Así enseñamos religiosidad en las iglesias
Los jóvenes preguntan todo el tiempo si esto o aquello está mal. (más…)
Sigue acompañándome en este proceso de duelo y esperanza.
Hoy quiero agradecer públicamente al hombre que hizo pacto conmigo en el altar y cumplió su promesa hasta el último aliento. Este año estaríamos celebrando 23 años de casados y 24 de novios. Sí, nos casamos el mismo día un año después que me preguntó si quería ser su novia. Sólo seis meses después ya tenía anillo en mi dedo y el 24 de febrero de 1996 dijimos: “sí acepto”.
Te imaginarás que por eso he llorado a mares. Físicamente estoy adolorida porque extraño al hombre con el que formé una familia, con el que serví por 23 años en la Iglesia Bíblica El Camino y con quien disfruté lo mejor de la vida.
No, no tengo idealizado a ese hombre, en serio tenía un corazón de oro. Por supuesto que en 23 años de matrimonio tuvimos años muy difíciles, los primeros tres fueron económicamente brutales, empezando una iglesia con bebé de dos años y uno en pañales (porque me embaracé a los dos meses de casados) pagábamos $800 de renta y ganábamos $700 al mes, no me preguntes cómo sobrevivimos. Las matemáticas de Dios funcionaron mejor que las mías, la presión del ministerio casi nos acaba un año, y justo cuando cumplimos 10 años de matrimonio, fue necesario ir con un consejero matrimonial porque había cosas que arreglar, éramos perfectamente humanos: el colérico y yo melancólica, pero lo que nos salvó fue que estábamos enamorados del mismo Dios y buscarlo se volvió el centro de nuestra existencia y el temor de fallarle nos protegió de nosotros mismos muchas veces.
Este marido mío era físicamente hermoso, tenía los ojos verdes más cautivantes. Si bajaba la mirada y me veía fijamente se me aceleraba el corazón, sus besos y abrazos me erizaban la piel. Pero eso es sólo lo de afuera, porque lo que no se puede ver con los ojos era más atractivo.
Cuando nos casamos decidimos escribir las letras pequeñas del contrato, las que nadie se pone a discutir a tiempo y por eso el resultado son años de pleitos. Algunas cláusulas tenían que ver con deberes del hogar, otras con expectativas y responsabilidades, pero yo hice una solicitud especial: le pedí que siempre que saliéramos juntos y camináramos en la calle, me tomara de la mano. Bueno, cumplió su promesa cada día de cada año que estuvimos juntos. Aunque estuviéramos enojados, jamás me dejó caminar sin sostener mi mano.
Aprendimos a equilibrar nuestras diferencias de carácter, a leer nuestro mal humor, a resolver nuestros problemas hablando, jamás nos faltamos al respeto y como regla nunca nos levantamos la voz ni discutíamos frente a los niños. Nos cuidamos mutuamente nuestras enfermedades, aprendimos juntos a ser padres, y nos ayudamos a crecer, nos convertimos en una máquina bien aceitada con los años al punto que él me leía el pensamiento, siempre sabía cómo animarme y yo sabía exactamente qué necesitaba.
Estoy en el proceso de aprender a manejar la nueva realidad y adaptarme, pero junto con eso resulta que tengo que solucionar muchas cosas, como trámites interminables, asuntos legales y funcionarios malhumorados. Mientras te cuento esta parte de la historia, tal vez si pones atención esta información salve a una que otra esposa y a algunos hijos de la desesperación burocrática.
Sé que no quieres pensar que un día vas a morir y dejar a tu esposa e hijos solos, pero es posible que suceda. Permíteme elaborar la frase de otra manera: Te vas a morir, y sólo hay dos posibilidades: o dejarás memorias tan gratas que provocarán suspiros de nostalgia por tu ausencia, o dejarás amargura, llanto y un montón de problemas legales.
Mi hermoso marido sólo me saca suspiros. Justo ayer me encontré una carta de esas que nos escribíamos en nuestros cumpleaños y es como medicina sentirme amada por sus palabras, pero además porque fue íntegro en todas las áreas de su vida, y esta es la lista maravillosa de lo que parece trivial, pero me tiene fascinada:
Mi sistemático esposo no tenía deudas, el mismo día que falleció le pidió a Maritha que pagara la tarjeta que se vencía ese día. El hombre no podía respirar, pero no se iba a subir a la ambulancia con el pendiente de una deuda en el banco. Así era él.
Tengo acceso a sus dos correos electrónicos, usaba la misma contraseña para todo. Quizás no lo veas, pero eso es confianza. Puedo entrar a su cuenta de Facebook, a su chat de WhatsApp, y todo es absoluta transparencia. Me sabía la contraseña de su celular y mi huella digital estaba registrada en su tableta.
¿Por qué es eso importante? Porque no puedo imaginar lo que sería pasar por todo esto, sin tener esa información, me sentiría desamparada, terriblemente molesta y abrumada, porque toda esa información a mi disposición sólo me dice “te amo”, no tengo secretos para ti.
Amar no sólo se trata de decir frases románticas o mandar flores y créeme que me encantaban las flores. Me trajo serenata dos veces y esas cartas son un tesoro en mis manos, pero más allá de las palabras amar es cuidar del otro y hacer lo correcto. Cada vez que termino un trámite y empiezo el otro, descubro una carpeta perfectamente ordenada con toda la información que necesito, su orden me ha hecho esta parte del duelo tan fácil, que de verdad he salido de alguna oficina pensando: ¡Wow! ¡Qué hombre! Ya no lo tengo a mi lado y me siguen sorprendiendo las cosas que hizo en privado, pero que representan integridad y amor en toda la extensión de la palabra.
Hoy tendríamos una cita especial, me habría dejado escoger el restaurante, habríamos charlado dos horas, tal vez terminaríamos tomados de la mano viendo alguna buena película, me habría besado al final de la cita y con un abrazo hubiera dicho, “feliz aniversario amor, lo logramos otro año…”
El amor de mi vida no está para llevarme a nuestra cita anual, ni para escribirme notas, pero me sigue diciendo que me ama, su archivero dice que me ama.
Efesios 5:28 “Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama.”
Catalina Gomez Fonseca fue esposa del pastor Hiram Ramírez, quien el 2 de enero de 2019 descansa esperando el día glorioso de la resurrección. Tuvieron 3 hijos que educaron en casa. Viven en Puebla, México. Desde hace 21 años ha servido en la Iglesia Bíblica El Camino. Es diseñadora gráfica de profesión, lingüista por hobby, maestra por vocación, apasionada estudiante de la Escritura y los idiomas bíblicos, canta desde los 9 años y está convencida de que la Biblia contiene respuesta a todas las preguntas de la vida. Es coautora del Blog Hijos de Abraham, un espacio de provocativa reflexión bíblica.