Un discípulo más… un simpatizante de Jesús menos
¿De qué lado estamos... realmente? (más…)
Esto encontrarás en el noveno capítulo del evangelio de Lucas.
Jesús ha estado recorriendo largas extensiones de tierra hablando a la gente que Dios quiere reconciliarse con cada uno. Habla lo que el Padre quiere que sepan para volver a él. Como prueba de que envió a Jesús, las obras de este no fueron solo enseñar, sino sanar, esto es, a personas específicas daba libertad del pecado y de poderes malignos, e incluso demostró tener autoridad sobre la naturaleza.
Y parte del plan de Jesús es que otros se sumen a su misión. Es lo que se conoce como la Iglesia; los llamados a salir a la convocatoria de Dios para abandonar sus malas obras al empoderarlos para dejar atrás sus esclavitudes. Esto es lo que se conoce como anunciar el evangelio, las buenas noticias de Dios para la humanidad.
Los poderes del mundo, representados en el rey Herodes, no alcanzan a ver cuáles son los planes de Dios para el que reconoce su pobreza espiritual. Y son miles los que siguen a Jesús, quien un día se compadeció de ellos, pues no habían comido. Entonces, les dio de comer a todos demostrando tener autoridad sobre la materia.
Pero Jesús no celebraba que miles lo siguieran. Por el contrario, les hacía ver que creer en él requería darse cuenta de la insuficiencia propia y de que en Jesús está la vida de verdad. Él no buscaba admiradores, sino que quería que la gente se diera cuenta de que le necesitaba para hallar la plenitud que tanto buscaba.
Jesús sabía que habrían de matarlo y cómo había de morir. Lo anunció aquí dos veces. Entonces, Lucas menciona la afirmación de Jesús, en cuanto a que al servir a los más menospreciados es servirle a él y creer en Dios. Pero dos de sus discípulos pensaron que la autoridad de Jesús es para condenar, mientras que él les enseñó que es para restaurar, sanar y salvar. Muchos querían seguirle, pero estimaban más sus vidas.