Agosto – Haz lo bueno desinteresadamente #12Meses12Propósitos
En tu familia, amigos, compañeros, desconocidos... ¡siempre es posible! (más…)
Cuándo pasa, cómo reconocerlo y qué hacer para evitarlo.
Muchos estarán leyendo este artículo porque les parece ridícula la idea de que existan cristianos que hacen de la Biblia su dios, mientras que otros estarán de acuerdo con la afirmación del título de esta publicación. Es importante lo que pensamos acerca de la Biblia, pero lo realmente importante es para qué la usamos. Se dice que es la Palabra de Dios, pero muchos la están usando como el aval de Dios a sus palabras humanas corrompidas, como su dios particular y congregacional, incluso, hasta como amuleto.
Uno de los principales problemas en torno a la Biblia es de autoridad. Los adventistas del séptimo día dicen que debemos guardar el sábado como lo hacían los judíos porque la Biblia lo dice; los católicos dicen que María es la madre de Dios porque la Biblia lo dice; los calvinistas dicen que la salvación no se pierde porque la Biblia lo dice, pero los arminianos dicen que sí se pierde… porque la Biblia lo dice. De hecho, ¡los Testigos de Jehová han tenido que hacer una traducción de la Biblia para que ya no diga lo que dice, sino lo que ellos creen!
El diablo la usó para tentar a Jesús y hacerlo pecar, lo cual no logró (Mateo 4:1-11). Eso debería decirnos algo sobre cómo las Escrituras han sido usadas desde tiempos del Antiguo Pacto. El tentador dijo “escrito está” y Jesús mismo dijo “escrito está”. Indudablemente es un tema de autoridad. La pregunta es: ¿la Biblia tiene autoridad por sí misma o qué da autoridad a la Biblia? ¿Cuando la citamos a qué autoridad apelamos? ¿A la autoridad de unas palabras que 40 personas escribieron hace miles de años bajo ciertas circunstancias, en una cultura específica, con un propósito a ciertas personas o la de verdades inmutables comunicadas mediante palabras, personas, situaciones?
Por ejemplo, mucha gente lee Josué 1 dando autoridad a las palabras. Para ellos, cuando Dios dijo a Josué que les daría todo lo que tocaren las plantas de sus pies al disponerse a conquistar la tierra prometida, leen que Dios mismo les está diciendo que les ayudará a conquistar sus metas; cuando dijo a Josué que fuera fuerte y valiente, ellos piensan que les está diciendo que sean fuertes y valientes para conquistar los retos que tienen por delante. Asimismo, cuando leen que Dios le dijo a Josué que tendría éxito, que prosperaría y que le acompañaría dondequiera que fuera, lo sienten como que Dios los llevará al éxito y hará prosperar sus planes.
En cambio, si la autoridad es Dios no intentarán aplicar esas mismas palabras dichas a Josué a sí mismos, sino que entenderán que la verdad comunicada es que Dios cumplirá las promesas que nos ha hecho tal como las cumplió al Israel comandado por Josué y que su bendición para nosotros está condicionada de la misma manera que lo estuvo a ellos: debemos someternos a su Señorío, a sus designios, a sus planes, a su voluntad no para darnos lo que queremos, sino lo que ha dicho, lo cual es una bendición mayor.
Volvamos a Jesús siendo tentado. Si afirmamos que la Biblia es la autoridad, entonces Jesús hubiera tenido que hacerle caso al diablo porque citó las Escrituras; y si Dios es quien da autoridad a sus palabras, tendríamos que preguntarnos: ¿cómo saber si usamos con verdad lo que ha dicho o si lo usamos como el diablo, incluso para tentar a Dios mismo? Si la autoridad viene de Dios hay que conocerle para conocer la verdad detrás de las historias, los personajes, las culturas de los pueblos que figuran en la Biblia. Entonces, citar la Biblia no es sinónimo de hablar de parte de Dios. Hablamos con su autoridad cuando vivimos conforme a la verdad revelada, cuando somos como el Verbo, la Palabra de Dios hecha carne: Jesús. Él es la imagen de Dios, las palabras de Dios, los actos de Dios, la justicia de Dios, la verdad de Dios.
Esto es importante porque muchos que enseñan Biblia dicen dos frases que son comparables con “escrito está” y son “esto es bíblico” o “la Biblia dice que…“. Es usual que los maestros enseñen lo que ellos creen que dice la Biblia, en lugar de enseñar, primeramente, a la gente a leer la Biblia. El problema de las diferentes interpretaciones, incluso contradictorias, está más relacionado con imponer nuestros puntos de vista a otros que en permitir que las personas lleguen por su cuenta a una conclusión, guiados por el Espíritu.
Cuando le decimos a alguien que debe creer en lo que creemos porque es lo bíblico pretendemos dar autoridad a lo que decimos. Es como tratar de conocer a alguien a través de lo que alguien dice. No, pues lo que hacemos es conocer directamente a la persona. Lo que la gente necesita es conocer a Dios por sí misma, y claro, como iglesias cuidar que cada persona camine con Dios a través de lo que él ha dicho. Claro, la iglesia da recursos que ayuden a entender mejor lo que se lee, pero insisto, no para que los creyentes dejen de pensar por sí mismos, confiando en que tenemos al mismo Espíritu de verdad que nos guía a toda verdad, pues habla lo que oye de Dios.
No creemos en algo porque sea bíblico, sino porque es verdad. Porque si citamos la Biblia diciendo que algo es bíblico podríamos aceptar que la poligamia es verdadera, porque algunos hombres de Dios tuvieron más de una esposa. O podríamos pensar que nuestra interpretación aprendida de otros es bíblica… y podría serlo, o no. ¿Qué pasaría si en lugar de ser protectores de nuestra interpretación de lo bíblico fuéremos buscadores de la verdad, enseñados por el Espíritu? Esto no es un llamado a abolir las doctrinas, sino a cuestionar las que tenemos al confrontarlas con la verdad. Tampoco es un llamado a que cada uno crea lo que prefiera, sino a desechar lo que a cada uno agrada al leer las Escrituras anhelando conocer más lo que agrada a Dios respetando los límites que cada texto bíblico tiene: lo que leo, ¿realmente dice lo que creo que dice o mi idea del texto es externa a él?
¿Es posible hacer de la Biblia un dios? Parece una total contradicción, pero la respuesta es sí. La idolatría es poner en el lugar de Dios a alguna cosa o persona, incluso a uno mismo. De hecho, Israel nos enseña que es posible convertir cualquier cosa en un dios, incluso nuestro intento de adorar a Dios (a nuestra manera, claro), nuestras buenas obras, nuestra propia justicia, nuestro culto… Ya existe el término bibliolatría para referirse al hecho de que se sustituye el culto a Dios por un culto a la Biblia.
Podemos identificar esta clase de idolatría de manera muy sencilla: cuando ponemos por encima de Dios lo que creemos argumentando que lo dice la Biblia . Justificar una injusticia diciendo que es bíblico hacerlo, eso es bibliolatría. Por ejemplo, cuando una iglesia condena a alguien que pecó en lugar de proveer restauración argumentando que la Biblia dice que la paga del pecado es muerte. Es “bíblico”, pero no es verdad. La paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo. Si Dios hiciere lo que esas iglesias nadie sería salvo. Todos tenemos la responsabilidad de perseverar, pero si alguno es sorprendido en pecado debe ser restaurado con humildad de manera espiritual (Gá 6:1), llamándole a mantenerse firme, en la libertad con que Cristo nos libertó para no someterse nuevamente a la esclavitud de la que fue rescatado (Gá 5:1). La vocación de la Iglesia es que nos ayudemos unos a otros a llevar nuestras cargas para cumplir la ley de Cristo (Gá 6:2).
Por temor a la condenación de su iglesia local, muchos prefieren ocultar la práctica de sus pecados en lugar ayudarse mutuamente a llevar sus cargas. Se supone que la iglesia es para eso. Al no ser lo que deberíamos no hacemos lo que deberíamos. Es común que si se sabe que alguien cometió fornicación o adulterio sea expulsado, no restaurado; mas los que mienten, son orgullosos, no honran a sus padres, son envidiosos, causan peleas o son borrachos, por ejemplo, pueden seguir practicando su pecado sin ser confrontados. Según su interpretación hay pecados que ameritan la expulsión y otros no ameritan nada, pese a que ni los mentirosos ni cualquier otro pecador no arrepentido entrarán al reino de los cielos.
La bibliolatría se consuma cuando a las palabras de la Biblia añadimos nuestros prejuicios, miedos, odios, supersticiones, conveniencia, nuestro concepto distorsionado de Dios y a eso le llamamos “Palabra de Dios” o “lo bíblico”. Entonces, pensamos que la información es más importante que la comunión con el Señor; maldecimos al que tiene una interpretación diferente a la nuestra; llamamos “bíblicas” a nuestras prácticas, aun cuando sean pecaminosas, e incluso las enseñamos como parte de la fe cristiana. La Biblia nos debe llevar a conocer la verdad, amarla y vivir por ella. Lo realmente bíblico, lo verdadero, es reflejar el carácter de Cristo.
Las Escrituras no son la cuarta persona “de la Trinidad”. Sí, sé que una trinidad es de tres, pero lo digo así para que no quepan dudas: no podemos elevar a la Biblia a algo que no es. Si queremos conocer lo que Dios ha dicho de sí mismo y las verdades que él ha querido revelar al ser humano ahí vamos a encontrarlas para vivirlas en el mundo real, el que está fuera de las páginas, en el tiempo en el que vivimos. Él se sigue manifestando tal y como sabemos que lo hizo en otro tiempo. Leemos el pasado para conocer al Dios vivo con el propósito de servirle con conciencia limpia como lo hicieron los que nos antecedieron (2 Tim 1:3b).
“Porque las cosas que se escribieron antes (en las Escrituras), para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza”.
Romanos. 15:4
Es, como Gehman dijo:
“Si la iglesia es sacramento o señal del reino de Dios en el mundo, resultado de los actos salvíficos de Dios en la historia, entonces la Biblia es el registro divino y humano de tal proceso, conclusión consonante con la encarnación de Jesús.” [1]Definición de la misión integral, James Gehman
En la Biblia aprendemos cómo se ha relacionado Dios con los seres humanos de distintas épocas, dándose a conocer y comunicándoles la verdad. A partir de ello podemos relacionarnos con otros. La santidad de nuestra relación con él determina la santidad de nuestras relaciones. El error común es pensar que él tratará con nosotros tal como lo hizo con Moisés, con Josué, con David o Daniel. Él es el mismo Dios, pero ellos y nosotros no somos las mismas personas. Estamos en diferentes circunstancias, épocas, tenemos diferentes retos, misiones por cumplir, distinto carácter y estamos en una parte del plan de Dios que también es otra. No podemos simplemente tomar un texto de aquí y de allá y ponérnoslo como si fuera una camisa. ¡No nos quedará!
Mira otras épocas y observa que él es el mismo pero opera de otras formas. El Señor se paseó en el Edén, fue columna de nube o fuego en el desierto, dirigió ejércitos, deshizo los planes de quienes dirigieron imperios, trajo justicia a los que clamaban por ella y hoy da de su naturaleza para que seamos sus hijos, movidos por su Espíritu. La bibliolatría, en cambio, nos lleva a esperar que el Señor cumpla nuestras expectativas de lo que debería ser o hacer según el pasaje bíblico que tenemos enfrente.
Sabemos que la fe viene por el oír la palabra de Dios. El problema es cuando lo que creemos que es la palabra de Dios es palabra de hombre o incluso nuestra.
Como dijo Keener, nuestra relación con Dios es dinámica [2], no es predecible, sacada de una receta “bíblica” del tipo “imitemos paso a paso lo que dice este texto para que Dios haga…” y completamos la frase con lo que queremos. Esto es superstición: voy a imitar las palabras de Moisés para que Dios responda, voy a probar a Dios como Gedeón para saber si es su voluntad, quiero luchar con Dios como Jacob para que me bendiga (aunque no tenga idea de lo que eso signifique) o quiero que Dios me libre del mal como a Daniel, Ananías, Azarías y Misael. Tratamos con el Dios vivo. Como dice Croatto, aun los más fundamentalistas y biblicistas afirman que Dios dice algo en los sucesos históricos de nuestro tiempo, que lo ha hecho antes y que lo hará después [3]. Cuando pensamos que Dios solo habla cuando abro la Biblia pretendemos aprisionarlo dentro de ella.
En cambio, la Biblia es usada por el Espíritu para darnos fe, porque la fe viene por oír el mensaje, que es Cristo y lo que ha hecho en nuestro favor. Por la fe, creemos en la verdad que Dios ha dicho desde el principio y afecta hoy de tal manera al que cree que lo hace libre para vivir por ella: libre para tener su propia comunión con Dios, libre para hacer lo bueno y lo justo, para someterse al señorío de Jesús, para imitarle en su carácter y ser verdaderamente humanos al adorar a Dios, que es para lo que fuimos creados.
Lo primero que debemos entender es que el lector trae consigo sus propias ideas acerca de Dios, Jesús, la vida, el pecado, la justicia, el amor, la verdad, sobre sí mismo y sobre la Biblia, por mencionar unos ejemplos. Andiñach advierte que ciertos enfoques sobre la interpretación bíblica aseguran que, por lo anterior, no es posible que todos entendamos las mismas cosas o lleguemos a las mismas conclusiones [4]. Ciertamente, que si formamos parte de una tradición cristiana, una doctrina, una enseñanza, leeremos para comprobar nuestras ideas aprendidas. Entonces, cuando hablemos de lo que creemos repetiremos lo que nos han dicho. No será nuestra fe guiada por el Espíritu para conocer la verdad y vivir por ella, sino nuestro cerebro educado por el hombre para discutir doctrinas.
Por eso, tanta gente no ve el sentido de leer por sí misma. ¿Qué caso tiene si el que enseña sabe todo lo que hay que saber? Tal afirmación es falsa. Y no es que no enseñemos lo que creemos. Debemos convertir la enseñanza bíblica en la enseñanza de cómo conocer a Dios para adorarle; algo que el propio creyente pueda comprobar por sí mismo, y no solo repetir. Hay que darle los recursos para relacionarse con Dios desde la Biblia para luego llevar la verdad a todas las áreas de su vida, sus relaciones, su iglesia y a la comunidad o comunidades a las que pertenece. Insisto en que la Iglesia da los recursos, para que no se entienda que propongo que cada cual entienda lo que quiera. Nadie tiene la libertad de hacer que el texto diga lo que quiera, decía René Padilla. El mismo apóstol Pedro dijo que las Escrituras no son de interpretación personal porque no fueron dadas por voluntad humana.
Enseñemos al seguidor de Jesús a hacerle preguntas al texto bíblico y a responderlas, según su madurez espiritual, para comentarlas con otros seguidores de Jesús y que Dios haga así crecer nuestra fe. De lo que se trata es que interpretemos no con las ideas que ya teníamos cuando comenzamos a leer, sino permitiendo que las Escrituras hablen por sí mismas. Entonces, daremos respuestas inteligentes, personales y espirituales. ¡Dios nos dio un libro! Usemos nuestro entendimiento porque necesitamos ser transformados por medio de la renovación de nuestra mente.