Reflexiones: la doble vida de Ravi Zacharias
Lecciones para la Iglesia al revelarse el pecado del apologista. (más…)
Si crees que nada de lo que haces funciona, este artículo es para ti.
Muchos no abrirán el artículo porque pensarán: “¿frustrado yo? ¡No!”. Pero te felicito porque reconoces tus limitaciones, que las cosas no son fáciles y que no estaría mal recibir un poco de ayuda. Quienes piensan que todo va excelente no aprovecharán estos consejos, aunque los necesiten más que tú.
Un día estaba yo meditando en las cosas que hago en el ministerio. Pensaba en lo que estaba funcionando y en lo que no. No descubrí nada nuevo: ¡muchas cosas no funcionan como espero! Pero mientras pensaba sí tuve un hallazgo. Mi relación con Dios dependía de mi ministerio cuando es mi ministerio el que depende de mi relación con Dios.
En esta publicación compartiré con mis consiervos algunos consejos para evitar que les pase lo que me pasó a mí y para que, si se encuentran ahí, salgan de esa condición. Aunque para ser honestos, ustedes ya saben estas cosas. En todo caso, es bueno tener un recordatorio de estas cosas. ¡Imprime estos consejos y ponlos en un lugar visible!
Ya dejé claro por qué estamos frustrados (frase en negritas del 1er párrafo). Antes de continuar, hay que dejar en claro qué es ser ministro, lo cual ya logré en el título de este subtema. Es así de simple.
Si te nombraron en tu iglesia, si tienes un cargo en una organización que sirve a otros, si eres un pastor, anciano o diácono, si recibes una paga o no, si sirves a otros por tu cuenta (bajo la supervisión de tu iglesia local) lo sepan aquellos a quienes sirves o no, si eres seguidor de Jesús, eres un ministro.
El principio espiritual: Tu relación con Dios no depende de lo que haces para él sino de lo que haces con él. ¿Ya lo sabías? ¡Bien! Ahora hay que ponerlo en práctica. Muchos ministros piensan que están mejor delante de Dios porque le sirven, sin importar si sus obras son malas. ¿Dios puede usarlos aun así? Dios incluso usa las obras del diablo para cumplir con sus propósitos eternos.
La realidad: Por esta idea, muchos creyentes piden a ministros que oren por ellos porque “están más cerca de Dios por servirle“. Por este pensamiento, muchos ministros piensan que pueden practicar pecados pero, como “le sirven y sirven a otros”, Dios pasará por alto su rebeldía y necedad. Por esto muchos ministros no ven necesidad de desarrollar una comunión con Dios y pretender suplirla, sustituirla, con su ministerio y con sus logros.
El examen: ¿Qué pasaría con tu relación con Dios sin tu ministerio? ¿Cuánto cambiaría? Si la respuesta es “mucho” lo estás haciendo mal. Necesitas una íntima comunión con Dios más allá de tu ministerio, sin él o con él. Si esto no existe no serás efectivo al servir.
El principio espiritual: ––ya lo sabes, pero necesitas recordarlo–– tu ministerio no es tu identidad porque tu identidad está en Cristo. No importa el título que tengas por el ministerio que desempeñas: pastor, director de alabanza, de evangelismo o de escuela dominical, diácono, anciano, presbítero, obispo, vicepresidente de asuntos internacionales del reino… Hay quienes gustan tanto de los títulos (profeta, apóstol, salmista) porque su identidad depende de ellos.
Somos administradores de la vida que recibimos, y por lo tanto, responsables de ella. Dios te dio identidad en su Hijo antes de llamarte a un ministerio. La identidad en Cristo es tener una vida espiritual, entregada a Dios, no a un ministerio, y en este caso me refiero a un trabajo.
La realidad: hay personas que si no ejercen su ministerio no saben quiénes son, no saben qué hacer, no tienen vida y mucho menos tienen comunión con Dios. El ministerio es su vida y por lo tanto es su identidad. Entonces veremos predicadores muy notables con matrimonios que penden de un hilo, ministros queridos por todos menos por sus familias, colaboradores cercanos pero no amistades de toda la vida, ministros hiper productivos y también enfermos porque no hay tiempo para ir al médico. Por el contrario, cultiva una vida equilibrada de manera responsable.
El examen: Intenta separar lo que haces en tu ministerio de tu identidad como persona única que eres y que tiene a Cristo como Señor, modelo y ejemplo. Tu matrimonio, familia, amistades, lo que te produce satisfacción y alegría, ¿todo gira alrededor de tu ministerio? No me malinterpretes, es lindo servir con nuestro cónyuge y con la familia, hacemos muchas amistades en el ministerio y este nos produce grandes satisfacciones, pero tú no eres tu ministerio.
Te pondré un ejemplo: Siempre habrá quien haga lo que haces. Sin embargo, solo hay un “tú” que ha experimentado la nueva naturaleza espiritual. ¿Qué significa eso en tu matrimonio, familia, relaciones y en otros aspectos de tu vida? Pregúntate si, antes que el ministerio cultivas una vida propia centrada en Jesús, matrimonial, familiar, en una comunidad o vecindario, ocupado en su salud y en seguir aprendiendo y madurando espiritualmente.
El principio espiritual: tu relación con Dios y con otros depende de ti, no de tu ministerio. Somos administradores de nuestra vida y de las personas que Dios nos ha dado a cuidar directa o indirectamente. En resumen: daremos cuentas de lo que hayamos hecho o dejado de hacer. Debo ser claro: no daremos cuentas de las decisiones de otros cuando hayamos hecho todo lo que teníamos que hacer.
Algunos han malinterpretado el texto en el Jesús dice que si alguien ama más a sus padres, cónyuge, hijos, hermanos y a su propia vida no puede ser su discípulo (Lucas 14:26). No insta a los discípulos a no amar ni cultivar sus relaciones más íntimas, sino a que eviten ponerlos en el lugar de Dios. Otra mala interpretación es confundir a Dios con el ministerio, y por eso muchos aman más a sus ministerios que a su Dios.
La realidad: Ya adelantaba en el consejo anterior que la identidad de un ministro impacta en sus relaciones, para bien o para mal. Si nuestra identidad descansa en nuestro ministerio habrá consecuencias de ello en nuestras relaciones; lo mismo si nuestra identidad está en Cristo. Si te relacionas con Dios y con otros solo a través de tu ministerio y no en quien eres en Cristo sentirás soledad, incomprensión, frustración, falta de compasión y todo aquello que te impedirá servir como se supone deberías hacerlo.
El examen: ¿Tu cónyuge, familia, amigos (cristianos y no cristianos) te han dicho que nunca estás con ellos porque siempre están trabajando en tu ministerio? ¿No tomas vacaciones porque “no hay quien” haga lo que haces en tu ministerio? ¿Crees que eres indispensable en tu ministerio pero no crees que eres indispensable en tu matrimonio, familia y para tus amigos? ¿Estás capacitando a otros que hagan lo mismo que haces para suplirte o preparándolos para el cambio generacional?
Tu propósito es adorar a Dios al imitar a Cristo con la libertad que has obtenido de él y con la nueva naturaleza espiritual que has recibido del Padre. Entonces podrás servirle a él y a otros. No existes para ser pastor, predicador, cantante, diácono, maestro, organizador de eventos… existes para tener comunión con Dios y expresarla en tu relación con otros. Así podrás servir para ser útil a los propósitos de Dios y dejarás de servir a tus propósitos, por muy buenos que parezcan.