Cómo leer la Biblia sin quedarte dormido Parte 2
Leer y conocer la Biblia no es suficiente hasta que conocemos a su Autor. (más…)
Si crees en Cristo y luchas con la atracción al mismo sexo, esto es para ti.
Si crees que esto es para ti, debes comenzar por reconocer que son las filosofías de este mundo las que te han convencido de que tu preferencia sexual define tu identidad, pero eso no es cierto. Para tener libertad debemos abrazar lo que Dios dice de nosotros y soltar lo que pensamos acerca de nosotros mismos. Todos luchamos con aquello que nos esclavizaba y, en tu caso, con la homosexualidad o que sientas atracción sexual por personas de tu mismo sexo.
Si crees en Dios y lo amas, te animo a reflexionar en lo siguiente.
Los cristianos estuvimos esclavizados a pecados y algunos siguen luchando por tener libertad de ellos. Unos batallan con la mentira, la codicia o la ira, y algunos otros en contra de pecados sexuales, sea fornicación, adulterio u homosexualidad, por ejemplo. No son peores unos pecados más que otros, pero las consecuencias de practicar unos u otros sí son diferentes en lo mental, emocional y en el comportamiento.
Los pecados sexuales son los que están fuera del propósito y diseño original de Dios para el ejercicio de la sexualidad. Por ejemplo, la práctica de las relaciones sexuales entre solteros trae aparejado sufrimiento y se expresa en la manipulación para que el otro acceda, en embarazos, abandono a la mujer embarazada, en que el hijo crezca sin su padre, en matar al ser humano en desarrollo en el vientre de la madre, en condiciones adversas para la madre en horarios laborales extenuantes y falta de atención al niño, por mencionar algo, sin mencionar las enfermedades de transmisión sexual. En cambio, la sexualidad dentro del Pacto Matrimonial evita tales escenarios. En el caso de hombres y mujeres homosexuales, ambos pueden ver que ni siquiera los cuerpos están hechos para la intimidad sexual con personas del mismo sexo.
Existe una buena cantidad de razonamientos acerca de por qué es compatible creer en Dios y, al mismo tiempo, ser homosexual, pero ¿cómo puedes amar a Dios y no amar su creación? Varón y mujer los creó, dice el relato bíblico. Si Dios dijo que un hombre no podía tener relaciones sexuales con otro hombre igual que como se tiene con una mujer es debido a que creer lo contrario es admitir que este Dios se equivoca. Adorar a Dios implica respetar su creación tal como la diseñó y pervertirla sería darle un uso corrompido, conforme a mis deseos como criatura y no según los del creador.
Claro, en el mandamiento divino hay un reconocimiento de la naturaleza humana busca satisfacerse a sí misma, aun a costa de rebelarse a los designios del creador que, además, al serlo tiene intrínsecamente una sabiduría de la cual la criatura carece. Por ello, la sabiduría no solo es el designio divino en términos religiosos, sino que la propia información genética lo testifica. Tus cromosomas dicen si eres hombre o mujer y si crees ser algo diferente a lo que te dice tu cuerpo, entonces tu entendimiento corrompido debe ser transformado para pensar correctamente. Eso es afirmar que él es Dios, no nosotros mismos. Lo contrario sería negar esta verdad fundamental cuya afirmación es propia de los hijos de Dios. La percepción es distorsionada por causa del pecado, pero puedes ser renovado en arrepentimiento para ser lo que fuiste creado para ser.
Aquellos atraídos hacia personas de su mismo sexo sufren los efectos que la corrupción del pecado tiene en el ser humano de la misma manera que todos los demás que están esclavizados a otros pecados. La solución es la misma para todos. Nadie está llamado a ser heterosexual, sino a hacer a Cristo el Señor de nuestras vidas con las consecuencias que eso tenga. Si eso implica dejar de mentir, di la verdad; si dejar de robar o dejar de adulterar, no codicies lo que no es tuyo; si dejar de envidiar, sé agradecido con lo que tienes; si dejar de odiar, perdona; si dejar de desear a alguien de tu mismo sexo, vive según el diseño de Dios; si dejar de tener ira, sé paciente.
Cualquier pecador debe encontrar su total satisfacción y gozo en Cristo y precisamente, porque lo hace, desea arrepentirse de sus pecados. Ese deseo no lo hace aborrecer, de la noche a la mañana, los pecados que amaba al encontrar en ellos, aunque de manera imperfecta, esa satisfacción, pero sí habilita al pecador a ser sujeto del poder de Dios para que, por medio de la nueva naturaleza espiritual producida en su vida, no solo desee o aspire, sino que también pueda vivir según la naturaleza y carácter de Dios, en Cristo. ¡Esto es esperanza!
Si tú perseveras y creces en el conocimiento de Dios y su voluntad, también ora para que perseveres y crezcas en un comportamiento congruente con esa verdad que alimenta tu mente y toda tu vida.
Todos llegamos a Cristo estando esclavizados a nuestros pecados. ¡Por esa razón lo necesitamos, para tener libertad! Quien cree en Cristo llega a entender que nada en esta vida produce mayor satisfacción, gozo y libertad como la voluntad del Padre. Él nos da una nueva naturaleza, la espiritual, para hacer posible vivir en la verdad, ya no en nuestras mentiras que nos oprimen y angustian.
Hay que evitar a toda costa volver a las filosofías de antes en las que nunca teníamos suficiente de nosotros mismos y procurábamos “ser mejores”, “conocernos más” o “ser lo que pensamos ser”. Lo que realmente necesitamos es una mente que piense correctamente, según lo bueno, lo justo y verdadero.
No es suficiente con hacerlo una vez en la vida, necesitas mantenerte renovando tu mente. ¿Con qué? Con la Palabra de Verdad que te recuerde quién es Dios y quién eres tú. Debemos perseverar en la verdad para no ser engañados por la mentira. Una de esas grandes mentiras es que “Dios no te ama y no te acepta como eres”. La verdad es que Dios sí te ama y quiere reconciliarse contigo a pesar de no aceptarte como eres y de querer ser tu propio Dios.
La libertad que obtienes es ser tú más allá de tu sexualidad, tu deseo o atracción. Cualquier cosa que hayamos sido antes de Cristo, y todos hemos sido algo, dejó de ser nuestra identidad para ser, en adelante, algo nuevo (lee 2 Corintios 5:11-21 y 6:1-2). Somos nuevos al mismo tiempo que somos realmente nosotros mismos, quienes fuimos llamados a existir. Por ello, la Biblia nos advierte que quienes practican el pecado no heredarán la vida eterna. ¡Ánimo! ¡Permanece en él! (Apocalipsis 21:6-8, 22:14-15 y 1 Juan 3:1-10)
Piénsalo: Cristo no murió por tu preferencia sexual, murió por ti. Renovar tu mente te ayudará a pensar con claridad para centrarte totalmente en Jesús, no totalmente en ti.
Y por último, renovar la mente no solo se relaciona con cómo ver todo en adelante, también significa que cambia tu manera de mirarte. Entiéndelo bien: nadie se define por sus tentaciones. ¡Sé libre! Ser tentado no te convierte en tu tentación. Con Dios podrás vencerlas al recordar que eres Perdonado, Justificado, Renovado, Transformado, Hecho hijo de Dios.
La iglesia local es clave en esto. Confía en cristianos maduros para que te ayuden a salir adelante. Tu secreto debe dejar de ser un secreto, pues si permanece así y lo intentas solo será muy complicado caminar hacia la libertad. Necesitas que alguien maduro en la fe te ayude a perseverar en ejercer tu identidad como hijo de Dios. Necesitas formar parte de una iglesia local.
Ahora bien, todos necesitamos ser esa iglesia en la que, en lugar de destruir a alguien por practicar pecados diferentes al nuestro, ayudemos en la restauración de todos y nos animemos unos a otros a caminar firmes hacia nuestra sanidad y salvación.
Debes saber esto, que aunque hay terapias y algunas pueden ayudarte, es tu fe en Cristo la que te impulsará, y es Dios quien utilizará tu debilidad para mostrar su poder y amor en ti. ¿No puedes? Si tienes arrepentimiento Dios puede darte libertad. Todos confiamos en eso y hemos renunciado a nuestros pecados para gozar de la nueva vida que nos da. Es necesario humillarnos para entender que Él sí puede cuando tomamos la determinación de creer en ello. Pide a Dios fe y sabiduría. No estás solo.
Si realmente crees en que Dios te amó tanto, a pesar de ser su enemigo ––como todos––, que aún así envió a Jesús a morir por tus pecados para que pudieras reconciliarte con él, entonces ¿cómo podrías seguir en los mismos pecados por los que murió para salvarte a ti y a mí de su ira? La paga del pecado es muerte, pero el regalo de Dios es vida eterna, por medio de la fe en Cristo.
El gozo real no proviene de identificarte con el pecado, sino con quien nos ha rescatado de la esclavitud al pecado: Jesucristo. No le debemos nada al pecado como para seguir practicándolo, pero le debemos todo al Señor. ¡Hazlo tu Señor!