De esto trata el octavo capítulo del evangelio de Lucas.

Es sorprendente hallar en el relato del Evangelio de Jesucristo que nada sobra. Todo lo escrito es provechoso y tiene un propósito. Cuando Lucas abre este capítulo hablando de las mujeres que seguían a Jesús junto con los otros 12, está enseñando a la Iglesia –y al mundo– que aquellas ignoradas y despreciadas eran tan discípulas de Jesús y tan hijas de Dios y parte del reino de los cielos que se había acercado como cualquiera. Esto era algo impensable, especialmente en la época y en el judaísmo de los hombres, porque Dios nunca mandó tratarlas con indignidad.

Luego, a través de la parábola del sembrador Jesús explicaba cuáles son las reacciones diferentes que tienen las personas al evangelio. Las personas somos los diversos tipos de tierra y la semilla es la enseñanza de Jesús, la palabra de Dios dada a la humanidad. Cuando se siembra una buena semilla, su fruto depende del tipo de tierra, y por eso no siempre germina.

En esta serie de historias, encontramos una en la que la gente le dice a Jesús que debe salir porque sus hermanos junto con su madre María le fueron a buscar, pero Jesús responde que su madre y sus hermanos son los que hacen la voluntad de Dios. Esta es su verdadera familia. Entonces, vemos más evidencias de que Jesús era el verbo que, desde el principio, estaba con Dios y era Dios: la naturaleza le obedece, los demonios le obedecen y tiene el poder sobre las enfermedades.

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