Una iglesia útil reconsidera el propósito de la enseñanza antes de plantearse lo que va a enseñar.

No son muchas las iglesias que consideran la enseñanza como algo fundamental de su quehacer y de su propia razón de ser. Es posible escuchar a muchos cristianos citar, de manera descontextualizada, el texto a los corintios en el que el apóstol Pablo dice que “la letra mata, pero el Espíritu vivifica”. Entonces, evitan todo esfuerzo por aprender y entender, dejándoselo todo al Espíritu Santo. Otros, en el extremo opuesto, dejan todo al conocimiento intelectual y desestiman por completo al Espíritu como la persona que Jesús envió de parte del Padre para que nos testifique de él.

Enseñar para cultivar el orgullo

No es casualidad que quienes dicen que la letra mata imponen sus propias ideas a quienes no pueden aprender por su cuenta sino solo por el líder, el predicador, el apóstol, el pastor, el padre o la madre espiritual. Aunque dicen que el Espíritu les habla y enseña, no están dispuestos a confiar en que sea el Espíritu el que les enseñe porque entonces quedaría de manifiesto que son falsos maestros. Estos confunden la ley con el conocimiento para ser los únicos mediadores entre la revelación y el creyente, siendo impostores del Espíritu mismo.

Los que predican de la trinidad pero anulan al Espíritu en la práctica reduciendo la vida cristiana únicamente a dogmas, sistemas teológicos y clases de Biblia -información- están en el otro extremo. En ambos casos, la enseñanza cultiva el orgullo, pues se apela a lo que una persona o pequeño grupo dice que Dios dice y se trata como apóstata al que no cree lo que el maestro cree. Si el creyente no habla como el líder, no enseña como el líder, no Como sea, se suplanta al Espíritu, esto es, a su persona y a su obra.

No se está diciendo que apelar al Espíritu o que el conocimiento intelectual sean un error, sino que el error está por un lado en excluir al conocimiento intelectual y, en el otro caso, excluir al Espíritu. Son tales extremos los que reducen la enseñanza al orgullo humano. Sus efectos son notables, pues en ambos casos el que enseña vuelve el conocimiento de Dios un mérito del que lo imparte. El que sabe está en mayor jerarquía que el ignorante o el neófito. Cultivamos el orgullo cuando alguien cree que entiende, que sabe y que conoce a Dios por su propio esfuerzo intelectual al estudiar o piensa que el Espíritu se lo enseñó cuando en realidad repite lo que su maestro humano le ha dicho.

Enseñar para la santificación

La máxima prueba de que la revelación es por el Espíritu es que la vida del creyente es nueva porque un día Dios le permitió creer, reconocer su pecado, confesar y abandonar la práctica de las maldades que hacía para comenzar a amar los mandamientos de Dios, en semejanza a Cristo. En cambio, es meramente información o conocimiento intelectual cuando la vida de quien se ha identificado como creyente es exactamente la misma o peor que cuando no lo era, sin embargo, alardea de ser espiritual por hablar de lo que no conoce.

Es evidencia de la obra del Espíritu la contrición por el pecado (dolor por haber rechazado, ofendido y despreciado a Dios), libertad para dejar de practicarlo, deseo y poder para obedecer a Dios, creer en el evangelio que antes se había rechazado, obrar haciendo el bien y justicia para con su prójimo, viviendo en el Espíritu y no satisfaciendo sus pasiones y deseos carnales.

Enseñar para la santificación es que la doctrina de la iglesia sea la de Jesús, pues lo que él hablaba de lo que había oído del Padre y lo que enseñaba era la evidencia de su propio carácter y naturaleza. Es decir, que no adoctrinó para repetir un conjunto de creencias, sino que mostró que conocer a Dios es ser como Dios en naturaleza y, por consecuencia, en obras. El conocimiento de Dios es resultado de la comunión con Dios, no de una clase. Si bien Jesús enseñó según el sistema rabínico en la sinagoga, también enseñó fuera de ella cómo es la realidad del reino de los cielos que se ha acercado: una en la que Jesús es Señor y nuestro sometimiento a él se traduce en santidad, esto es, ser de Dios, ya no del diablo.

Más santificación, cero orgullo

Las iglesias deben elegir si van a enseñar para cultivar el orgullo o para que el hijo de Dios se parezca más a su Dios por medio de la obra del Espíritu Santo en su vida. Para ello, debemos cambiar cómo nos relacionamos con Dios, no a través de comunicar información, sino de promover la comunión. También, hay que cambiar cómo nos relacionamos con los otros, viéndolos y tratándolos como personas con certezas y con dudas, con victorias y fracasos, con debilidades y fortalezas, con necesidades, luchas. Por lo general, dejamos de ver al otro como una persona y nos relacionamos con ella como con una máquina que repite lo que le enseñamos, como un eco en un lugar vacío.

Enseñar para santificación implica dirigirnos a alguien, no a un auditorio. Hablamos las verdades del evangelio para que sea el Espíritu el que le enseñe, el que le revele al Hijo y le recuerde sus palabras, el que le dé a conocer al Padre, el que le guíe, el que le ayude a permanecer en los mandamientos, el que testifique y le muestre la verdad, el que le convenza de pecado y juicio, el que le aconseje. Jesús oró al Padre que santificara a los suyos en la verdad.

Una enseñanza en la que quien enseña ama a aquel a quien enseña es una fundada en la Cultura de Discipulado, una en la que cada uno estimula al otro a seguir a Jesús porque la enseñanza está centrada en él y no exclusivamente en la información. Por ello, santifica, no ensoberbece ni alimenta el orgullo.

Dios el Padre los eligió de acuerdo con su propósito y por medio del Espíritu los ha santificado, para que obedezcan a Jesucristo y sean salvados por su sangre.

1 Pedro 1:2

Efraín Ocampo es consejero bíblico y fundó junto con su esposa Paola Rojo la organización sin fines de lucro Restaura Ministerios para ayudar a toda persona e iglesia a reconciliarse con Dios y con su prójimo. También es autor del éxito de librería “La Iglesia Útil”, entre otros libros.
Encuentra más sobre este tema en su libro de Restauración Personal “40 días en el desierto“. También lee el libro de Restauración de Relaciones “Amar como a mí mismo” y de Restauración de Iglesias “La Iglesia Útil“. El ensayo “Las Iglesias del Covid-19“ habla sobre cómo reaccionaron las iglesias en la pandemia y cuáles son los retos que tienen por delante.

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