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Cristianos quieren gobernar países. ¿Por qué? Por su teología.
Estamos en una época en la que en América Latina se multiplican los esfuerzos de grupos cristianos identificados ideológica y políticamente con la derecha que pretenden alcanzar el poder político ganando elecciones democráticamente.
Jair Bolsonaro, expresidente de Brasil; Nakyib Bukele, presidente de El Salvador; Daniel Ortega, dictador en Nicaragua; Alvaro Uribe Vélez, expresidente y senador de Colombia; Andrés Manuel López Obrador, presidente de México; Sebastián Piñera, presidente de Chile; Jimmy Morales, presidente de Guatemala (hasta 2019)–– y ahora Jeanine Añez, presidenta interina de Bolivia. Todos llegaron al poder de la mano de católicos y evangélicos, y varios de ellos con un discurso abiertamente religioso.
En tiempos recientes, en Colombia el partido evangélico MIRA se unió a la campaña del expresidente Iván Duque. En Argentina estuvo a punto de reelegirse el ex presidente Macri con fuertes apoyos del catolicismo y evangelicalismo, aunque va en crecimiento la cifra de gobernadores, y representantes populares locales y federales identificados con algún sector del cristianismo, según el diario El Clarín. En Brasil una quinta parte de los diputados son evangélicos y esta misma tendencia de votar alcaldes y representantes populares se extiende en toda la región. Panamá y Venezuela no son la excepción. En Costa Rica un cantante y predicador evangélico compitió por el máximo cargo en el gobierno, aunque perdió.
La prensa reconoce en América Latina una ola evangélica –de cierta línea pentecostal– que tiene como objetivo ganar espacios en la política para refundar sociedades con valores, dicen ellos, cristianos aunque realmente son apuestos al evangelio de Jesucristo.
Quizá te preguntes: ¿por qué algunos cristianos piensan que deben gobernar sus países de origen y por qué creen que lo deben hacer, supuestamente ellos con las normas de Dios –que realmente son lo que ellos consideran–.
La respuesta está en su teología, muy específicamente la relativa a la escatología. En este artículo trataré de explicar la relación entre ambas.
Por sus ideas podríamos identificar a los grupos evangélicos que procuran el poder político en los países latinoamericanos con el posmileniarismo. Se trata de una doctrina del fin de los tiempos que interpreta el tiempo presente, luego de la resurrección y ascensión de Cristo al cielo, como el milenio. Por eso el retorno del Señor es posmilenial.
Postula que el cristianismo crecerá en influencia en las esferas social, económica y política en todo el mundo. Esto redundará en que las naciones se rijan más y más con las normas de Dios, pues los cristianos obtendrán y ejercerán el poder político para incidir en la vida de las personas.
Hay diversos textos bíblicos que usan como fundamento. Mateo 28:19-20 dice que Jesús tiene toda autoridad en el cielo y en la tierra y ello se traduce en poder social, político y económico. Mateo 13:31-32 relata la parábola de la semilla de mostaza y los posmileniaristas la interpretan como el reino de los cielos que penetrará en toda área de influencia mediante la Iglesia.
Durante muchos siglos las personas que dirigían la Iglesia Católica Apostólica Romana creyeron que debían ejercer el poder político, económico, social y militar ––espiritual no porque es una contradicción––. Desde sus inicios el emperador Constantino mismo convocó a concilios e intervino en asuntos que solo eran de incumbencia de la Iglesia.
Así que desde muy temprano el matrimonio gobierno-iglesia comenzó a tomar forma para luego controlar emperadores, reinos, ejércitos, riquezas, tierras y conciencias. Nada más alejado del propósito de la Iglesia de Jesucristo.
Después de la llamada Reforma protestante en Siglo XVI algunos líderes pugnaron por la unión entre el gobierno y la iglesia: unos, motivados por el redescubrimiento de los valores del reino de los cielos predicados por Jesucristo; muchos otros, por el oportunismo al ver que el movimiento protestante era propicio para materializar la insurrección en contra de gobernantes opresores y del catolicismo que lo controlaba todo. Entonces hubo guerras de cristianos para matar a sus enemigos. En ciertos casos, los llamados protestantes reconocieron tajantemente que la política era ajena a la Iglesia.
Tras esos violentos siglos hoy ciertos grupos intentan revivir el matrimonio fallido entre la Iglesia y el Estado con los mismos métodos humanos corrompidos. Están destinados al fracaso. Ya se demostró que el reino de los cielos que Jesús dijo se había acercado a la humanidad es otra cosa.
En este tiempo la Iglesia no es enviada a gobernar al mundo sino a reconciliar al mundo con el Padre por medio de la fe en la obra de Jesucristo. Será luego del regreso del Señor que gobernará el mundo con justicia perfecta en compañía de los suyos (Apocalipsis 20: 1-6), aquellos que se mantuvieron fieles, no políticos de mala o dudosa reputación.
Por eso, no porque un político tenga a Dios o la Biblia en la boca debemos apoyarlo los cristianos, mucho menos ciegamente. De hecho eso lo haría automáticamente poco confiable porque los cristianos defendemos el Estado laico al saber que Su reino no es de este mundo, es decir, no se maneja con los valores de este mundo. Hay que tener cuidado y no ser cómplices de quien no debemos: quienes invocan el evangelio de Jesucristo en el discurso y lo niegan en la práctica. ¿Podría un cristiano ser alcalde, legislador o incluso presidente? No veo por qué no. El peligro es que imponga ––por fuerza–– sus creencias de lo que debe ser un gobierno cristiano y que asegure que Dios lo respalda.
Eso no producirá reconciliación con Dios, por el contrario, el resultado será más blasfemia, más abusos, más divisiones y odio. Pero será la oportunidad para que la Iglesia sea sal y luz.
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Foto del artículo: Jeanine Áñez asumió este martes la presidencia interina de Bolivia dos días después de la renuncia de Evo Morales. Foto: EFE