Jesús enseña esto en el décimo octavo capítulo de Lucas.

Jesús enseñó que es necesario que oremos por nuestras necesidades, para clamar por justicia ante las injusticias que sufrimos y para expresarle nuestros deseos y pensamientos. Nos muestra a un Padre dispuesto a escuchar. Si incluso un juez hace justicia para quitarse de encima a una persona que le es molesta, ¡cuanto más Dios, que es justo, hará justicia a los que aman la justicia!

Jesús también habló de un hombre que se consideraba religioso y que agradecía a Dios no ser como otro hombre que el religioso consideraba pecador. Contrastó esta actitud con la de un hombre considerado pecador que sí se reconoció a sí mismo como tal y que le suplicaba a Dios que, aunque no lo merecía, tuviera favor con él. Dios atiende la oración del que se humilla reconociendo quién es él y quién es Dios.

Asimismo, Jesús dio un lugar a los niños, los cuales frecuentemente eran menospreciados por los adultos. Les recordó que debemos ser como ellos para entrar al reino de Dios. En cambio, los adultos que aman más sus riquezas que a Dios y que al prójimo, no son dignos de estar donde Dios está. Pero un ciego podía reconocer quién era Jesús, el prometido de Dios para sanar a las naciones. A él le rogó que tuviera misericordia y le diera la vista, a lo cual Jesús accedió por la fe de aquel hombre.

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