10 mentiras sobre la vida que podrías creer como cristiano (Parte 2)
Ser feliz y cómo ser feliz, esa es la cuestión. (más…)
El dolor te quita el sueño, pero lo recuperas cuando recuperas tu vida.
Desde el día trágico que perdí al amor de mi vida y horas después a mi cuñado, quien falleció en un accidente de camino al funeral (ya sé, suena a película de Stephen King), todo en mi vida cambió irremediablemente. Muchas cosas ya las he descrito a detalle, pero hoy quiero enfocarme en una que simplemente no he podido equilibrar todavía a casi cuatro meses del incidente: mi rutina del sueño.
Los que me conocen, quizás hasta sonríen con sarcasmo pensando “pero si tú no tenías rutina de sueño”. Y tienen toda la razón. No voy a discutir eso. Soy un búho nocturno y amo la noche. Me inspira. Es usualmente la hora de la creatividad para mí. Ahora mismo, mientras escribo son las 12:32 AM. Estoy tan fresca que me senté a escribir y quizás lo haré por dos horas, pero mi problema de sueño se ha agudizado estos meses y necesito que no me juzgues tan severamente mientras lo explico.
Por alguna extraña razón, sobre todo al principio me despertaba casi sin falta a las 3:00 AM todos los días. Te imaginarás que llega un momento en el día en que sientes que colapsas porque simplemente no duermes suficiente. Aparentemente es muy común en el proceso del duelo. Curiosamente me encontré muchas veces a mi cuñada a la misma hora despierta respondiendo mis mensajes en el celular.
La pena en las noches se convierte en agonía, confieso que es muy placentero revolcarse en lágrimas de autocompasión. Los que estamos en duelo nos volvemos adictos a pensar. Es casi imposible apagar nuestro cerebro, especialmente cuando te sientes solo en medio de la soledad. La tragedia te obliga a pensar en desgracia y a reflexionar sobre ella. Cuando hablo de mi batalla diaria puedo ver en el rostro de las personas, y en particular de las parejas, esa mirada de “yo podría verme como se ve ella mañana”, y mis notas saben que quizás no les servirían de mucho.
Muchos en duelo se buscan una droga y lo entiendo. A veces siento que necesito una muy fuerte. No te asustes, no he buscado ninguna química porque estoy segura no sería suficiente. La mía es la pluma. Así me separo un poco de mí misma y me observo. Me parece que duele menos cuando me miro de lejos.
Ahora mismo, mientras escribo, intento preguntarle a mi cuerpo: ¿por qué no puedes dormir?, ¿por qué me despiertas a media noche?, ¿qué es este mecanismo que activas para llevarme al límite? Y es que la pena, estoy entendiendo, es inversamente proporcional a la felicidad que tenía. Mi cuerpo se resiste a que le falte su cuerpo. Mi mente, solidaria con mi cuerpo, le recuerda incluso cuando duermo que él que me complementaba, que él que me entendía, que él que me conocía con su voz, su tacto y su mirada irrevocablemente se ha ido. La muerte es así. La muerte importa porque es irreversible. Cada recuerdo, mientras el insomnio rebusca en mi mente, me hace llorar como una niña perdida en la obscuridad de la noche. Porque yo era feliz. A mí no me faltaba nada. La muerte se robó a mi mejor amigo, a mi amante, a mi compañero de viaje, al padre de mis hijos. Me frustra ver que otros se agoten peleando y sigan perdiendo el tiempo. Y es que parece una broma cruel que otros lo tengan y no lo quieran o lo desperdicien. Porque yo amaba todo de él: sus manías, su temperamento colérico y perfeccionista, su corazón noble y su integridad intacta.
Las personas suelen decirme: “ya no está, pero siempre lo tendrás en tu memoria”. ¿Por qué me dicen eso? Cuando los recuerdos se desvanecen por la ausencia, abrazo su ropa intentando retener su olor y cada vez está menos presente. Yo lo amaba a él. Su recuerdo es mi versión incompleta de él y me resisto a tener sólo eso porque estoy segura que él era más que la evocación que produce mi mente.
Mi cuerpo quiere la vida de antes y me despierta en la noche sollozando. No tengo el poder para devolverle nada, ni las conversaciones, ni las discusiones; tampoco las risas, las caricias o la calma. Simplemente le tengo que recordar con molestia: “eso ya no puedes tenerlo más”.
¿Por qué importa explicar esto si no resuelvo nada? Porque cada vez que escribo y describo estas emociones descubro que duermo un poco más; cuando dejo de juzgarme por lo que siento. Porque si no me permito sentir esto exploto y mi cuerpo se enferma.
¿Y Dios?, me preguntas. No me preocupa ni el destino de mi esposo, ni el mío, el consuelo que encuentro en Dios es por la meta, pero en ningún sitio de la Biblia dice que la esperanza hace desaparecer la realidad o la agonía de la separación, ni el terrible fenómeno de que el duelo duele.
El último mes ha mejorado mucho mi calidad de sueño y no tengo una nueva estrategia. Sólo ha pasado tiempo. Me estoy ocupando de vivir. A veces me encuentro pensando: “voy a lavar el auto, Hiram se molestaría mucho de ver como lo tengo”. Simplemente sonrío y lo llevo a lavar. De vez en cuando su recuerdo me hace sonreír. Los momentos de agonía nocturnos no han desaparecido, pero en las mañanas todavía me levanto y me permito cada día un instante de felicidad. Me río a carcajadas con mis hijos o con mi amiga tomando un café. A veces me siento feliz, aunque también me descubro pensando que no me es permitido. Entonces tengo que recordarme que no es inapropiado sentirme bien, que esos escasos momentos de paz cada día serán más frecuentes, que los actos de generosidad infinita de los que me aman ––y que a veces me dejan sin palabras–– me permiten ver que en otras formas el amor existe. Todavía puedo tocar la felicidad; todavía. Aunque la muerte cambió mi universo, cada día me recupero, me reconstruyo y puedo dormir.
Si puedo darte un consejo, por favor escucha: tómate la vida en serio, si vas a amar hazlo bien, aprende de la desolación de otros, escucha el sollozo de los que perdieron al que amaban, deja de poner pretextos. Desde lo más profundo de mi existencia te ruego que dejes de perder el tiempo.
Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo: tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de derribar, y tiempo de edificar; tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de lamentarse, y tiempo de bailar; tiempo de lanzar piedras, y tiempo de recoger piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de rechazar el abrazo; tiempo de buscar, y tiempo de dar por perdido; tiempo de guardar, y tiempo de desechar; tiempo de rasgar, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar; tiempo de amar, y tiempo de odiar; tiempo de guerra, y tiempo de paz.
Eclesiastés3: 1 -8
Catalina Gomez Fonseca fue esposa del pastor Hiram Ramírez, quien el 2 de enero de 2019 descansa esperando el día glorioso de la resurrección. Tuvieron 3 hijos que educaron en casa. Viven en Puebla, México. Desde hace 21 años ha servido en la Iglesia Bíblica El Camino. Es diseñadora gráfica de profesión, lingüista por hobby, maestra por vocación, apasionada estudiante de la Escritura y los idiomas bíblicos, canta desde los 9 años y está convencida de que la Biblia contiene respuesta a todas las preguntas de la vida. Es coautora del Blog Hijos de Abraham, un espacio de provocativa reflexión bíblica.