Esto encuentras en el décimo noveno capítulo de Lucas.

Abre el capítulo con la historia de Zaqueo, un hombre rico que colectaba los impuestos de los judíos de su región para Roma. Por ello, era visto como traidor, pues el Imperio le pagaba por su labor, y como pecador porque se sospechaba que su riqueza se debía en buena medida por esto. Odiados por sus paisanos, Jesús no lo excluyó y le habló del mensaje de Dios para el pecador. Su arrepentimiento se tradujo en obras y dio la mitad de su riqueza a los pobres.

Jesús habló una parábola en la que a cada empleado su patrón le dio cierta cantidad de dinero a administrar, para así enseñar que Dios da a cada uno algo en particular. Todos somos administradores de lo recibido y habremos de dar buenas cuentas de ello.

Luego, relata de entrada de Jesús a Jerusalén, esta vez, para ser crucificado y cumplir así lo que se había escrito sobre él. La gente lo recibió con celebración y muchos de ellos pedirían al representante de Roma, apenas unos días más tarde, que lo crucificaran. Esperaban guerra y rechazaron la paz perdurable. Así, el ser humano un día ama a Dios y al otro le desecha con facilidad si sus expectativas no son satisfechas. Y Jesús encontraría el templo de Dios hecho un mercado, en el que la gente olvidaba el propósito de invocarle al vivir la inercia de la religiosidad que les impedía conocer y relacionarse realmente con su Dios.

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