Hacerlo a mi manera: la mejor forma de fracasar
El evangelio se vive a la manera de Dios, no a mi manera. (más…)
La muerte y la vida están en poder de la lengua… ¿Qué quiere decir la Biblia con esto?
Hace más de veinte años que Víctor Richards publicó un pequeño libro llamado “Poder en tu Boca”, el cual parece que fue bien recibido en la “Cristiandad” en diversos lugares. Este libro se basaba en Proverbios 18:21, que dice:
Muerte y vida están en poder de la lengua,
Y los que la aman comerán su fruto. (NBLH)
El argumento central, aparentemente aceptado por mucha gente, es que las cosas que decimos y afirmamos tienen algún poder invisible y anteriormente no descubierto, supuestamente enseñado por la Biblia, para que la realidad sea modificada de acuerdo con lo que decimos. Entonces, si yo digo algo bueno o malo, probablemente eso pase, así que tengo que “hablar positivamente” para que todo vaya bien y evitar “hablar negativamente” para evitar que pasen cosas malas.
Hoy en día para muchas personas en las congregaciones el lenguaje de las “declaraciones” es algo cotidiano y normal, tan cotidiano que pasa desapercibido el hecho de que esas “declaraciones” en realidad no tienen ningún poder. ¿Cuántas veces se ha declarado prosperidad y victoria pero las circunstancias siguieron su curso natural? ¿Cuántas crisis económicas han pasado en las últimas décadas a pesar de todas las declaraciones positivas? Además ahora se incluye la reciente crisis sanitaria global. ¿Cuántas veces nuestros problemas han terminado por unas palabras al aire? ¿Cuántas veces las circunstancias han empeorado realmente sólo por un comentario pesimista? Pensemos en las evidencias y dejemos a un lado la idea de la varita mágica.
Por otro lado, ciertas personas piensan que las declaraciones afectan a las personas como si estuviéramos programando una computadora. Si eso fuera cierto, ¡Hace tiempo que las personas harían todo lo que les pedimos!
¿Existen otros pasajes bíblicos que nos ayuden a entender el sentido real? Revisemos Proverbios 6:1-5, que en una parte dice “si te has enredado con las palabras de tu boca…” (v. 2). El contexto del pasaje es una advertencia para no poner los bienes propios como fianza para otra persona (v. 1): las personas en los tiempos bíblicos no firmaban contratos como hoy, sino que daban su palabra frente a testigos. Entonces, en el contexto y estilo de Proverbios (sabiduría poética para el pueblo del pacto con Dios) las palabras atrapan y enredan porque con ellas se realizaba un compromiso formal. Una declaración ante testigos tenía mucho más peso en ese entonces del que le podríamos dar el día de hoy, en el que las personas solemos hablar con poco cuidado. De hecho esa es la razón por la que Proverbios 10:19 dice “En las muchas palabras, la transgresión es inevitable, pero el que refrena sus labios es prudente” (NBLH).
Entonces, ya vamos encontrado el sentido. Nuestras palabras son importantes porque con ellas mediamos nuestras relaciones con otras personas (a nivel formal e informal), pero principalmente porque Dios escucha lo que decimos y le daremos cuenta de todo lo que decimos, no sólo de lo que hacemos (Mateo 12:36).
A continuación, señalaremos brevemente puntos importantes de la enseñanza bíblica acerca de nuestras palabras:
Lo que hablamos tiene un contenido emocional, racional y, sobre todo, moral. Expresamos nuestro estado de ánimo, nuestros pensamientos, convicciones e intenciones. Todo lo que hacemos y decimos no se va meramente al aire, sino que está en el contexto de nuestra relación con Dios y con otros, porque vivimos en sociedad pero además, vivimos ante Dios, lo queramos o no. Esto parece bastante obvio, pero es de suprema importancia no perderlo de vista, ya que Jesús resumió los mandamientos en el amor a Dios y el amor al prójimo (a otros) en Mateo 22:36-40, así que nuestras palabras no se escapan de la esfera del amor a Dios y al prójimo.
Lo anterior quiere decir que debo cuidar mis palabras porque con ellas puedo lastimar a otros o puedo amarlos, destruirlos o edificarlos. Por amor a mi prójimo, debo evitar insultar a otros, sea que seamos cercanos o no; por amor a mi prójimo debo procurar mostrar bondad a otros con mis palabras. Aún me sorprendo cuando escucho a personas de las congregaciones insultando a otros o burlándose de la gente de manera muy sarcástica, incluso como broma; no debemos olvidar que lo que decimos es una acción moral. Dios se fija en cómo tratamos a otros, incluso con nuestras palabras. En este sentido, Proverbios 18:21 nos dice en sentido poético que dependiendo de cómo hablemos, es decir, de cómo tratemos a otros, cosecharemos las consecuencias, es decir, relaciones construidas o relaciones destruidas.
Esto aplica a nuestros hermanos y hermanas naturales, a padres e hijos, a los cónyuges, a las personas en nuestro entorno laboral y a las personas que encontramos casualmente en lugares públicos. ¿En verdad se trata de eso? Examinemos el pasaje en su contexto:
Los labios del necio provocan riña,
Y su boca llama a los golpes.
7 La boca del necio es su ruina,
Y sus labios una trampa para su alma.
8 Las palabras del chismoso son como bocados deliciosos,
Y penetran hasta el fondo de las entrañas.El hermano ofendido es más difícil de ganar que una ciudad fortificada,
Proverbios 18:6-8, 19-21 (NBLH, énfasis del texto)
Y los pleitos son como cerrojos de fortaleza.
20 Con el fruto de su boca el hombre sacia su vientre,
Con el producto de sus labios se saciará.
21 Muerte y vida están en poder de la lengua,
Y los que la aman comerán su fruto.
Es muy claro que “la lengua” o la “boca” son una manera poética de señalar a nuestras palabras en el contexto de nuestras relaciones personales. Hablar sin cuidado, o de acuerdo con una emoción pasajera, puede hacer que otros se molesten o comunicar un mensaje que sea mal entendido y nos meta en problemas.
Si no cuidamos nuestras palabras, las personas más cercanas a nosotros pueden ser profundamente ofendidas, de manera que reconciliarnos sea cada vez más difícil. Por otro lado, podemos tratar bien a los demás hablando palabras de amor y bondad. No necesitamos poderes mágicos en nuestras palabras para que nuestras vidas sean mejores, sólo necesitamos decidir tratar a otros bien con nuestras acciones y palabras, entonces a mediano y largo plazo (y en casos importantes a corto plazo) nuestras vidas serán realmente mejores y más felices, porque estaremos promoviendo la armonía y la paz que Dios quiere para nuestras relaciones: familias, hogares, lugares de trabajo, congregaciones, etc. Incluso una palabra de bondad puede cambiar totalmente el sentido de un encuentro casual con desconocidos, dando testimonio del Evangelio.
Finalmente, si nuestras palabras son tan importantes para nuestra relación con otros, ¿Qué tan importantes son para nuestra relación con Dios? Aquí entramos a un terreno solemne. Todavía recuerdo haber estado en un congreso con Marco Barrientos hace muchos años en el que él supuestamente demostró con el libro de Números que Dios hará en nuestras vidas de acuerdo con lo que nosotros digamos, así que nuestras palabras tienen el poder de “mover” a Dios, influir en su actuar. El pasaje clave es Números 14:28:
28 Ahora bien, díganles lo siguiente: tan cierto como que yo vivo, declara el Señor, haré con ustedes precisamente lo que les oí decir.
Nueva Traducción Viviente
De acuerdo con esta interpretación, cuando los israelitas estaban en su peregrinar en el desierto, se quejaron contra Dios por la falta de agua, alimento y comodidades, pero en el capítulo 14 de Números, cuando los espías regresaron con el informe sobre Canaán, tanto ellos como el resto del pueblo se desesperaron y se desalentaron, pensando que no lograrían conquistar la tierra prometida y entonces se quejaron en alta voz. En esas quejas mencionaron que desearían estar muertos y que sus hijos e hijas serían tomados como botín militar por sus enemigos; por tanto “declararon la muerte en sus vidas”, así que eso manipuló a Dios y entonces Él prometió que esa generación no vería la tierra prometida. Por eso, supuestamente, nosotros deberíamos declarar “victoria” y cosas buenas en nuestras vidas para que Dios nos llene de éxitos y prosperidad.
Sin embargo, ¿es este el punto del pasaje? No es muy complicado saberlo, simplemente hay que leer con atención. El libro de Números nos muestra cómo el pueblo de Israel había pasado de ser un grupo étnico de esclavos en Egipto a un pueblo libre, mediante la intervención portentosa y sobrenatural de Dios en la historia. Este pueblo había sido consagrado para el conocimiento, la comunión y la adoración del Dios verdadero. Ahora Dios los convertiría en conquistadores de la tierra que había prometido a su antepasado Abraham, para establecerlos, prosperarlos y a través de ellos bendecir al resto del mundo (Génesis 12:1-3). Mientras tanto, ellos tendrían que emprender una campaña militar contra los habitantes de Canaán, ya que esa población había llegado al extremo de la perversión y la inmoralidad, así que Dios utilizaría a su pueblo escogido como instrumento de juicio contra los cananitas.
Dios ya había hecho una promesa, la estaba cumpliendo y la terminaría de cumplir (ver por ejemplo, Josué 23:14-16); sin embargo, el pueblo no creyó las promesas de Dios y se dejó influir por las circunstancias inmediatas. Al final, las quejas del pueblo acarrearon un juicio divino porque ellos ya habían visto los despliegues sobrenaturales del poder de Dios en diversas circunstancias y aún así volvían a quejarse, una y otra vez. Dios no dejaría de cumplir su promesas, pero aquellos que las disfrutarían serían los que las creyeran y actuaran obedientemente en consecuencia. Aquellos que persistieron en su falta de fe lo demostraron con sus continuas quejas, hasta que Dios los excluyó de ver con sus propios ojos la victoria que llevaría a cabo.
20 Entonces el Señor le dijo:
—Los perdonaré como me lo pides. 21 Pero tan cierto como que yo vivo y tan cierto como que la tierra está llena de la gloria del Señor, 22 ni uno solo de este pueblo entrará jamás en esa tierra. Todos vieron mi gloriosa presencia y las señales milagrosas que realicé, tanto en Egipto como en el desierto, pero vez tras vez me han probado, rehusando escuchar mi voz. 23 Ni siquiera verán la tierra que juré dar a sus antepasados. Ninguno de los que me trataron con desdén la verá.
Números 14:20-23 (NTV)
Cuando Dios dijo que haría de acuerdo a lo que dijeron, no se estaba estableciendo un principio de “declaración”, sino que se estaba expresando de manera irónica el juicio por la incredulidad: <<¿Dijeron que morirían porque no los ayudaré, a pesar de que vieron mis prodigios y les prometí la victoria? Pues bien, tal como lo dijeron, no vivirán para ver la victoria>>. Es muy evidente que las palabras de los israelitas no tuvieron ningún poder en sus destinos, pues fue su incredulidad manifestada en desobediencia; eso es algo claramente visible en el texto, porque Dios les dijo que sus hijos sí entrarían a la tierra, aún cuando ellos habían “declarado” que serían tomados por botín:
31 »Ustedes dijeron que sus niños serían llevados como botín. Pues bien, yo me ocuparé de que entren a salvo a esa tierra y que disfruten lo que ustedes despreciaron. 32 Pero en cuanto a ustedes, caerán muertos en este desierto.
Números 14:31-32 (NTV)
Los escritores inspirados del Nuevo Testamento corroboraron este punto, que es la interpretación correcta, mostrándonos que la lección para nosotros hoy es no dejar de confiar en las promesas de Dios a nosotros, los creyentes contemporáneos y perseverar en la fe. Estas promesas son las que están en el Evangelio de Cristo: El perdón de pecados, la vida eterna, la provisión de su bondad, la adopción espiritual, la resurrección corporal, la habitación de su Santo Espíritu en nosotros, etc. Así como Israel peregrinó en el desierto hacia Canaán, los creyentes en Cristo peregrinamos en la vida diaria hacia la trascendencia celestial, en la presencia de Cristo (1 Corintios 10:1-13 y Hebreos 3:7-4:3a).
Dios quiere que lo alabemos y le expresemos nuestro amor, fe y devoción con nuestros pensamientos y con nuestras palabras al orar. Por supuesto, estas palabras deben ser congruentes con nuestras acciones, nuestro trato a los demás y nuestras intenciones, de lo contrario Dios lo sabrá (Salmo 19:14; Santiago 3:8-14). ¿Nos importa nuestra relación con otros?¿Cuánto más nos debería importar nuestra relación con Dios?
Debería ser un hábito sincero alabar y agradecer a Dios con nuestras palabras, no sólo al orar en público en nuestras congregaciones (si es que se hace), sino al orar en privado y en lo oculto, cuando sólo Él nos ve y nos escucha. Procuremos no hablar palabras “bonitas” a Dios como una reacción vacía. A veces he escuchado a personas repetir sin cuidado palabras de alabanza a Dios sin darse cuenta de lo que están diciendo. Podemos escuchar largas cadenas de “amén-gloria a Dios-a su nombre-aleluya-sí, Señor“. A Dios no le interesa tanto que digamos una cadena más larga de palabras, sino que una sola palabra sea sincera y sea expresada con todo lo que somos, incluyendo nuestras emociones y compromiso.
Tomemos el tiempo para una nota final de aplicaciones. Podemos mostrar amor nuestros semejantes y a Dios en circunstancias específicas, tales como:
Ahora te toca a tí, lector, pensar en otras maneras de dar vida con tus palabras. Y recuerda… ¡Hay poder en tu boca!
Joshua Belmontes estudió Economía y Microfinanzas en la Universidad Nacional Autónoma de México, ha sido profesor de Español como Segunda Lengua para el ministerio Avance Juvenil, ha recibido cursos de Teología por parte de ministerios Ligonier y enseña en la Escuela Dominical de su iglesia local.