo y para mí. Antes de casarnos hablábamos de tener dos o tres hijos. Después de cinco años de matrimonio creíamos estar preparados y al intentarlo pasó un año, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete años, ¡y nada!

En todo ese tiempo experimentamos muchas cosas. Nuestra mente estaba en una batalla constante entre buenos y malos pensamientos. Cuando enfrentas una situación así, un día te sientes muy optimista y al otro día muy negativo, te gana la tristeza, te llegas a sentir con poco valor. Te preguntas: ¿por qué a mí?, ¿seré mala madre y por eso Dios no me quiere dar hijos?, ¿por qué a otros sí?, ¿por qué…?, ¿por qué…?, ¿por qué…?

Voces alrededor de nuestro sufrimiento

Confieso que lo más difícil, incómodo y doloroso, fueron las explicaciones que muchas veces nos pedían otras personas acerca del motivo por el que no teníamos hijos. Les comparto algunas preguntas, comentarios, sugerencias que nos hicieron a lo largo de esos años:

  • “Seguro que no quieres hijos para no ponerte gorda”. Fui delgada por genética y no por hacer dietas.
  • “Quieren ser eternamente novios, no quieren responsabilidades”.
  • “Ya se tardaron, ¿qué les pasa?”
  • “He pensado que, si tantas ganas tienes de tener un hijo, podría embarazarme y regalártelo, porque yo aun no quiero bebés”.
  • “¿No quieren o no pueden?” La persona que hizo esta pregunta tenía, literal, dos minutos de haberla conocido.
  • “¿Quién es el chafa?, ¿tú o tu marido?”
  • “No eres suficiente mujer porque no das hijos”.
  • “Vayan a tal clínica, mi sobrina fue allí, hipotecó su casa, está super endeudada, pero ahorita está esperando gemelos”. Nosotros ni casa propia tenemos aún.
  • “¿Por qué te aferras a tener hijos?” Esa persona asumió que yo estaba aferrada.
  • “Habiendo tantos niños sin hogar, mejor deberían adoptar”. Sí quisimos, y lo hubiéramos hecho, pero en nuestro caso, no cumplíamos con los requisitos económicos.
  • “Deberías intentar tener hijos con otra persona, allí comprobarás si el problema eres tú o él…” Eso me lo dijo una ginecóloga, ¿lo pueden creer? Por supuesto nunca regresé a ese consultorio.
  • Recibir regalos o abrazos en 10 de mayo o mi esposo Santi en el día del padre, diciéndonos: “te lo aseguro, pronto tendrás un hijo” ¿Cómo podrían saber el futuro?
  • En una ocasión, sin yo saber para qué querían platicar conmigo, (por supuesto que agradezco la buena intención), alguien me tocó el vientre y se puso a orar por mí “ahuyentando el espíritu de infertilidad”, me dijo: “verás que en menos de tres meses estarás esperando bebé, soy buenísima, a mí, Dios sí me oye en eso”. Vi a la persona un año después y ¿qué creen? Claro, ¡nada! Dios no obra en la presunción de las personas.

Esos son algunos ejemplos de tantas situaciones que vivimos en esos años, y aunque comprendo que en algunas ocasiones hubo una buena intención, más que ayudarnos, nos hacían sentir mal, incómodos, tristes.

Dios trabajando en medio del dolor

En una situación así, a veces no te sientes listo para hablar; la persona, el momento, o el lugar no es el adecuado para “abrir el corazón”. Sin embargo, en este tiempo también hubo muchas personas que nos abrazaron, escucharon, lloraron con nosotros, nos aceptaron como una familia integrada solo por dos, y sobre todo nos dieron mucho amor y nos llevaron en oración.

Lo más importante en estos años fue el “trabajo de Dios” en nuestro matrimonio. Si hubiéramos enfrentado esto solos, seguramente estaríamos amargados, deprimidos, envidiando, probablemente hasta divorciados.

Al pasar el tiempo, entendimos que Dios quería hacer mucho más que solo darnos un hijo:

  • Nos hizo entender nuestro valor como hombre y como mujer.
  • Fortaleció nuestro matrimonio.
  • Nos dio “hijos adoptivos”, ¡sí! Nos permitió conocer, amar y servir a varios jóvenes que a la fecha nos llaman “papás”.
  • Permitió que nos gozáramos con la llegada de cada bebé cercano a nosotros y nos ha llenado de alegría verlos crecer.
  • Nos enseñó a amar, perdonar, ser pacientes con todas las personas que alguna vez nos hicieron sentir muy mal.
  • Nos dio contentamiento. Desde el segundo año en que supimos que no podíamos tener bebés, dejamos de orar pidiéndole a Dios un hijo y más bien oramos por contentamiento, que nos hiciera felices en cualquier circunstancia ¡y así fue!

El resultado de perseverar en la fe

En una ocasión, fuimos a una clínica de infertilidad, la consulta incluía los análisis de ambos, diagnóstico, consulta con el especialista y una consulta psicológica porque, según nos informaron, prácticamente todas las parejas llegaban con muchos problemas por no tener hijos, varias al punto del divorcio.

Después de todos los estudios, la consulta con el especialista y tras de contestar muchas preguntas acerca de nuestra vida, matrimonio, trabajo, creencias, metas, etc., la especialista nos dijo: “no los voy a mandar con el psicólogo, ustedes son una pareja singular, se nota que se aman, que son felices con los que son, con lo que tienen, con lo que hacen y sobre todo con lo que creen, ustedes de verdad no parecen necesitar hijos. Nunca me había tocado ver una pareja como ustedes”. Ese día no solo salimos con un diagnóstico médico, sino también con un diagnóstico espiritual. ¡Gloria a Dios por su obra!

Pasó el tiempo y nos recomendaron un instituto, que era, humana y económicamente hablando, nuestra última oportunidad. Después de varios meses de consultas allí, Dios tuvo a bien bendecirnos con la llegada de Esli, de la manera que nunca imaginábamos. Semanas antes nos habían dicho que fuéramos juntando dinero para un primer intento del método que habían elegido para nosotros, pero todo eso ya no fue necesario porque Dios había hecho lo que parecía imposible para nosotros, que me embarazara de forma natural.

Cuando nos confirmaron el embarazo, los médicos no daban crédito ya que semanas antes me habían quitado la vesícula y en los estudios previos no vieron que Esli ¡ya estaba en mi vientre! Recuerdo que los médicos no lo podían creer y solo me dijeron: “pues ya te tocaba, ¡muchas felicidades!”

La bendición del contentamiento personal y amor al prójimo

Comparto todas estas líneas porque tal vez te encuentres en una situación como la que Dios nos permitió vivir. A lo mejor no es un hijo, pero puede ser la falta de una pareja, una enfermedad, una discapacidad, algo en lo que, para la sociedad, no terminas de encajar, de “ser normal”.

No creas esos pensamientos que a veces vienen a tu mente o tristemente salen de la boca de personas que aprecias. Párate frente al espejo y mírate como Dios te mira, eres su creación, creado a su imagen y semejanza.

Echa mano de tu familia y amigos que en verdad se han interesado en ti, desahógate las veces que lo necesites, pide que te lleven en oración. Disfruta lo que Dios ya te proveyó, no caigas en la trampa (pecado) de creer que tu felicidad depende de algo o alguien. Lee, memoriza, cree y vive la Palabra de Dios, la cual nos da paz, entendimiento, gozo, y nos permite comprobar que su voluntad es buena, agradable y perfecta.

(Romanos 12:2, Salmo 34:1-8, Salmo 40:4, 8, Proverbios17:17, Salmo 103:2).

“Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto (…) Bendeciré al Señor en todo tiempo; continuamente estará su alabanza en mi boca. (…) Busqué al Señor, y Él me respondió, y me libró de todos mis temores. (…) Cuán bienaventurado es el hombre que ha puesto en el Señor su confianza. (…) En todo tiempo ama el amigo, y el hermano nace para tiempo de angustia. (…) Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios.”

Por último, puede que tú seas esa “persona normal”, por favor ama, acepta, se prudente, interésate de manera genuina, aprende a escuchar, no tengas lástima, no hieras con palabras o acciones, mira a las personas, a todas, como Dios las ve. Lo mejor que puedes hacer es orar porque los planes y propósitos de Dios se cumplan en la vida de esas personas.

(Marcos 12:31, 1 Pedro 3:8, Proverbios 18:24, Gálatas 6:2, Proverbios 12:18).

“El segundo es este: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No hay otro mandamiento mayor que estos. (…) En conclusión, sed todos de un mismo sentir[a], compasivos, fraternales, misericordiosos y de espíritu humilde; (…) El hombre de muchos amigos se arruina[a], pero hay amigo[b] más unido que un hermano. (…) Llevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. (…) Hay quien habla sin tino como golpes de espada, pero la lengua de los sabios sana.”

Raquel Hernández de Fuentes

Es miembro de la Iglesia Cristiana Renovación desde hace más de 10 años. Sirve en el ministerio de comunión y colabora en el ministerio pastoral de su esposo Santiago Fuentes, quien pastorea la misma congregación. Vive en la Ciudad de México y es mamá de Ana Esli.

 

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