7 mitos en los matrimonios cristianos
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Más que adaptarnos, la iglesia debe humillarse ante Dios.
Si prefieres escuchar esta reflexión en el podcast Consejos Divinos da clic aquí o busca el Episodio 14 de la segunda temporada en tu app favorita aquí.
Terminó un año y comenzó otro, y la pandemia sigue aquí con todos sus efectos. En México y en muchos países de América y del mundo ha traído dolor, sufrimiento, desesperanza, pobreza, angustia, ansiedad, queja, blasfemias en contra de Dios, crisis de fe, hambre y otras muchas desgracias.
Sin embargo, todo ello también es oportunidad para consolar, llorar con el que llora, dar esperanza, compartir con el necesitado, aliviar la angustia y la ansiedad al ayudar a otro a descubrir que Dios está por encima de cualquier circunstancia y que se ocupa de nosotros, para dar gracias por los pastos delicados y por el valle de sombra de muerte, para dar gloria a Dios sin que dependa de nuestras expectativas, para creer, para compartir el pan y convertir la desgracia en gracia al ser capaces de ver que Dios no nos abandona ni nos da lo que merecemos, sino que nos bendice a pesar de ello.
Muchos pensábamos que celebraríamos Navidad sin el contratiempo de la pandemia. El virus covid-19 ha estorbado nuestros planes de volver a una normalidad que, si lo pensamos bien, tiene muchas cosas que deberían cambiar. En esta publicación te invito a reflexionar en cómo podemos prepararnos para afrontar 2021, con o sin pandemia.
En muchas iglesias, lo que considerábamos normalidad no era más que un activismo que nos satisface centrado en un edificio pero que pierde de vista nuestro llamado. Habíamos confundido la fe con una religiosidad que nos hacía sentir bien con nosotros mismos y que nos daba la ilusión de que Dios estaba contento con ello: con quienes éramos y con lo que hacíamos.
Nos dimos cuenta de que, en muchos casos, lo que estábamos perdiendo con la pandemia no era libertad para congregarnos, sino que en realidad estábamos ganando libertad para adorar a Dios. Dios nos ha permitido este año entender que nosotros mismos nos habíamos puesto ataduras que nos impedían adorarle. La religiosidad nos impone prioridades que no solo nos alejan de cumplir nuestro verdadero propósito, sino que también nos lo impiden.
Durante estos meses las iglesias han recordado que las pestes y las pandemias ocurrirán y que, aunque tienen efectos devastadores en las economías, las vidas de las personas, en las familias y en lo que llamábamos rutina, no están fuera del control de Dios. Cosas peores que esta deberán ocurrir aún, pero la fe de los que son de Dios no solo deberá mantenerse, sino que deberá crecer como consecuencia de la prueba y dar mucho fruto; fruto que el Señor no había hallado en muchos de nosotros.
Seguramente la última línea te hizo recordar la parábola de la higuera:
«Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo, pero, cuando fue a buscar fruto en ella, no encontró nada.
Lucas 13:6
¿Qué pensarías si tú y tu iglesia local son esa higuera? Piensa por un minuto que Dios podría haber buscado fruto en tu vida y quizá no lo encontró. Quizá no encontró fruto en tu iglesia. Según la parábola, esto es lo que sigue:
Así que le dijo al viñador: “Mira, ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no he encontrado nada. ¡Córtala! ¿Para qué ha de ocupar terreno?”
Lucas 13:7
Esta no es una predicación, solo quiero que juntos veamos la siguiente realidad: es posible que hayamos sido esa higuera estéril. ¡Espero que no lo sigamos siendo! Pero el viñador sabe que esto podría tener solución.
“Señor —le contestó el viñador—, déjela todavía por un año más, para que yo pueda cavar a su alrededor y echarle abono. 9 Así tal vez en adelante dé fruto; si no, córtela”»
Lucas 13:8-9
A nuestro Dios no le interesa una normalidad en la que lo más importante es que nos sintamos cómodos, una normalidad que no sea una vida de adoración completa a él en todas las áreas de nuestra vida, una normalidad de religiosidad sin fe, una normalidad que nos engaña, una en la que somos estériles y no servimos a sus propósitos sino solo a los nuestros.
Muchos esperan un año sin pandemia. Sí, oremos porque este virus se debilite y deje de matar a tantas personas, pero sobre todo oremos porque llevemos fruto de fe, de adoración a Dios bajo toda circunstancia, de confianza en él que da esperanza en el futuro, de amor al prójimo para compartir todo esto con él y consolarle, proveer para sus necesidades, reír con él y llorar con él. En fin, para que la iglesia, nosotros, seamos lo que debemos ser en un mundo sin Dios.
No seamos de los que esperan una normalidad que depende de que no exista una pandemia, de que no existan obstáculos para nuestro planes. Deberíamos buscar una normalidad en la que adorar a Dios bajo cualquier tipo de circunstancia es lo normal con covid-19 o no, con crisis o no, con cambios inoportunos que rompen con nuestra comodidad y estabilidad o no.
Circula en redes sociales la etiqueta #Vete2020 porque la gente piensa que ese año está maldito. ¡El cambio de año no cambiará nada! El 2021 no será mejor solo por ser un año nuevo. Ese es un pensamiento mágico. De nada servirá que las cosas cambien si nosotros no hemos cambiado, porque entonces nada habrá cambiado en realidad y seremos estériles.