De esto trata el séptimo capítulo del evangelio de Lucas.

Salen a escena un centurión romano, extranjero y colaborador del régimen de opresión de Roma a Judea que buscaba la misericordia de Jesús; una viuda que perdió, ahora, a su único hijo, perdiéndolo todo; un hombre en crisis al no saber si ha cumplido el propósito de su vida; gente que había rechazado a Dios que ahora acudía a él en arrepentimiento; religiosos que decían amar a Dios y le rechazaban porque no cumplía sus expectativas; y una mujer pecadora que acudió a Jesús en busca de perdón y a quien aceptó y dio perdón de sus faltas enfrente de todos.

Los militares romanos eran despreciables para los judíos, pero este centurión se había ganado el cariño de su comunidad con sus buenas obras para con ellos. Estos judíos le tenían tal aprecio que intercedieron por él ante Jesús para que fuera a sanar a su hijo enfermo. Mientras que a Jesús le dijeron “este merece que vayas a sanar a su hijo”, el centurión le mandó decir en el camino que era indigno siquiera de que entrara a su casa, y le pedía que solo pronunciara la palabra para que su hijo sanara. Jesús elogió la fe del extranjero y pidió que Dios sanara a su hijo, lo cual ocurrió al instante. El que se humilló fue exaltado.

La viuda no pidió ayuda, no exigió nada a Dios a pesar de ser él su defensor, pero tampoco blasfemó al ver su vida apagarse por la muerte de su único hijo. Es Jesús quien se compadece y actúa porque así es él, porque es su naturaleza y su carácter. En cambio, la prostituta rogó por perdón y lo recibió porque Jesús no rechaza a nadie que viene a él buscando un nuevo comienzo.

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.