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Mira lo que enseñó Jesús en el decimocuarto capítulo de Lucas.
Comienza el capítulo con Jesús sanando a un hombre con hidropesía en día de reposo. Yo no veo a un Jesús buscando a ver a quién sanaba, sino a alguien que movido a compasión procuraba aliviar el sufrimiento humano. ¡Eso es el reposo que Dios desea para el ser humano!
Entonces, Jesús da lecciones de humildad animando a los que escuchaban a no engrandecerse, no fuera que fueran humillados. Y contó una parábola, la del gran banquete. En ella se refiere a los invitados, que uno a uno se fue excusando para no asistir. El anfitrión decidió que salieran a invitar a todos en las calles al gran banquete.
Nuevamente, al ver Jesús a tanta gente que le seguía, pensó que algo andaba mal. Quizá le buscaban porque no estaban entendiendo lo que Jesús les decía. Les dijo que aquel que creía en él debía amarle más que a sus padres, cónyuge, hijos, hermanos e incluso más que a sí mismo. Además, debía estar dispuesto a apreciar más a Jesús que cualquier cosa que pudiera tener. Por supuesto, Jesús no les estaba pidiendo renunciar a lo material para que se lo dieran. La gente debía darse cuenta de que sirve un amo y que debía elegir a cuál servir.