“La muerte de mi esposo me enseñó a vivir la vida”.

Hoy se cumplen 4 meses de que mi estado civil pasó de casada a viuda y esta experiencia realmente lo transforma todo. Para algunos será poco; para mí, es una eternidad. Y lo que sucede con el dolor… es que estoy justo en el punto en el que podría construir una jaula de oro para mi duelo y atesorarlo o soltarlo, lo cual es aterrador, porque implica aceptar la realidad.

Cuando mi papá falleció me fue más fácil dejarlo ir. No porque lo quisiera menos. Amaba a mi papá. Es más fácil acomodar la idea de que ya había vivido su vida, pero cuando alguien joven se va, el cerebro no quiere aceptarlo. Me queda claro que mis hijos siempre sentirán que les faltó más papá porque, aunque fue un padre ejemplar y maravilloso, parece que no fue suficiente el tiempo que lo disfrutaron. Aunque es un hecho que todos tenemos fecha de caducidad y desde que nacemos nos podemos morir, es justo ahora que me doy cuenta que cuando pensaba tener todas las respuestas resulta que Dios me cambió todas las preguntas. Es así de simple: La vida es incierta.

Y junto con este descubrimiento, con más preguntas que respuestas, encuentro otra realidad: lo perdí a él junto con otro montón de pérdidas secundarias, pequeñas cosas como la seguridad, el apoyo moral, su afecto físico, mi estabilidad emocional, nuestro proyecto de vida o simplemente que no puedo ser lo que era antes. Yo misma soy parte de esta lista de pérdidas.

Y a pesar de lo terrible de haber perdido al ser amado, la conclusión siempre es la misma: Valió la pena conocer a este hombre, no quiero borrar ni un segundo de lo que vivimos junto. Cada instante valió oro puro, pero la nostalgia es tan compleja que me hace extrañar no sólo lo que me gustaba de Hiram Ramirez Caba sino lo que me molestaba de él. ¡Qué locura! Por eso la muerte no tiene explicación aunque en mi mente absurdamente estoy intentando darle solución.

¿Qué es la pérdida? Y la respuesta es muy obvia: Es un cambio inevitable, nos arrebata algo de la vida y le pone fin a la vida como la conocíamos antes.

Hay días en que me descubro intentando hacer que mis hijos o mi cuñada se sientan bien y eso no ayuda porque, en vez de acompañarlos, mi intención es rescatarlos y puedo sostener sus manos, pero cada uno va a vivir su duelo y no puedo salvarlos. Me lo repite mi conciencia: “puedes decirles dónde está el agua, pero tendrán que ir por ella; puedes decirles dónde está el atajo, pero todos tendremos que hacer el viaje solos y a nuestro paso”.

Las emociones son sólo eso, emociones, a menos que yo les agregue preguntas o pensamientos. Si lloro de tristeza, es sólo eso tristeza, pero si le añado la pregunta: ¿ahora cómo voy a vivir sin él? Entonces convierto el dolor en angustia y, si lo mezclo con miedo, tengo la receta perfecta para comenzar a desmoronarme.

La realidad es muy cruda y algunos no la hacen más fácil. Me estoy topando con personas que piensan que el duelo debe vivirse a su manera, en sus términos o con sus rituales. Son personas tan egoístas que, aunque amaban a mi esposo, en su ceguera emocional esperan cosas de mí extravagantes y me parece que imaginan que su duelo es más importante que el mío o el de mis hijos, cuando levantarse de la cama ya es un acto de valor, y que, cuando añadimos pequeñas alegrías a nuestras vidas, no lo hacemos con la intención de escaparnos, sino por una simple necesidad de supervivencia. Todos los días tenemos que aceptar que todo es nuevo y que además estamos rotos por dentro. Estas personas sin imaginarlo siquiera drenan mi energía porque no entienden que hacer el ejercicio de aceptar cómo me siento escribiendo mi diario en este muro no es igual a querer o poder cambiar lo que me pasa por dentro.

En este proceso ya pasé por la enfermedad, por el dolor, por la preocupación, por la muerte y ahora por la soledad, y los sentimientos se han acumulado desde hace tres años como en una olla de presión. Tener un dolor enorme es lo natural Así es la vida. En este mundo hedonista que promete puro placer, felicidad y prosperidad, toparnos con el dolor parece alienígena, pero no lo es. El dolor es normal, la muerte es cotidiana, y todos vamos a experimentar esto tarde o temprano. Lo que no es natural es perder el sentido de la vida. Y mira. Es que junto con todas las pérdidas secundarias también encontré muchas ganancias secundarias. Descubro que soy una sobreviviente. Más fuerte de lo que me imaginaba. No me rompo tan fácilmente como pensaba. Puedo hacer cosas para las que me sentía inadecuada. Tengo a mi alrededor una familia espectacular. Mis hijos son más maduros y están más preparados para la vida de lo que me sospechaba. Que tengo amigos que valen más que cualquier tesoro y que debido a que no es posible huir de la realidad puedo, con la muerte de Hiram, aprender a vivir la vida.

Este es el gran misterio: mientras lloro, estoy aprendiendo las mejores lecciones de la vida; al perder a mi persona elegida, a mi cómplice y a su presencia conocida, el acto final de su existencia fue darle a mi vida balance, paciencia y resiliencia; que puedo usar el dolor a mi favor para levantarme más sabia y más empática con los que sufren. El duelo es el recordatorio de que mi futuro con él sólo estaba en mi mente. Era mi anhelo. Mi historia con él fue lo que viví, no lo que había imaginado. El duelo no es una batalla; es una rendición.

El Creador del universo espera que pase al siguiente nivel, y una vez que haya logrado una obra monumental con este proceso, no olvidaré que el dolor es parte del amor. Así es. Así como el matrimonio es una continuación del noviazgo, y después del otoño sigue el invierno, esta parte de la vida tan trágica y encrespada es sólo otra fase de la vida. Quien ama mucho llorará mucho, pero no por eso dejaremos jamás de amar.

4 El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; 5 no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; 6 no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. 7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará.

1 Corintios 13

Catalina Gomez Fonseca fue esposa del pastor Hiram Ramírez, quien el 2 de enero de 2019 descansa esperando el día glorioso de la resurrección. Tuvieron 3 hijos que educaron en casa. Viven en Puebla, México. Desde hace 21 años ha servido en la Iglesia Bíblica El Camino. Es diseñadora gráfica de profesión, lingüista por hobby, maestra por vocación, apasionada estudiante de la Escritura y los idiomas bíblicos, canta desde los 9 años y está convencida de que la Biblia contiene respuesta a todas las preguntas de la vida. Es coautora del Blog Hijos de Abraham, un espacio de provocativa reflexión bíblica.

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