El Jesús histórico y el Jesús de la fe.

Nos encontramos ante el final de otra navidad. En los artículos anteriores reflexionamos sobre la celebración y su cuestionamientos, especialmente sobre la historicidad del nacimiento de Jesús y la convicción original sobre su identidad como el Salvador. No hay manera históricamente respetable de negar el nacimiento ni la existencia de este hombre y tampoco hay evidencia para negar lo que sus primeros seguidores pensaron de él, que es exactamente lo que el cristianismo predica hoy y ha predicado por siglos. Lo único que es, digamos, cuestionable, es si el mensaje que se enseña sobre él es cierto o no.

Hoy en día los historiadores suelen categorizar a “dos Jesús distintos”, es decir, al “Jesús histórico” y al “Jesús de la fe”. Se dice que “el Jesús histórico” es la persona real que sabemos que nació y vivió en Palestina en el siglo I d.C., que tuvo un grupo de seguidores, que fue crucificado por orden de Poncio Pilato, el Procurador Romano de Judea y que posteriormente sus seguidores enseñaron que había resucitado. “El Jesús de la fe”, por otro lado, es aquella imagen exagerada y mitificada de este hombre eminente que sus seguidores crearon para recordarlo y con ello fundar una nueva religión que propagara sus enseñanzas, de manera que creer o no en él como “El Cristo”, “El Salvador” y “El Hijo de Dios”, es una cuestión personal, de preferencia y “fe privada”.

Los cristianos primitivos sellaron el testimonio de su fe con su muerte, siguiendo las pisadas de su Maestro. Contrario a lo que se piensa, no tenían nada que ganar en este mundo, pues durante los primeros tres siglos la mayoría de los creyentes eran personas pobres y poco educadas, sin aspiraciones políticas y con poco estatus social (especialmente esclavos y mujeres, tal como nos explica Justo L. González en su Historia del Cristianismo). Esto es conocido como la prueba o argumento moral, no sobre la existencia de Dios, sino sobre la identidad divina de Cristo Jesús, pues sus seguidores estuvieron dispuestos a morir por confesarlo como SEÑOR ante los tribunales judíos y romanos, lo cual incluye el testimonio de su resurrección corporal y ascención. Se ha sostenido que estos seguidores eran grandes entusiastas por estar dispuestos a morir por algo que quizá habían entendido mal, pero algo es seguro: Esto es lo que proclamaban y esto es lo que creían.

Es difícil estar dispuesto a sufrir (o morir) por algo que sabemos que es falso, a menos de que consideremos que ganaremos algo a cambio. En el caso de la primera generación de cristianos, que sufrieron desprecio y maltrato de las autoridades judías y luego de las romanas, muchos de ellos fueron testigos oculares sobre la persona y la vida de Jesús o conocieron a quienes lo habían conocido personalmente. Esta generación no obtuvo ningún beneficio terrenal, ni siquiera una fama perdurable durante su vida. Hoy en día se piensa que era fácil ser un entusiasta religioso en el mundo antiguo y ganar seguidores, sin embargo, era algo muy riesgoso y aterrador, ya que las religiones existentes eran sólo las permitidas y ordenadas oficialmente por las autoridades romanas y locales, quienes podían azotar, meter al calabozo y ejecutar a quienes desobedecieran las órdenes religiosas oficiales, de manera que cuando Jesús fue crucificado, sus seguidores tenían todos los motivos para esconderse y no volver mostrar su rastro nunca más. Sin embargo, poco tiempo después los tenemos convulsionando a Jerusalén y regiones aledañas, enfrentando con valor a las autoridades religiosas judías, difundiendo su mensaje al costo de sus propias vidas al norte, sur, este y oeste. El mensaje de esperanza tuvo tal impacto que sus seguidores no mermaron durante los dos siglos siguientes, sino que se expandieron en medio de persecusiones sanguinarias por parte de las autoridades del Imperio Romano.

Es fácil hacer este recuento pero difícil de dimensionar. Lo único que pudo haber llevado a sus primeros seguidores y testigos a perseverar en su predicación fue que estaban completamente convencidos de la identidad de Jesús como el Cristo, porque habían visto con sus propios ojos las evidencias de esa identidad, tan suprema sobre todo que era mayor que el mismo poder de la maquinaria romana de persecusión. En otras palabras, ellos fueron testigos genuinos y sinceros de que el Jesús de la fe no es otro que el Jesús de la historia.

Afortunadamente hay un testimonio más: El de Dios mismo. El Evangelista Mateo se empeñó en conectar los eventos del nacimiento y la vida de Jesús con las profecías hebreas sobre el Mesías, para notar su cumplimiento en Jesús, es decir, estos cumplimientos son el testimonio que Dios dio sobre Jesús. Por otro lado el Evangelista Lucas escribió que cuando Jesús nació, aunque casi nadie estaba al tanto de la situación, un Ángel se apareció a unos pastores en la noche y les anunció que el Mesías prometido por Dios finalmente había nacido. Me encanta el recuento original de la reacción de los pastores: ellos no fueron indiferentes o simplemente estuvieron un poco alegres por la buena noticia, sino que al principio la aparición sobrenatural les tomó por sorpresa y con sobresalto, lo cual es una reacción esperable de un evento anómalo y real, no de una historia inventada, dando testimoino de la intervención de Dios en la historia. En el griego original dice que ellos:

καὶ ἐφοβήθησαν φόβον μέγαν

(Lucas 2:9b, versión interlineal del Nuevo Testamento)

(kai efobéthesan fóbon mégan. Los vocablos fobos y megas están en acusativo, por eso su declinación termina con la letra nu)

Si se nos permitiera una traducción que sigue la equivalencia formal al extremo, diríamos: “y ellos temieron una mega fobia”. Si alguien está familiarizado con el pánico, este fue un momento de gran pánico para los pastores, porque estaban acostumbrados a las regularidades de la vida y la naturaleza y de pronto algo completamente anómalo sucedió: Dios mismo les avisó mediante un Ángel y los coros angélicos que el Salvador por fin había nacido. Es hermoso pensar que el Ángel les dijo: ¡No teman! ¡De hecho les traigo buenas noticias!

Así pues, el mensaje de la Navidad sobre Jesús Nazareno, es más que una idea humana, aunque transmitida por humanos comunes y corrientes a otros humanos. Se trata de un mensaje de origen trascendente y divino que nos busca hoy para mostrarnos y ofrecernos el Amor y la Salvación de Dios.

 <<Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.>>

Juan 3:16, Nueva Traducción Viviente.

Joshua Belmontes estudió Economía y Microfinanzas en la Universidad Nacional Autónoma de México, ha sido profesor de Español como Segunda Lengua para el ministerio Avance Juvenil, ha recibido cursos de Teología por parte de ministerios Ligonier y enseña en la Escuela Dominical de su iglesia local.

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