Consejos ante la muerte de un ser amado – Parte 14
"La muerte de mi esposo me enseñó a vivir la vida". (más…)
Cómo superar la culpa y la frustración al traer a Cristo al hogar.
Muchos son los padres que están llenos de culpa debido a que no han sido los papás que les gustaría ser. Unos porque no han pasado el tiempo que hubieran querido con sus hijos debido a su trabajo; otros, porque no les han dado a sus hijos lo que hubieran querido por estar más con ellos. También tienen culpa por sus errores ––los conozcan sus familiares o no ––. Entonces, están frustrados porque las cosas no son como esperan, su familia no es como esperan, sus hijos no son como esperan, ellos mismos no son como quisieran; la vida no es como la imaginaban.
Ciertamente, para muchos hijos, sus padres no son como esperan. Sin embargo y a pesar de todo, sus padres les aman. Esta publicación está pensada para los padres que aman a Dios y a sus familias, pero requieren de orientación, consuelo y ánimo. Es mi oración que este texto contribuya a ello.
Tu familia está a tu cuidado, pero no es tu propiedad. Aunque sabemos esto, es frecuente que los padres se relacionen con su esposa e hijos precisamente como… ¡esposa e hijos! ¿A qué me refiero? Dejan de ver a personas de carne y hueso que tienen sueños, miedos, alegrías, tristezas, necesidades, personalidad propia, con su individualidad, su temperamento.
Nos relacionamos con otros sin considerar a la persona cuando solo vemos responsabilidades exigidas o tareas por hacer, expectativas o resultados esperados, una imagen que dar y esto pasa porque pensamos que el mundo gira en torno a nosotros. Esto no es amar a la familia. Vivimos haciendo lo que queremos o creemos correcto, y queriendo que otros hagan lo que queremos y creemos correcto. No me malinterpretes. Parte de ser padre es enseñar la diferencia entre el bien y el mal, lo justo y lo justo, lo verdadero y lo falso, pero los padres caen en la tentación de imponer a su familia, sobre todo a los hijos, sus ideas personales, sus prejuicios, sus culpas, frustraciones, sus miedos, sus incongruencias.
Entonces, se exige a los hijos que digan la verdad cuando sus padres dicen mentiras; que sean buenos cristianos cuando ellos mismos no lo son; que sean responsables cuando ellos como padres no asumen su responsabilidad. ¿De qué? De forjar carácter en sus hijos, de enseñarles que el bien y la justicia no depende del ánimo del momento ni de criterios personales, a tomar sus decisiones con integridad, a amar más allá de las circunstancias para matar al egoísmo y al orgullo.
No, no puedes olvidar que tratas con personas. No puedes simplemente obligarlos a que piensen y hagan lo que quieres ––aunque tengas razón––. Debes conocer y comprender a tu familia al escuchar a las personas que la integran, al preguntar, al conocer a tu propia esposa y a tus hijos. No puedes tratar a todos por igual. ¡Son diferentes! Piensan, sienten y tienen su voluntad propia. Puedes enseñarles a amar la verdad y eso implica que piensen por sí mismos, que reconozcan sus sentimientos y que no se dejen dominar por ellos para que entonces, hagan lo bueno y lo justo. Eso sí, el precio es alto: debes amar la verdad tú también y vivirla.
¿Quieres saber qué piensan, qué quieren, qué les molesta, qué sueñan, qué les duele, qué les decepciona, qué les alegra…? ¡Pregúntales! Los padres son la autoridad puesta por Dios a los hijos (ni la TV, ni las modas, ni los medios de comunicación, ni el Gobierno, ni los profesores, ni los amigos; nadie más) y eso implica orientarlos, dirigirlos y poner el ejemplo. La autoridad no es para ser un dictador en la familia ––se hace porque lo digo yo––, sino que es eminentemente servir a la familia.
No estoy diciendo que se deba dar gusto a todos y dejar que hagan lo que quieran. Lo que estoy diciendo es que cuando los padres tienen claro que están ahí para pastorear a sus familias las guían, protegen ––incluso de sí mismos–– y alimentan material y espiritualmente. Por eso la comunicación constante es esencial. De esta manera sabrán cuáles son las amenazas, no para prohibir y ya, sino para dar las herramientas que cada uno necesita. El padre debe crear en el hogar un ambiente de confianza y respeto para que todos participen en las conversaciones, según su madurez, y sean escuchados, pero también para que aprendan a escuchar y a sujetarse a los padres. Esto es difícil; por eso muchos prefieren ejercer una autoridad distorsionada, tipo dictador.
Pastorear a la familia también implica cumplir con sus responsabilidades de provisión económica y material, y principalmente de dar afecto, seguridad, disciplina, brújula moral, bases para la vida espiritual en Cristo, todo lo cual es necesario para ser humanos. Un padre que pastorea es pastoreado por otros hombres maduros que siguen a Jesucristo. Por eso debes pastorear no vendiendo una imagen perfecta, sino de alguien que a pesar de su debilidad confía en la obra que Dios hace en su vida.
El secreto no es tanto si hacemos A o B, sino la constancia. Una cosa es hacer lo mínimo que tenemos que hacer y otra pastorear a la familia, pero en ambas la constancia es un requisito. Cumplir tus responsabilidades como esposo y como papá no significa que estés haciendo algo bueno, estás haciendo lo que debes hacer. Cuando pastoreas a tu familia no le ayudas a tu esposa, sino que haces lo que se supone debes hacer.
El tiempo que inviertes pastoreando a tu familia no es negociable, no es opcional ni lo puedes delegar a nadie (ni a la iglesia ni al pastor ni al maestro ni niños). La constancia hace de la paternidad algo natural, sin esfuerzo. Sin embargo, si llegas a fallar, debes liderar el proceso de sanidad de tu familia. ¡Sí, tú mismo! Es necesario que juntos aprendan a tener compasión, a perdonar, a reconocer sus debilidades, pero también a encontrar maneras de superarlo juntos con amor y comprensión.
La constancia te la dará tu dependencia en Dios. Si no permaneces unido a Cristo, comenzarás a hacer las cosas en tu propia inteligencia, según tus razonamientos corrompidos y de acuerdo a tu conveniencia. Recuerda, todos fallan (papás e hijos), pero se decepcionarán de ti si eres inconstante, es decir, si ocultas tus errores y tus debilidades en lugar de reconocerlas para salir adelante y superarlo ––cuidado: ser cínico es reconocerlas para justificar tu falta de carácter y por eso no puedes exigir a todos lo que no puedes o no quieres hacer tú––.
La falta de constancia socava tu autoridad paternal. Puede fallar tanto que ya no puedes ni quieres servir a tu familia. Una falla común es refugiarte en tus errores y pedir comprensión mas un padre debe demostrar cómo sobreponerse después de fallar y cómo Dios restaura a las personas y a las familias. Estancarte en la culpa resultará en abandonar tus responsabilidades, y en general, tu paternidad. Para evitar esto, la familia debe trabajar en unidad para ayudar a papá, mamá o a alguno de los hijos. Solamente juntos pueden salir adelante de cualquier situación, pero comportarse como enemigos destruirá a la familia.
Reflexiona cada día en cómo es Dios como Padre y Jesús como esposo y sé ese padre y ese esposo, sin pretender ser perfecto. Muéstrate débil, como eres, pero dependiente en Dios y crearás un ambiente de compasión, respeto y apoyo mutuo en tu hogar.
Para ello debes ampliar tu entendimiento de Dios como Padre y de Jesús como esposo. Evita repetir lo que te han dicho sobre el Padre y sobre el Esposo, y evita repetirte las ideas que te has hecho de ellos porque podrían estar fundadas en conceptos equivocados. Ve a la Palabra y déjate enseñar por el Espíritu. Cada cosa que aprendas ponla en práctica.
¿Cómo vas a lograr esto? Imitando a Cristo en todo y muriendo a ti cada día. Haz las cosas sin esperar respuesta de parte de tu familia, sino sabiendo qué es lo que tienes que hacer. No hagas algo para obtener un resultado, sino porque es lo correcto, lo verdadero, lo justo, lo puro, lo amoroso, lo recto, lo honesto. Tratas con personas, ¿recuerdas? No intentes manipularlas haciendo cosas para que te correspondan haciendo lo que esperas. Decide amarlas como personas no para que te den gusto sino para que aprendan a amar a Dios por sí mismas y a amar a su prójimo.
A su vez, aprenderán de Dios a través de ti. ¿Quieres que perdonen? Perdónalas cuando tengas que hacerlo. ¿Quieres que se sujeten? Deben ver cómo te sujetas a Dios. ¿Quieres que sean humildes? Debes enseñarles cómo eres humilde.
Tu sanidad está directamente relacionada con la suya. Si estás mal, tu familia estará mal. Sé discipulado por otros hombres que admires en su dependencia en Dios, en su sabiduría, en su rectitud. Esto ayudará en tu humildad también. Rinde cuentas y evitarás hacer algo de lo que te arrepientas que pueda, incluso, destruir a tu familia.
Áma a tu familia en cada cosa que hagas y no hagas, deja que se equivoquen y si están ofendiendo a Dios o a ti, amonéstalas con amor y paciencia. No te dejes engañar por tus pensamientos. Alejarte no ayudará a tu familia, sino que te necesitan bien.