7 consejos para manejar las diferencias en las iglesias
Funciona en las iglesias, matrimonios, amistades, familia... (más…)
Hombres, mujeres y niños sufren en sus propios hogares, ¿puede su fe cambiar su realidad?
El abuso y el maltrato no tienen cabida en la mente y el corazón de un seguidor de Jesús. Lo cierto es que en muchas iglesias son comunes. ¿Qué está pasando? ¿Será que el evangelio no tiene poder, que hay muchos simpatizantes de Jesús entre los discípulos o que las iglesias locales no estamos predicando – enseñado – viviendo el evangelio? Definitivamente, la primera posibilidad no es una opción, pero las demás, sí.
La realidad es que, en sus matrimonios, tanto hombres como mujeres que se identifican como cristianos entre sí se humillan, ofenden, manipulan, chantajean, ignoran, menosprecian y se golpean, entre otras acciones terribles. Entre ellos se encuentran creyentes con poco conocimiento e inconstantes, los comúnmente identificados como carnales o mundanos, pero también pastores y sus esposas, parejas que sirven en un ministerio, maestros de escuela dominical, asistentes fieles a las reuniones.
Lo más fácil sería comulgar con lo que los ideólogos del feminismo radical afirman en cuanto a que la violencia es de género, es decir, que el hombre es el violento, el abusador, y que la mujer es la víctima siempre. De hecho, se asegura que el hombre ejerce violencia contra la mujer por el solo hecho de ser mujer. Este enfoque repite consignas pero ignora la naturaleza humana. Incluso organizaciones como Lausanna han sido infiltradas por activistas y pierden la oportunidad de reflexionar y atender la crisis humana. La realidad es que hombres y mujeres por igual acuden a Consejería porque han sido objeto de abuso por parte de su esposo o por parte de su esposa.
En los últimos años, he recibido casos de Consejería de violencia familiar. En varios de ellos, es el esposo el que es abusado y violentado tanto emocional, como psicológica, como físicamente. Tal como pasa con las mujeres, ellos justifican el comportamiento de ellas. Por lo común, dicen que ellos merecen ese maltrato, el cual nada lo justifica.
Como es de esperarse, en las iglesias de las que forman parte nadie conoce su situación. Esto es porque no tienen amistades profundas, maduras en la fe, en quien puedan confiar para buscar restauración. Por ello, buscan ayuda en Restaura Ministerios. Otra razón por la que dejan crecer la problemática hasta que llegan a un punto muy crítico es que no piden ayuda para cuidar lo que llamo “reputación espiritual”. De facto, viven como no cristianos, pero mantienen la apariencia de piedad y espiritualidad hacia el exterior. ¿De qué les sirve si están destruyéndose como familia?
Muchos se resisten a reconocer su realidad y la Consejería se convierte en un proceso de concientización de las prácticas pecaminosas y qué las motivan, además de indicar la ruta para abandonarlas al volver a los fundamentos de su fe para ponerlos en práctica. Es comprensible que la violencia se encubra por la vergüenza que implica, pero debemos ser espirituales, y por lo tanto humildes, para afrontar cada uno el mal que hacemos y así restaurar su comunión con el Padre para comenzar a honrar el Pacto Matrimonial, y sanar el vínculo hacia los hijos y los padres.
Como hemos reducido el discipulado a las clases de doctrina cristiana hemos permitido que la violencia crezca y se arraigue en nuestros corazones. Por eso afecta a nuestras familias. La falta de amistades y relaciones profundas entre cristianos provoca que quienes viven en dichas circunstancias no confíen en nadie para afrontar el problema antes de agravarse. Por eso, cuando se busca ayuda, por lo general ya es demasiado tarde. De hecho, encuentran el apoyo que necesitan en personas y organizaciones no cristianas. En muchos casos, las personas se alejan de la iglesia.
Algunos se han atrevido a pedir ayuda, pero en el caso de las mujeres se les convence de que, supuestamente, aguantar el maltrato es una actitud cristiana, espiritual, como una virtud. Esto es totalmente falso. Hasta ahora, aunque he atendido casos de violencia familiar y por sí mismos son delicados, Dios ha intervenido sobrenaturalmente y ha dado libertad y sanidad a corazones que estaban endurecidos, ha renovado mentes presas de la necedad y les ha dado dominio propio, cuando eran dominados por sus emociones y no por el Espíritu.
Para combatir la violencia familiar en la iglesia local, esta debe ser espiritual para ser sensible a Dios y compartir el sufrimiento de la familia. Por ser indiferentes y egoístas en las iglesias es que ignoramos que algunos sufren por la violencia en sus hogares, el que debería ser el espacio más seguro de todos. El discipulado es amar a Dios por sobre todo y al prójimo como a uno mismo, así que eso lo hace el antídoto a la violencia.
¿Qué pasaría si alguien de nuestra iglesia decide hablar de la violencia que sufre en su hogar? ¿Sabríamos ayudarle? ¿Podríamos atender la problemática con recursos espirituales (que son muchísimo más que orar y no porque sea insuficiente, sino porque hay muchos más) que atiendan sus necesidades mentales, emocionales y de su comportamiento? ¿Le restauraríamos o simplemente le daríamos la espalda porque “en nuestra iglesia esas cosas no pasan”?
Conozco muchas iglesias que, como no saben cómo afrontar la violencia en sus familias, prefieren no hacer nada o, de plano, deshacerse del asunto enviando a las personas al psicólogo. Aunque es un especialista en la conducta humana, generalmente no darán la ayuda espiritual que necesitan y que es, por cierto, la causa real de sus problemas.
Si creemos que es el pecado el origen de nuestras mentes necias, de que nos dominen nuestras emociones y de comportamientos malvados, entonces podremos acudir a Dios para que nos dé una naturaleza espiritual de la que carecemos para que a través de la verdad que es Cristo, nuestras mentes sean renovadas y, como resultado, nuestro comportamiento sea como corresponde a los santos que ya no viven para sí mismos, sino para Dios. La psicología se concentra en que el cliente cambie comportamientos, como si fuera un ser libre y bueno.
Efraín Ocampo es consejero bíblico y fundó junto con su esposa Paola Rojo la organización sin fines de lucro Restaura Ministerios para ayudar a toda persona e iglesia a reconciliarse con Dios y con su prójimo. También es autor del éxito de librería “La Iglesia Útil”, entre otros libros.
Encuentra más sobre este tema en su libro de Restauración Personal “40 días en el desierto“. También lee el libro de Restauración de Relaciones “Amar como a mí mismo” y de Restauración de Iglesias “La Iglesia Útil“. El ensayo “Las Iglesias del Covid-19“ habla sobre cómo reaccionaron las iglesias en la pandemia y cuáles son los retos que tienen por delante.