Sé hombre al comportarte como uno #SéHombre
Hablemos de qué es Ser Hombre. A tu familia, a la iglesia y a tu sociedad le urge. (más…)
No hacen falta policías espirituales, sino vivir el evangelio.
Normalmente la respuesta de la iglesia al pecado cuando este abunda entre sus miembros ha sido o ignorarlo (libertinaje) o el legalismo. En ambos casos estos dos errores han tenido un altísimo costo para la gente dentro y fuera de ella. A los de adentro los destruye, y a los de afuera los aleja de Dios.
Cuando los cristianos escuchan sobre confrontar el pecado en la iglesia local generalmente piensan en una policía que constantemente vigilará sus pasos, y cuando identifiquen a un creyente pecando, se lo harán saber a toda la iglesia y será sentenciado o expulsado por su mal comportamiento.
Muchas iglesias practican este tipo de confrontación. El resultado es una profunda hipocresía, pues la gente se comporta de una manera en el templo o en las reuniones con creyentes, pero en sus casas, trabajo, escuela o en la calle son lo opuesto de lo que predican y dicen creer.
Otras, por miedo de caer en el extremo descrito, practican la doctrina de “no juzgar”, y sutilmente la iglesia se hace individualista, fría e indiferente, pues para que no se metan en nuestras vidas dejamos de ocuparnos de las vidas de los otros creyentes. Así, abandonamos a los creyentes y los dejamos luchar solos contra la práctica de sus maldades. Como solos no podemos, es muy probable que muchos terminen alejándose de Dios, se queden o abandonen la iglesia.
No importa lo que tu religión, denominación, pastor o guía espiritual diga sobre lo que es bueno y justo, y lo que es malo, la Biblia es la única fuente confiable para saber qué es el pecado y cómo obtener libertad de él. Ahí encontramos que el pecado es que como criaturas nos rebelamos contra el Creador para vivir no conforme a Su verdad, sino según nuestras mentiras.
Los primeros seres humanos lo ejemplifican. Adán y Eva decidieron ser como Dios (Génesis 3). A partir de ese momento, las personas procurarían ser sus propios dioses y cambiar la verdad por la mentira (Romanos 1:18-32). Las maldades que practicamos es consecuencia de ello.
De esta manera comprendemos que, como Dios le advirtió a Caín, o dominamos el pecado o nos dominará a nosotros, porque somos esclavos de aquello a lo cual obedecemos (Romanos 6:15-18), pero la verdad del evangelio de Cristo nos hace libres del pecado (Juan 8:31-34) para no vivir sometidos a él.
Todo creyente debe entender esto: cuando ve en su vida que el pecado le domina, debe acudir a la Biblia para ser instruido, corregido, animado, consolado y restaurado. Asimismo, todo hijo de Dios debe someterse a esta disciplina por parte de la iglesia local, pues así juntos nos mantenemos perseverando en la fe para alcanzar salvación.
Si entendemos el evangelio solamente como un comportamiento regido por reglas morales, y no como el poder de Dios que nos da libertad del pecado, habrá muchas personas en la iglesia local siempre listas para reprender a quien no se ajusta a su idea personal sobre lo correcto, lo moral, lo decente y lo espiritual.
Primeramente, debemos confrontar el pecado en nuestra propia vida, antes de siquiera intentar confrontar el pecado de otros. Cada creyente tiene como principal reto mantenerse en la libertad (Gálatas 5:1) en Cristo a la que fue llamado, pues por causa del pecado y nuestra debilidad humana somos tentados todo el tiempo.
Es necesario insistir en que la santidad de la iglesia no consiste en que sus miembros hagan cosas buenas, sino en la adoración que tributan al Padre confiando en los méritos de Jesucristo, no en los propios, para SER hijos de Dios, es decir, vivir como hijos de Dios.
Es dicha comunión la que se muestra en actos de justicia y de bien, así como de renuncia a las maldades practicadas en el pasado. Como una consecuencia, el hijo de Dios obedece a su Padre. Hay santidad por la comunión con el Santo, no por creernos más justos y más buenos que los demás.
Ahora sí podemos hablar de la unidad en la iglesia, que no consiste en estar juntos en un lugar, sino en vivir de la misma manera que Cristo, con toda humildad, y ayudar a otros a hacer lo mismo por el amor que les tenemos. Jesús conocía al Padre en la intimidad y es la misma comunión que anhelamos y procuramos.
Vivir así es verdadera unidad. Nos ayudamos mutuamente a mantenernos en comunión con el Padre para evitar que uno de los miembros de la iglesia pisotee la sangre del Señor al volver a practicar los mismos pecados que le llevaron a la cruz (Hebreos 10:26-31), despreciando así la gracia recibida.
Si en la iglesia todos somos discípulos de Jesús y le imitamos para andar como él anduvo, eso nos ayudará a perseverar en la fe todos los días de nuestra vida (1 Juan 2:4-6).
Ser discípulos nos lleva a conocer al Padre, porque el Señor vino a enseñar su voluntad y a reconciliarnos con él. Por lo tanto, confrontar el pecado propio nos ayuda a estar firmes en la fe, y podemos ser sensibles para ayudar a perseverar a otros miembros del mismo cuerpo al dolernos con él.
El amor nos mueve a restaurarnos cuando alguno tropieza y a pedir restauración si nosotros mismos hemos sido engañados por causa del pecado. Confrontar el pecado es un acto de amor para ayudar a otros a no ser engañados cuando nosotros mismos somos espirituales, pues alguien que no lo es destruirá a la persona en lugar de edificarla.
Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, ustedes, que son espirituales, restáurenlo con espíritu de mansedumbre. Piensa en ti mismo, no sea que también tú seas tentado. Gálatas 6:1